Diego Dipierro: "Es una experiencia que no cambio por nada, no me la voy a olvidar más"

Licenciado en Comunicación, 31 años

Cuando me preguntan sobre la experiencia de irse a vivir a otro país, y sobre todo tan lejos, uso lo que me parece que es el mejor resumen, hecho por un amigo: salir al mundo, salir de la zona de confort, es como la vida de los perros... un año cronológico vale por siete años de vivencias. Te pasa todo junto. Cada temporada que estás afuera son 7 juntas porque pasás por todos los estados de ánimo, te ocurren cosas buenas y malas, conocés todo tipo de personas. Te tenés que adaptar constantemente a situaciones nuevas, muchas que no preveías. A mí, puntualmente, me dijeron hace diez días que el postgrado que iba a hacer, que iba a empezar en enero, se postergaba hasta septiembre. Y bueno, ahora estoy sin una hoja de ruta acá en Barcelona.

Toda esta cuestión de conocer gente, estar buscando trabajo (se gana bien, pero suelen ser temporales, y buscar uno nuevo es en sí mismo un trabajo aparte) y demás, implica que vos te conocés más a vos mismo. Porque empezás a ver cuáles son tus posibilidades, dónde podés rendir mejor y donde no rendís. Yo pensaba que venir a un restaurante y ser camarero era algo relajado, que no iba a tener ningún drama. Y la verdad, para mí fue muy duro. Desde ya que, si lo tengo que hacer de nuevo, lo volveré a hacer. Pero ya sé que mi personalidad no cuadra en esas tareas; no por nada quienes lo hacen ya están habituados darle un servicio a cada cliente, y conocen cómo es la movida. También está el lado lindo de vivir en una ciudad hermosa, en la que hay personas de todas partes del mundo, con un clima agradable. Estamos a mediados de diciembre, y mientras que en el resto de Europa pasan mucho frío, acá está apenas fresco. Podés salir a caminar tranquilo. La seguridad está bastante bien. No es Suiza tampoco, pero los que venimos de Argentina acá nos sentimos tranquilos.

Un año vale por siete de vivencias. Te tenés que adaptar constantemente a situaciones nuevas

Hay una pulsión de vivir, de salir a la vida y de descubrir cosas nuevas. Yo me podría haber quedado en mi trabajo en La Plata y en mi casa, donde no pagaba alquiler y con mi familia que la tenía siempre cerca, pero mi personalidad es la de siempre querer algo nuevo. Querer cambiar, desafiarme a mí mismo. Obviamente yo elegí: opté por una ciudad que está re buena y me armé una hoja de ruta, una serie de pasos a seguir, que después algunos fueron cambiando, pero conozco gente que ha venido sin planificar nada, sin tener hechos los papeles y demás... a esa gente le cuesta el doble o el triple.

LE PUEDE INTERESAR

Tips para darle fuerza y vitalidad

LE PUEDE INTERESAR

Niñez trans: desafío al mundo binario y reclamo de derechos

El desarraigo es jodido, sobre todo al principio, cuando tenés siempre presentes las cosas que hacías allá y a las personas con las que estabas siempre. Pero a mí me gusta conocer gente distinta, cuestionarme cosas de mi propia cultura, de mi idiosincrasia argentina. Algunas podés reconfirmarlas y darte cuenta que están buenas y descubrir que hay otras que son una cagada, como por ejemplo el hecho de pelearnos por cualquier cosa o hacer de todo un drama, eso que heredamos de los italianos y que tenemos los argentos. Acá el español es pragmático en todo.

Esta es una experiencia que no cambio por nada, no me la voy a olvidar más, pero no sé cómo va a seguir en los próximos meses ni mucho menos cómo va a terminar. Una de las posibilidades que tengo es la de pasar los meses que me quedan hasta el postgrado en “Transformación digital del marketing y la comunicación” viviendo en otra ciudad. Eso lo hacen muchos: están acá una temporada, y luego se van a Australia, a Londres o alguna otra ciudad. Todo depende de tu presupuesto y también de las ganas de volver a buscar una casa, un trabajo... va en cada uno. Y a pesar de que la falta de certezas pueda tener resonancias negativas para algunos, también tiene su encanto.