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Se presentó ayer en Mar del Plata, y se podrá ver online hasta el lunes, el primer largometraje de Agustina San Martín, la historia de una joven que llega a la frontera con
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
Arrastrando una valija por un camino de tierra roja, Emilia llega a un pueblo en la frontera de Brasil y Argentina: busca a su hermano, de quien no tiene noticias hace semanas, y que le ha causado un daño que Emilia no puede decir. En el pueblo, además, acecha una bestia que se ensaña con las mujeres. Podría ser la encarnación de un hombre maligno.
Ese es el punto de partida de “Matar a la bestia”, primer largometraje de Agustina San Martín, que se presentó ayer en el Festival de Mar del Plata (se verá en salas también esta tarde y permanecerá online, gratis, hasta el lunes). Una mujer en peligro, una criatura del mal: la premisa puede sonar a la de cualquier slasher pero que, al contrario, no hay aquí la certeza del cuchillo ensangrentado y el asesino enmascarado, sino una bestia, ominosa, alegórica, que se mueve entre un paisaje espeso desde lo físico y lo metafórico.
“La intención con ‘Matar a la bestia’ era que sea un poco irreverente con el género”, afirma San Martín, en diálogo con EL DIA. “Yo he sido muy fanática del cine de terror. Y yo misma vuelvo a eso: me gusta generar esos universos, meterlos en la película”, explica.
El horror se cuela en la película, aunque de manera lateral: la cinta (que la cineasta comenzó a escribir con solo 21 años y que fue rodada incluso antes que “Monstruo Dios”, el corto que presentó en Cannes en 2019) nació con varias ideas que no tenían que ver con el terror, “la idea desde el inicio era retratar el crecimiento de esta chica adolescente, su relación con su sexualidad, la búsqueda de su hermano y la liberación de ella”, pero a medida que iba escribiendo, “la película fue tomando un giro más oscuro, pero que me parece muy orgánico porque hablar del despertar sexual es también hablar de una película de terror”.
- Mientras Emilia explora la frontera en búsqueda de su hermano y explorando también su deseo, la película generando inquietud en el espectador con la construcción de ese clima espeso, abrumador, donde algo se oculta, esa bestia que ataca a las mujeres y que ha sido interpretada de diferentes maneras: el patriarcado que oprime, el despertar sexual que acecha, la culpa. ¿Te interesaba que sea un significado abierto, que quede a libre interpretación, era parte del clima de incerteza que querías construir?
- Siento que hay películas que dan respuestas, que afirman cosas, y películas que hacen preguntas. Y desde el principio me interesaba que esta película hiciera preguntas. Por eso me interesaba que la bestia sea abierta, porque también depende de qué es para uno esa bestia. La bestia es ese monstruo escondido, que bien podía ser algo interno de ella o esa opresión externa: quería que sea algo ambiguo.
- Has explicado que la película tiene para vos algo de “exorcismo queer”: la película parte de una víctima de violencias, pero ¿la pensaste en este sentido como una película donde el deseo se puede imponer al miedo?
- Sí, la veo como una historia vital. Lo que ocurre con el miedo y el abuso es que construye una barrera muy explícita. Hoy, cuando la gente suelta la lengua sobre lo que ha vivido, encontramos que un porcentaje inmenso de la población que ha tenido alguna situación de violencia, y más mujeres y niños. Entonces, me parecía importante entender qué tan terrorífico puede llegar a ser el despertar sexual de una persona con ese tipo de densidad en su haber. En ese sentido, es una película de lucha, por lo menos para la protagonista, y aunque sea todo en el universo de lo simbólico: es como si ella tuviera que vomitar todo lo que sucede con su hermano, para poder desposeerse de todo esos fantasmas propios y ser sí misma.
- Como en “Monstruo Dios”, tu cortometraje, aparece también la religión, merodeando…
- Es un poco algo personal, me fascina la religión: yo la veo como algo muy externo y me parecen fascinantes los comportamientos hiper religiosos. Lo digo con respeto, admiración, y un poquito de horror a veces, ante esa insistencia con ese universo de certezas: para mi no hay certezas, me cuesta entender que las haya para otros. Pero, finalmente, seamos ateos o no, estamos todos muy limitados por panfletos judeocristianos, al menos en esta parte del mundo: lo quieras o no, atraviesa todo. En mi familia no se hablaba de religión, pero he tenido las bajadas de línea morales judeocristianas toda la vida. Entonces, cada vez que filmé, no le podía escapar a eso. Es el simbolismo de una moralidad, uno pone a una persona en sotana y ya comprende que refiere a un universo, que rechaza ciertas cosas, que rechaza la homosexualidad por ejemplo.
- Es una película que trabaja con el género, con el thriller, y que también trabaja con el deseo femenino, las identidades queer. ¿Hay en el cine nacional una mayor apertura a hablar de estos temas?
- Definitivamente. En parte porque hay cambios de paradigma, aperturas. Pero además, y este es el motivo más conveniente para la industria, es que se está comenzando a legitimar esta necesidad de nuevas voces, de voces de lugares diferentes, gracias a los movimientos sociales. Hay una mayor conciencia y la industria ya no puede esconder esta necesidad de entregar el micrófono. Pero aun así, pienso que hay mucho por decir, pienso que esto no es ni siquiera el inicio.
- Y hablando de fronteras, fronteras entre géneros de cine, fronteras en la sexualidad, ¿te interesaba filmar en la frontera como un espacio metafórico?
- En realidad llegué allí por el espacio: desde hace ocho años, con la directora de fotografía recorrimos Misiones en colectivos, buscando pueblos. Si nos gustaban, nos quedábamos a sacar fotos y a escribir. Así conocí El Soberbio, la frontera con Brasil. Después, entró la metáfora, la necesidad de marcar que es una frontera, como parte de ese universo de ambigüedad, que no es ni una cosa ni otra, donde todo se mezcla.
- El calor del lugar no solo ayuda a construir esa sensación de agobio que empapa al espectador, sino que parece colaborar en abrumar a Emilia, la protagonista, que aparece desde el principio ensimismada, atrapada en su proceso, muy sola. Y además la dejás sin señal de celular…
- Me aferré a sacarle el celular, porque no me gustan los celulares en las películas. Pero así ocurre también en la frontera, el celular se te pega a la red de Brasil, es un tema.
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