Las mujeres de la Patria, heroicas y menospreciadas

Una denuncia por violencia de género hace 229 años, cuyo expediente se encuentra en La Plata. Las revolucionarias de Mayo y de la Independencia. El fusilamiento de Camila O’Gorman

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Por MARCELO ORTALE

marhila2003@yahoo.com.ar

Hace 229 años un paisano de Luján llamado Felipe Arroyo, creído de que su mujer, Isabel Gallardo, le había sido infiel, intentó abusar de ella y como ésta presentó dura resistencia, el hombre le cortó la trenza. Eran tiempos difíciles para un feminismo casi inexistente, arrasado por una varonía imperial. Pero la Gallardo no se arredró y presentó en 1792 una de las primeras denuncias por violencia de género que se conocen en el país. La trenza cortada, añadida como una de las pruebas, es un mudo testimonio que aún se encuentra en el expediente iniciado por la Gallardo ante la Real Audiencia de Buenos Aires.

Machaca organizó el astuto sistema de espionaje que embaucó muchas veces a los españoles

 

Esa historia aparece entre los miles de documentos judiciales y cartográficos que forman parte del valioso Archivo Histórico provincial, cuya sede se encuentra en el Pasaje Dardo Rocha de nuestra ciudad.

La demanda apunta contra Arroyo “por tratar de abusar de Isabel Gallardo y cortarle la trenza (que consta como prueba en el expediente). Él aduce que le ha sido infiel. Cañada de la Rosa, Villa de Luján, 26 de agosto de 1792”, dice el texto. A otra mujer que pocos años después reaccionó contra el esposo déspota y lo denunció, el juez ordenó mandarla a una Casa de Retiro, para que allí se bañara de humildad.

En el caso de la Gallardo, aún en aquella época en la que el hábito impune del varón era maltratar a la mujer, no se consideraba poca cosa cortarle el pelo a una de ellas, por cuanto implicaba acusarla de adulterio o de alguna otra villanía. En el juicio Arroyo admitió haber intentado abusar de Gallardo, pero argumentó que lo hizo porque la había visto con otro hombre. Lo cierto que la mujer asistió a las audiencias siempre tapada con un pañuelo.

Unos veinte años después otra mujer se puso de pie y por su heroico comportamiento el gobierno de Buenos Aires le confirió el grado de teniente general. Se trató de Juana Azurduy, que en las guerras de la Independencia lideró el ataque en el cerro de Potosí contra los españoles. Una mujer peleando entre varones que la admiraban corría riesgos y así fue que, finalmente, después de combatir en muchas batallas murió en la pobreza total, cuando las balas de los godos ya se habían llevado a su marido y a cinco de sus seis hijos. Debieron pasar dos siglos para que llegara un reconocimiento oficial: fue ascendida al grado de generala de Ejército argentino.

Siempre hubo mujeres víctimas y siempre las hubo heroicas. En la revolución de Mayo de 1810 se destacaron varias, aunque el rol trascendente que cumplieron fue menospreciado en esos días y por la historia. La primera para nombrar es Mariquita Sánchez de Thompson, cuya casa fue una suerte de templo político donde maduró la planta de la libertad y en donde se cantó por primera vez el himno nacional. Sin embargo, se le asignó siempre un papel secundario, pese a que su aporte y valentía cívica resultaron esenciales.

Guadalupe Cuenca fue algo más que el soporte espiritual de su esposo, Mariano Moreno. Ella se formó junto a él en la fragua republicana y luego de la muerte del prócer se convirtió en una impulsora y analista de la nueva realidad política del país que se había liberado de las cadenas coloniales.

ROL REVOLUCIONARIO

Las mujeres de Mayo cumplieron un papel. Muchas de ellas, conscientes de que no podían ir a los campos de la guerra, buscaron defender un lugar propio en la gesta revolucionaria.

Hay un documento dirigido al primer Triunvirato el 30 de mayo de 1812 que leído en profundidad se convierte en un verdadero aguafuerte de la condición femenina en aquellos primeros años.

Dice así: “Excelentísimo señor: La causa de la humanidad, con la que está íntimamente enlazada la gloria de la patria y la felicidad de las generaciones, debe forzosamente interesar con una vehemencia apasionada a las madres, hijas y esposas que suscriben.

