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La serie se estrenó en 2011, otra era de la tevé, pero supo mutar a los nuevos tiempos y entregó en sus últimos años su mejor versión, sin perder su esencia: entretener y dejar sin aliento al público
Claire Danes interpretó durante nueve años a carrie Mathison
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
El mundo ha cambiado desde que, en 2011, se estrenó “Homeland”, thriller de espionaje basado en la serie israelí “Prisioneros de guerra” que llegó a su fin anoche a la madrugada, emitido su último episodio en Fox Premium: por aquel entonces, las guerras en Medio Oriente estaban en su punto más álgido, a pesar de que presidía Estados Unidos el Premio Nobel de la Paz Barack Obama y de que Bin Laden había caído, y los constantes ataques terroristas en diversas partes del mundo sacudían las noticias a cada instante, creando la sensación de una guerra global incontrolable. Era una era dominada por la paranoia, ideal para la realización de una serie que basaba su atractivo en descubrir si su protagonista, el ya olvidado Nicholas Brody, era o no un doble agente. El terror podía esconderse en cualquier lado.
Desde entonces, el clima político ha cambiado, la paranoia por el mundo musulmán ha mutado a otras xenofobias y la guerra en Medio Oriente continúa, pero en una versión diluida, o, al menos, no tan omnipresente en las pantallas. También ha cambiado la televisión, que en aquellos años, montado sobre la espalda de “Mad Men” y “Breaking bad”, e impulsado por la naciente Netflix, comenzaba a dejar atrás las viejas formas de la televisión y a proponer historias narradas de formas diferentes. Uno de los grandes cambios fue dejar de apelar a los finales abruptos que utiliza la televisión tradicional para sostener el suspenso semana a semana, lo que permitía a los guionistas concentrarse en arcos narrativos de largo aliento, sin la necesidad de buscar escenas de acción cada 15 minutos.
La serie mutó, pero no perdió nunca esa esencia excitante de la televisión “de género”
El modelo había cambiado, y “Homeland” se revelaba, año a año, temporada a temporada, como un gran exponente de la vieja escuela. Era una ficción moderna, que se había alimentado de las novelas de John Le Carré y el espionaje “sucio” inaugurado por la saga Bourne en la pantalla para contar una historia sin buenos ni malos ni soluciones fáciles o totales, una historia de agentes para los que el fin justifica los medios y donde el universo de la inteligencia, así como el complejo militar-industrial, era atacado. Tenía además al frente a Carrie Mathison, una protagonista ambigua, una mujer poderosa que anticipó a la caterva de “personajes femeninos fuertes” del presente (y los superó, como una heroína multidimensional y problemática, difícil de encasillar y juzgar). Pero también era un poco racista en su representación del mundo árabe, y recordaba demasiado al mecanismo narrativo de “24 horas” y la tevé de acción tradicional, con sus eternos giros, sus emociones fáciles, sus desactivaciones de bombas en el último segundo: las sospechas en torno a la lealtad de Brody se extendió durante tres temporadas, 36 episodios de giros y contragiros, llevando a su punto más bajo a la ficción en su confusa tercera temporada.
La audiencia respondió de forma acorde: la ficción que atraía casi dos millones de personas por noche pasó al siguiente año a convocar un millón y medio, luego un millón y, finalmente, a caer debajo del millón para nunca más volver. La serie tardó en rearmarse, y todavía insistía con algunos de sus viejos patrones (la esperable autodestrucción de Carrie, los finales impactantes que al siguiente episodio se resolvían en un segundo, las salvaciones mágicas sobre la hora de su protagonista), provocando que el público paulatinamente le diera la espalda. Aumentaba, además, la oferta de series de forma exponencial, con la explosión de Netflix y el resto de los canales corriendo de atrás al gigante on demand; y muchos espectadores incluso dejaban de ver televisión.
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“Homeland” sostuvo una base leal de fans que empujó a la realización de ocho temporadas (ayuda que “Homeland” sea uno de los shows mejor escritos de la televisión, manejando altos volúmenes de informaciones y tramas de forma orgánica y comprensible para el espectador, como indica la escuela clásica y como la posmodernidad a veces olvida, enamorada de su supuesta “complejidad”), pero cayó también en el olvido de muchos durante esta era de decepción y transición, justo cuando encontraba una segunda vida mucho más interesante que sus primeras entregas.
La reconstrucción de la serie había dejado a la genial Carrie al frente de todo, a Saul como figura crucial, y a Dar Adal manejando todo desde las sombras con esa sonrisa diabólica. Se había terminado el romance casi absurdo entre Mathison y Brody, y habían llegado algunos elementos de la “televisión de prestigio” del siglo XXI, cocinando varias de sus tramas a fuego lento, reduciendo los golpes bajos dramáticos y redireccionando las problemáticas retratadas a la actualidad (por ejemplo, la temporada número 7 se dedicó a mostrar el universo de los trolls y las “fake news”). Pero al transformarse, no perdió esa esencia excitante de la televisión “de género”, guardando siempre una cuota de magnicidios, explosiones y secuestros. Lo mejor de dos mundos.
La octava temporada, que puede verse completa en la app del canal premium de Fox y promete ser la última (aunque ya hay rumores de regreso), volvió a mostrar esas facetas: una serie atrapante, escrita con una solidez que permite seguir cada hilo con atención y comprender sus vueltas de tuerca, retratando problemáticas actuales y con un punto de vista entre la ambigüedad y la desesperanza en el sistema: lo que Claire Danes, la actriz que interpreta a Mathison, llamó “un debate real” sobre la cuestión árabe y las incursiones estadounidenses en tierras ajenas. “Hay un montón de gente de color en nuestra historia que hace cosas realmente malas, pero también creo que nuestros héroes son problemáticos y están llenos de fallas”, respondió a la polémica sobre el racismo de la serie. “Peleamos con preguntas e ideas bastante desafiantes, y esos dos lados de varias discusiones están personificados por nuestros personajes. En la mayoría de los casos ambos personajes tienen razón. Nuestros guionistas son responsables por eso, por crear un debate real”.
Más allá de sus excesos, siempre parece dejar que el público responda las preguntas
Allí, uno de los grandes atractivos de la serie, y una marca de la televisión de calidad de este nuevo siglo: a pesar de algunos excesos, siempre parece dejar que el público responda las preguntas. Pero la serie también en este último recorrido algunos de sus vicios, con Carrie tomando algunas decisiones tan ridículas que parece evidente que fueron pergeñadas para otorgar suspenso a la trama. Pero, desde ya, lo aceptamos: parte del atractivo es no pensar tanto en las decisiones narrativas y disfrutar el vértigo del viaje: es, después de todo, una de las últimas series que quiere, antes que retratar problemáticas o reflejar la genialidad del autor, entretener a su audiencia.
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