Ocurrió en La Plata

La verdadera historia del Carrito del Pulpo y los secretos nunca contados por su creador

Alfio Clemente Lanzafame llevó una vida de novela. De vendedor callejero a millonario. Una casita rodante que se convirtió en una sandwichería de leyenda

Hipólito Sanzone

hsanzone@eldia.com

“Perdí mucho, pero también gané mucho y por eso no me arrepiento de nada”.

Fue clave el accionar de ese extraño, caprichoso e indescifrable mecanismo que se conoce como el “boca en boca”. Era ese tiempo sin internet, ni WhatsApp, en que se daba como propio el número de teléfono fijo de un vecino o una vecina para recibir mensajes importantes. En esos días perdidos, acaso mejores pero también peores, nació la leyenda del Carrito del Pulpo.

Empezó como parada de taxistas y camioneros. Fue refugio de esas almas que aparecen y se pierden en la noche. Creció como cita obligada de cientos y cientos de platenses de toda condición que no medían tiempo ni distancia, ni se detenían en cuestiones de higiene u otras formalidades con tal de darse el gusto de probar uno de aquellos sándwiches que había que pedir a grito pelado, a veces a codazo limpio frente a esa casilla rodante que se conoció como “El Carrito del Pulpo”.

Fue mojón de noches alegres y mañanas tristes, esquina de anécdotas, de risotadas, promesas varias y primeros besos.

Hábil gambeteador de la legalidad, Alfio Clemente Lanzafame convirtió una plazoleta triste y sola en un lugar donde los pibes y las pibas correteaban, se mareaban en la calesita y se despabilaban en el tobogán que él mismo había comprado.

En aquellos 80, el Carrito del Pulpo le hizo una marca a la ciudad. Ahí, cerca del corazón, en la piel de los recuerdos lindos.

Lanzafame pasó de peregrinar con una casa rodante convertida en sandwichería, a vacacionar 60 días en Río de Janeiro, comprar casas y departamentos en La Plata y Mar del Plata; tener hasta 16 caballos de carrera y darse otros tantos gustos de millonario. De atropellada por la pista del destino.

EL TRENCITO DE LA REPU

A los 88 años, este juninense de nacimiento pero platense de toda la vida, revela por primera vez los secretos mejor guardados del famoso “Carrito del Pulpo”, el original, el pequeño trailer clandestinamente instalado a fines de los 70 y principios de los 80 en 122 y 66, en la frontera entre Berisso y La Plata.

Es una historia que trasciende los detalles de la evolución de un emprendimiento comercial por entonces flojito de papeles, sencillamente porque es parte de una novela. La novela de Alfio Lanzafame.

Al hombre lo han dado y lo siguen dando por fallecido en cuanta mesa y sobremesa platense se saque el tema del memorable Carrito. Pero lo cierto es que a los 88 años vive una vida de paz, llena de recuerdos que desgrana gracias a su lucidez, aunque alguna fecha, apellido o dato suelto se le piante al pasar.

A los 5 años sus padres lo trajeron de Junín y dos barrios marcaron su infancia: el de 116 entre 33 y 34 y el de 10 entre 67 y 68, como que fue alumno de la Escuela 11.

Fue maquinista en el Roca, pero también rotisero y verdulero. En Tolosa lo recuerdan por la rotisería Las Cuñadas, de diagonal 74 y 116.

La historia del verdadero Carrito del Pulpo empezó en la República de los Niños, allá por 1977 cuando Lanzafame se ganaba la vida como mozo en uno de los restoranes concesionados del predio y como maquinista del legendario “Trencito”. Justamente, por temas vinculados al manejo del Trencito, cuenta, “discutí con el patrón y me echó”.

Sin trabajo, encontró a un amigo que lo condujo a un destino inimaginable.

“Me dice Galimberti, un amigo de entonces que después llegó a juez en Rawson, que por qué no me iba a ver a un tal coronel Carrasco, en el Regimiento 7. El coronel ese tenía una casa rodante que los fines de semana la estacionaba en Plaza Moreno y ahí vendía garrapiñadas, alfajores, de todo vendía y como se le había ido el empleado no tenía quien le trabajara el negocio. Pero como lo abría solamente los fines de semana yo le propuse llevar la casilla a otro lado para vender también de lunes a viernes. Quedamos en que yo ponía el trabajo, la mercadería y él la casilla y dividíamos ganancias”, recuerda Alfio.

LOS PIOJOS

De acuerdo con la historia jamás contada, el primer Carrito del Pulpo funcionó en Punta Lara, en la zona de la primera rotonda.

“Nos comieron los piojos”, resume. “Nos comieron los piojos”, repite Alfio y cuenta que entonces el coronel, que tal parece tenía influencias en la Municipalidad de La Plata, le dijo que se buscara un lugar en el Bosque para seguir con su idea de trabajar toda la semana o que se volviera a Plaza Moreno los sábados y domingos.

“Yo tiraba la casilla con un Citroën 2CV modelo 65, se arrastraba el pobre. Y entonces me puse en 1 y 54 pensando que los días de partidos iba a vender. Pero tampoco funcionó. La gente comía los choris y los paty en los puestos que estaban adentro de la cancha”.

Con aquel noble 2 CV llevó la casilla detrás del Museo, pero tampoco funcionó. Hasta que una tarde le vino una idea.

