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Séptimo Día |DOS FILÓSOFOS GRIEGOS, HERÁCLITO Y DEMÓCRITO, COMO PADRES DE AMBAS CORRIENTES

El medio vaso lleno y el medio vaso vacío

Escritores optimistas o pesimistas. Un dilema que se presenta desde los tiempos antiguos. La moral del fracaso enfrentada a la del entusiasmo. Las contiendas ideológicas en la historia

El medio vaso lleno y el medio vaso vacío

Roberto Fontanarrosa

MARCELO ORTALEmarhila2003@yahoo.com.ar

30 de Septiembre de 2018 | 07:31
Edición impresa

La literatura se detiene frente al medio vaso vacío y al medio vaso lleno. Desde los tiempos antiguos, ese dilema se le presenta a cada escritor. Lo cierto es que la moral de la depresión ha convivido y aún lo hace con la moral del entusiasmo. Es una convivencia polémica, tortuosa. Dicen que los padres ancestrales de estas dos corrientes fueron los griegos Heráclito y Demócrito, filósofos que encarnan al pesimismo, el primero, y al optimismo, el segundo. Al primero se lo representa llorando y al segundo riendo. A Demócrito se lo llamó también “el filósofo que ríe”.

El tema se tradujo muchas veces en contiendas ideológicas que excedieron el campo literario y derivaron en la aparición en la historia de doctrinas filosóficas. En una vereda, la máscara que llora; en la otra, la máscara que ríe. Muy pocas personas pueden -como podía hacerlo Fernandel, aquel inolvidable actor francés- llorar con la mitad de su cara y reir con la otra mitad, al mismo tiempo y en un solo gesto.

Todas las encrucijadas reaparecen y hay que decidir. En una entrevista ofrecida al diario La Nación (8 de diciembre de 2007) el escritor argentino Juan José Saer aseguró que “las grandes novelas se oponen a los valores de los que triunfan. No existe el optimismo en la buena literatura”.

Sin embargo, hay una larga historia del optimismo en la literatura que sale al cruce de esa afirmación. Hay filósofos, muy diversos entre si, como Nietzsche, Leibnitz y Emerson que colocaron la fe en el hombre y en sus posibilidades de desarrollo como causa eficiente de la historia.

Voltaire, en su “Cándido” descargó su pesada artillería irónica contra Leibnitz

 

Claro que estos tres dejaron tela para cortar. Voltaire, por ejemplo, en su “Cándido” descargó su pesada artillería irónica contra Leibnitz que había divulgado su precepto de que “todo sucede para el bien en este mundo” y que “vivimos en el mejor de los mundos posibles”. Con mucho sarcasmo, Voltaire reflejó en su obra los abusos de la colonización europea en América, el fanatismo ideológico, los engaños y las matanzas de las guerras.

EN LA INTIMIDAD

El dilema se presenta antes en la intimidad del escritor que en el contexto en el que vive. Surge en el mismo instante en que se decide a crear con palabras. Dicen los estudiosos que el caso de Cervantes -o el del Don Quijote, que vendría a ser igual- es el más original de todos.

Ocurre que nunca pudo determinarse, con alguna nitidez, si el Quijote es una novela humorística, pintada con los mejores óleos y acrílicos del optimismo, o si, por el contrario, se trata de una narración impiadosa que pone al descubierto la tragedia de la existencia.

Se ha dicho que el Quijote de los primeros momentos, el que decide meterse en líos, salir en defensa de su amada, batallar contra molinos de viento, es un protagonita humano henchido de entusiasmo, más allá de que exista en su trasfondo una locura esencial. Perdedor de todas las batallas, el Quijote no iza bandera blanca…hasta que todo comienza a revelarse, en especial cuando cae enfermo, recupera su cordura y al final se arrepiente de haber sido quien fue.

El optimismo artístico suele no rendire. Aquí, hace muy poco aún, tuvimos al caricaturista y escritor Roberto Fontanarrosa, que dio su espíritu sin declararse vencido. “Si no cantara el gallo, igual amanecería”, fue uno de sus aforismos.

La enfermedad golpeaba con fuerza y en esos días le dijo a su colega de Clarín, Oscar Cardoso: “Aunque yo soy optimista y digo que voy a vivir hasta los 90 años, treinta y pico de años más a pleno, sé que puede no ser ese el caso. Por eso siempre trabajo, como si me fuera a morir mañana. Es una ventaja que el trabajo que hago pueda hacerse hasta muy viejo. Llegado el caso en que mañana no pueda dibujar, escribiré”.

Antes que esas declaraciones, a Fontanarrosa le preguntaron un día en qué se diferenciaban el optimismo y el pesimismo. Esta fue su respuesta: “El optimista ve la copa medio llena. El pesimista la ve medio vacía. El borracho la ve doble”.

PESIMISTAS

Ernesto Sábato fue considerado muchas veces un pesimista arquetípico, aunque en realidad los pesimistas suelen no luchar. Y Sábato dio batalla siempre. Se metió con la vida, creyó y peleó por ella. De “Sobre héroes y tumbas” es rescatable este párrafo, en donde puede verse a su sensibilidad saltando de orilla a orilla:

“Los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión.”

En la galería de los pesimistas los antólogos inscriben a figuras universales como Kafka, Schopenhauer, Julius August Bahnsen, Søren Kierkegaard, Miguel de Unamuno, Albert Camus y a los existencialistas Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre, Émile Cioran y Albert Caraco.

Entre nosotros, un pesimista a la manera de Sábato -por lo luchador- fue Ezequiel Martínez Estrada. Lo curioso, lo notable es que el “pesimismo” de estos autores abre puertas en la historia y deja entusiasmados a los lectores.

La antología de los optimisas incluye a Mark Twain, Chesterton, Wilde y Kipling, entre otros

 

OPTIMISTAS

Una gradual y cada vez más aguda ceguera condicionó la vida de Borges, cuya obra -producto de una asombrosa erudición, que eclipsa a su sensibilidad- fue considerada por numerosos críticos como filosóficamente pesimista. Para el filósofo español Jaime Nubiola, que en 1997 disertó en La Plata, “quizá Borges, como uno de los inmortales, alzaría ahora su mirada y me respondería que no, que él no era un pesimista, sino simplemente un optimista bien informado”.

La también extensa antología de los optimistas incluye a autores tales como Mark Twain, Jerome K Jerome, Chesterton, Alphonse Daudet, Oscar Wilde y a Rudyard Kipling. De Wilde dijo Borges: “Los largos siglos de la literatura nos ofrecen autores más complejos e imaginativos que Wilde; ninguno más encantador. Lo fue en el diálogo casual, lo fue en la amistad, lo fue en los años de la dicha y en los años adversos. Sigue siéndolo en cada línea que ha trazado su pluma”.

¿Podría ser pesimista un escritor que rescata sueños, que regala sus horas al afán de explorar idiomas y universos, que entrega a la humanidad símbolos antiguos y nuevos significados? En el caso particular de Borges, ¿cómo podría haber sido pesimista quien pese a su ceguera escribió en el Poema de los Dones: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”

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