“Destinadas por la naturaleza y por las leyes a vivir una vida retraída y sedentaria, no pueden desplegar su patriotismo con el esplendor de los héroes de los campos de batalla (...). Las suscriptoras tienen el honor de presentar a V.E. la suma que destinan al pago de fusiles (...). Cuando el alborozo público lleve hasta el seno de las familias la nueva de una victoria, podrán decir en la exaltación de su entusiasmo “Yo armé el brazo de ese valiente que aseguró su gloria y nuestra libertad”. Dominadas por esa ambición honrosa, suplican las suscriptoras a V.E., se sirva mandar a grabar sus nombres en los fusiles que costean (...).

Firmaron Tomasa de la Quintana, Remedios de Escalada, Nieves de Escalada, María de la Quintana, María Eugenia de Escalada, Ramona Esquivel y Aldao, María S. de Thompson, Petrona Cárdenas, Rufina de Orma, Isabel Calvimontes de Agrelo, María de la Encarnación Andonaegui, Magdalena Castro, Ángela Castelli de Irgazábal, Carmen Quintanilla de Alvear”.

La trenza que Felipe Arroyo le cortó a Isabel Gallardo

Claro que, como se dijo, hubo otras, como la afro descendiente María Remedios del Valle que marchó con el Ejército que fue al Alto Perú junto a su marido y a sus dos hijos y participó en batallas como la de Tucumán. Puede hablarse también de Machaca Güemes, hermana del caudillo Martín Güemes que custodió en forma heroica la frontera Norte del país. Machaca organizó el astuto sistema de espionaje que embaucó muchas veces a los españoles y –cuando su hermano que era Gobernador de Salta iba a combatir- se ocupó con esmero de muchas tareas de gobierno.

CAMILA O’GORMAN Y JUANA MANSO

Camila O’Gorman fue la primera y más visible víctima de la injusticia de género en nuestro país. A ella se le aplicó la pena de muerte por haberse enamorado del sacerdote tucumano Ladislao Gutiérrez, párroco en 1847 de la iglesia porteña de Nuestra Señora del Socorro. Se enamoraron, se juntaron y debieron huir a caballo de la policía del entonces gobernador Juan Manuel de Rosas. El éxodo los hizo llegar hasta Goya, en la provincia de Corrientes.

Camila O’Gorman

Allí pasaron a llamarse Valentina Dasier y Máximo Brandier. Abrieron una escuela, se hicieron querer por los lugareños, hasta que otro sacerdote reconoció a Gutiérrez y lo denunció. Fueron encarcelados el 16 de junio de 1848 y llevados a la cárcel de Santos Lugares. En celdas separadas aguardaron la sentencia que dictaría Rosas, que había “tipificado” el hecho como una afrenta a su autoridad. De modo que ordenó el fusilamiento de Camila y Ladislao, que se cumplió el 18 de agosto de ese mismo año.

Cuando el ex sacerdote se enteró que Camila correría su mismo destino, le escribió estas palabras: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te abraza tu Gutiérrez”.

Dos décadas después, en su exilio en Inglaterra, Rosas le escribió a un amigo que tenía en Buenos Aires y le ofreció estas referencias: “Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y Camila O’Gorman, ni persona alguna me habló ni escribió en su favor. Por el contrario todas las personas primeras del Clero me hablaron o escribieron sobre este atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo, para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creí lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución”.

“Soy en mi país un alma huérfana o una planta exótica que no se puede aclimatar”

 

Poco tiempo después aparecería otra precursora del feminismo en la Argentina: Juana Manso. Acerca de lo que debió sufrir por su condición de mujer, valgan sus palabras: “Soy en mi país un alma huérfana o una planta exótica que no se puede aclimatar”. Manso fue una escritora de primer nivel y antes que eso fue autora del primer libro de texto sobre historia argentina, utilizado por los escolares.

Empezaba a correr la segunda mitad del siglo XIX y seguían sin soplar vientos favorables para las mujeres: “Quiero probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo o un defecto, un crimen o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica”, dijo la Manso, que se convirtió en la mano derecha de Sarmiento a la hora de sembrar escuelas y educación.

Fue una vanguardista y le decían “la loca”. A Sarmiento también le decían “el loco”. Tan locos eran los dos que trabajaron juntos, durante años a la par, y no se llevaban bien. La escritora Silvia Miguens escribió un libro sobre ella titulado “¡Cómo se atreve!”, que es la frase que Sarmiento le decía a esta educadora a raíz de las actitudes autónomas y completamente libres que ella solía adoptar.

 

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