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“Chochó” Santoro, histórico fotógrafo de EL DÍA, recuerda, 30 años después, su accidente en Roma por perseguir la toma imposible
Nicolás Nardini
nnardini@eldia.com
“Tenía que viajar el otro día a Milán y cuando me encontré tirado en la cama del hotel, descansando un rato, me dije: ‘¿qué hago acá, estoy cubriendo un Mundial, tengo que aprovechar cada segundo’. Y ahí me fui hasta el Estadio Olímpico de Roma”. Así empezó a recordar su anécdota mundialista Salvador “Chochó” Santoro, histórico reportero gráfico de este diario, uno de los profesionales más respetados y queridos del país, quien por sus condiciones profesionales y humanas fue saludado con un cerrado aplauso y muchas lágrimas de toda la redacción, cuando tiempo atrás su inagotable pasión por la fotografía le dio paso a la jubilación.
“Chochó” fue uno de los integrantes de la nutrida comitiva de enviados de EL DÍA a la Copa del Mundo de Italia, de la que en estos días se cumplen 30 años. A cuento de esta fecha especial, toma actualidad una anécdota que lo tuvo como protagonista.
Santoro retoma aquella historia. Volvamos al comienzo. Día previo al puntapié inicial del Mundial: “me tiré de la cama al recordar un afiche que había visto en Trigoria (NdelaR: la concentración de la Roma que la AFA alquiló para la Selección), cuando fui a cubrir el entrenamiento de Argentina. En el mismo había una foto del Estadio Olímpico de Roma tomada desde el aire, que parecía un plato volador. Entonces averiguo desde dónde podía sacar una foto parecida, pido un taxi y me voy al Monte Mario, una de las siete colinas de Roma. El estadio estaba abajo y yo quería mandar esa foto al diario y al otro día salía para Milán. Quería hacerlo sí o sí, prefería eso a descansar o tomarme un café”, recuerda.
El taxista lo dejó al pie del Monte Mario. Pero para lograr la toma, debía subir mucho más hasta encontrar el mejor ángulo: “empecé a caminar por el borde de la cornisa, fueron unos 200 metros, porque había muchos árboles. En esa caminata me resbalo y siento el típico ruido de la fractura de un hueso, lo asocio con el día que en la cancha de Gimnasia se quiebra una pierna un jugador y yo estaba allí, en el campo, trabajando. Quedé medio colgado y enseguida los caravinieri me toman del cuello porque la mitad de mi cuerpo estaba al aire libre y yo ni cuenta me había dado, sólo sentía el gran dolor en el pie. Si no me tiraban rápidamente para arriba, podía caerme al precipicio. Los policías no sabían qué hacía ahí, porque nadie subía hasta allá arriba. Me llevan a un hospital en Monte Mario, que se llama Clínica Gemelli de Roma, que pertenece al Vaticano y es donde había estado internado el Papa Juan Pablo Segundo, por una intervención quirúrgica”.
Allí, en un suspiro, se abortaron sus planes de cobertura de una Copa del Mundo que ni siquiera había empezado: “era una fractura grave y me dicen: ‘el Mundial finito para usted’. Y ahí empieza la odisea, una situación triste y mala para mí. Eran salas de hospital con 30 personas, salas enormes, sectores gigantescos que en Europa tenían esa modalidad porque se usaban en las guerras. Se puso difícil y me operan de la fractura de tobillo de la pierna derecha y me ponen clavos”.
Los días en el hospital no fueron fáciles, según cuenta “Chochó”, por perderse un trabajo tan especial en un evento de esa magnitud y por empezar a sentirse solo. Sin embargo, en su relato refresca aristas positivas para un triste suceso: “se empezó a correr la bola en el hospital de que había un periodista argentino. Para la semifinal entre ellos y nosotros, a todos los internados les pusieron una bandera de Italia en los pies de la cama, pero en mi caso no lo hicieron, tuvieron un respeto total. Tras la eliminación italiana, recuerdo que el silencio fue abrumador, no sólo en el hospital, desde las ventanas ni siquiera se oían autos pasar. Todo se paralizó en Roma. Ellos creían que sería su Mundial, pero su sueño se acabó”.
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En su larga estadía en proceso de rehabilitación, transcurrió todo el Mundial. Y recibió el afecto de desconocidos que sintieron rápida empatía al conocer su historia: “una tarde un joven me dice ‘yo soy de Wilde y me enteré porque mi esposa se fracturó al caerse en una escalera’ . Era un colocador de cerámicos que aprendió el oficio de un especialista en Roma, se casó con su hija y se quedó a vivir allá. Me ofreció su ayuda y sólo atiné a decirle que quería una Coca Cola. Desde ese día hasta el alta, cada tarde me llevaba una botella de gaseosa”.
Con el final del Mundial, llegó el alta. Y Santoro recuerda la última peripecia con una sonrisa. El paso de los años hizo que el miedo mutara en humor: “al despegar desde Fiumicino para la vuelta a casa, a la hora de viaje se produce una explosión. Se había incendiado la turbina del Jumbo y en medio de una gran turbulencia, la nave se desvía hacia Madrid. Allí me ayudaron para ir al hotel don Antonio Alegre, que era el presidente de Boca, su señora y el ajedrecista Miguel Najdorf, todos compañeros de avión”.
Tras la reparación de la aeronave, otra vez a volar y una última parada técnica en Sao Paulo, antes de llegar a Buenos Aires: “en Sao Paulo estuve un buen rato abandonado en una sala, se habían olvidado de subirme, con la silla de ruedas se me hacía difícil, pensé que me dejaban”, marca con una sonrisa.
Santoro cierra con una mirada positiva: “lo bueno de todo esto es que después hubo revancha. Cuando llegué me fui al sur a hacer las fotos de un almanaque para el diario, me dolía la pierna, pero era feliz haciendo mi trabajo. Y cuatro años después disfruté cubriendo el Mundial de Estados Unidos”.
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El Olímpico de Roma, sede de la final del Mundial de Italia / Archivo
Salvador “Chochó” Santoro
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