El mundo recuerda el horror de la primera bomba nuclear
Edición Impresa | 6 de Agosto de 2019 | 04:30

Con campanadas, reflexiones y plegarias por la paz el mundo recordará hoy uno de sus jornadas más dramáticas, el primer bombardeo atómico de la historia, el de Hiroshima, que hace 74 años causaba la muerte de más de 166 mil personas, forzando la rendición de Japón y el final de la Segunda Guerra Mundial.
El 6 de agosto de 1945, Hiroshima se convirtió en el objetivo primario del bombardeo contra territorio japonés. Estados Unidos decidió ejecutar el ataque aéreo este día porque existían condiciones climatológicas propicias para perpetrar la que es considerada, hasta la fecha, como una de las mayores tragedias en la historia de la humanidad.
El B-29 Enola Gay, pilotado por el coronel Paul Tibbets, salió de la base aérea de North Field, en Tinian. Voló seis horas acompañado por otros dos B-29: The Great Artiste y el #91, este último rebautizado como el Necessary Evil.
La aeronave voló con clara visibilidad a una altura de nueve mil 855 metros. Durante el trayecto, el capitán William Parsons se encargó de armar la bomba, la cual había sido desactivada para reducir al mínimo el riesgo de detonación durante las maniobras de despegue.
A las 7:00, los radares japoneses detectaron las aeronaves. Las autoridades emitieron una alerta para varias ciudades del sur de Japón, entre ellas Hiroshima. Solo una hora después, los bombarderos se acercaron a la ciudad y dejaron caer la llamada Little Boy alrededor de las 8:15.
En 55 segundos, el artefacto alcanzó la altura correspondiente y explotó como si se trataran de 16 kilotones de TNT. La temperatura se elevó a un millón de grados centígrados y creo la bola de fuego de 253 metros de diámetro.
“¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho?”, exclamó el capitán Robert Lewis, copiloto del bombardero. Aquel día perdieron la vida alrededor de 166 mil personas, una tragedia que perfiló el camino hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial.
La bomba estalló a 500 metros del piso, que ardió a 4 mil grados destruyendo todo a su alrededor
UNA HISTORIA DESGARRADORA
“Mi madre logró refugiarse en una tienda y cuando la rescataron tenía el pelo y la ropa totalmente calcinados”, relata Setsuo Uchino, quien tenía un año y nueve meses en el momento en el que cayó la bomba. Su madre lo había llevado a un refugio excavado en las rocas y se disponía a hacer lo mismo con sus dos hermanos, pero no llegó.
Uchino es uno de los más de cien mil “hibakusha” -supervivientes de la bomba atómica- que todavía permanecen con vida y que se esfuerzan por recordar su historia para que lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki no se vuelva a repetir
La madre de Uchino encontró a sus dos hermanos, de 7 meses y 3 años, enterrados bajo los escombros de la que fue su casa -con vida-. Sin embargo, la pobreza y el hambre que sufrieron tras el ataque llevaron a esta mujer a intentar suicidarse junto a sus tres hijos saltando desde un acantilado.
“Nos salvaron la vida unas plantas de bambú que estaban creciendo en la zona”, explica el anciano mientras sujeta una foto de su madre, quien pasó postrada en la cama la mayor parte de su vida arrastrando las secuelas de la bomba atómica.
Su historia guarda similitudes con las de otros supervivientes, personas que tienen ahora al menos 73 años y que han ido muriendo en las últimas décadas por los efectos secundarios de la radiación o por causas naturales.
El Gobierno japonés ha reconocido a un total de 650.000 “hibakusha” desde que se produjera el desastre.
Marcados como “supervivientes”, esta figura es vista con respeto en Japón, pero también arrastra consigo una serie de prejuicios y ha llevado a muchas de estas personas a la exclusión social o a tener que asociarse sólo con otros “hibakusha”.
Sin embargo, su importancia es clave en el Japón actual, donde las nuevas generaciones crecen sin conocer lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki, y cómo ambas ciudades se convirtieron en las tristes protagonistas de los únicos dos bombardeos nucleares de la historia.
“Los estudiantes japoneses conocen la fecha y la hora a la que se produjeron los ataques, pero muchas veces eso es todo”, lamenta Kosei Mito, un voluntario que ha pasado los últimos 12 años contando su historia frente a la Cúpula de la Bomba Atómica, un símbolo para la paz en Hiroshima.
Mito es considerado como un superviviente “in utero”, ya que todavía no había nacido en el momento del ataque. Sin embargo, sus padres se encargaron de contarle lo ocurrido y él se siente en la “obligación” de hacer lo mismo con las nuevas generaciones.
Más de siete décadas después de que fueran borradas del mapa, Hiroshima y Nagasaki viven este nuevo aniversario” entre las tensiones nucleares y la muerte de aquellos que lo sufrieron.
Con la edad media de los supervivientes situada en los 82 años, las dos ciudades niponas buscan ahora nuevas formas de recordar su historia, sobre todo ante las tendencias recientes que han elevado las tensiones nucleares en el mundo.
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