“Puse la casilla frente al Rancho de Goma, en 122 y 59. Y trabajaba los fines de semana con los bailes y en la semana con los camioneros que esperaban turno para entrar a cargar a la Destilería YPF. Hice desastre”, se entusiasma, al recordar las buenas recaudaciones que hacía.

Pero lo bueno duró poco. Un inspector de Vialidad, luego otro, después otro más, lo conminaron a irse.

“Resistí todo lo que pude pero un día fui a comprar mercadería y al volver, el Carrito estaba cerrado y se habían llevado presa a mi mujer”, cuenta Lanzafame y abre ahí otro capítulo cargado de emoción al recordar a su primera esposa, María Angélica Campos, la mujer que lo acompañó en aquella aventura y que dejó la piel detrás de aquellas planchas humeantes del Carrito del Pulpo.

“Murió a los 47 años, fue algo fulminante. Para mí fue un golpe tan grande que me cambió la vida”, recuerda Alfio.

El coronel, a la sazón el dueño del Carrito, movió sus influencias y en cuestión de horas a María Angélica le abrieron la celda de la comisaría Novena donde la habían alojado. Pero por más coronel que fuese, no hubo forma de torcerle el brazo a Vialidad de la Provincia y entonces otra vez Lanzafame tuvo que enganchar la casa rodante al Citroën y buscar un lugar donde poder trabajar.

“Me puse del lado de Ensenada, cerca de la carbonería, en La Plata Cargas por 122 y 50. No me iba tan bien como enfrente de Rancho de Goma pero como tenía abierto las 24 horas paraban a comer taxistas, gente de la noche y así me la fui rebuscando”.

A esa altura la oferta de Lanzafame eran sandwiches de chorizo, de hamburguesas que él y su esposa fabricaban y de una especie de cuadril convenientemente apaleado y pretendidamente ofrecido como “lomito”.

“Un día, era la época del Mundial 78, por ahí, vino un muchacho de Quilmes que no recuerdo el nombre y me ofreció una casilla rodante chica, que se podía transformar para vender sándwiches. Y me dijo dos cosas que me entusiasmaron: una era que se la podía pagar en varias veces y la otra que la podía poner en 122 y 66, que ahí paraban muchos camiones, que había como una especie de plazoleta y que nadie me iba a decir nada si me ponía ahí. El asunto es que me pude independizar del coronel”.

EL SECRETO DEL LOMITO, PIRUCHO Y EL GORDO

Y ahí nació la leyenda.

“Yo inventé las planchas, las ‘carliteras’ que tenían un quemador arriba, una plancha abajo y otra arriba y en el medio una plancha más, de aluminio acanalado. Le aseguro que en dos minutos le cocinaba cualquier cosa y quedaba exquisita”, cuenta Lanzafame que también se hacer cargo de haber “creado” los sándwiches que hicieron famoso al Carrito del Pulpo y sobre los que también hay secretos hasta hoy bien guardados.

“El famoso Lomito Súper era bife de chorizo cortado bien, bien finito y prensado con esa carlitera. Por eso tenía ese gusto y se deshacía en la boca”, revela Ariel Fuentes, que a los 15 años consiguió su primer trabajo en el Carrito, primero cuidando autos y después en lo que fue el local de enfrente cuando se transformó en La Isla. En ese tiempo conoció a Silvana Rogliano, que lo miraba desde la puerta de su casa pero con la que recién formalizó tiempo después cuando los presentó una amiga.

“Era impresionante la gente que iba, los autos, el movimiento que había”, recuerda Silvana.

La historia cuenta que otro “hit” de aquel lugar, el Chori Súper, que era un chorizo aplastado, con jamón, queso, lechuga, tomate, morrón asado y huevo, fue autoría de una de las dos personas que Lanzafame recuerda hoy con cariño e inocultable nostalgia. Sus lugartenientes en aquella aventura, Pirucho Torcillo y Raúl “El Gordo” Pesuchi.

“Ellos eran el alma del Carrito y dos amigos de fierro. La vida quiso que con Pirucho tuviésemos un entredicho por una pavada y...esas cosas, dejé de verlo. Pero lo llevo en el corazón. Y lo mismo con el Gordo Pesuchi. Lo quería tanto que un día le compré una casa en bulevar 82 entre 37 y 38. Y no me va a creer lo que pasó. Yo le decía: Gordo, vamos a hacer los papeles, vamos a escriturar. Y el Gordo me decía, dejá Alfio, otro día, otro día”. Lo cierto es que un entramado de asuntos legales y conflictos familiares, terminaron por hacerle perder la casa a Lanzafame y al Gordo.

“Y quedé mal con un amigo del alma”, dice con inocultable amargura.

“Yo les tenía confianza ciega, cuando las cosas empezaron a andar bien y con mi esposa nos empezamos a dar los gustos, les dejaba el negocio a ellos y me iba de vacaciones. Una vez me fui 60 días a Río de Janeiro y cuando vuelvo le pregunto al Gordo: ¿’Por acá todo bien?’. Y me dice ‘si, Alfio’. Bueno, entonces sigo de largo. Y me fui otro mes a Mar del Plata. En esas vacaciones me gasté como 80 mil dólares”.

Los 80 marcaron la explosión del Carrito del Pulpo. Lanzafame dice que se le hace imposible calcular la cantidad de sándwiches que vendía “por hora”.

Pero ese crecimiento económico, que se traduciría en la compra de la propiedad de enfrente para “legalizar” el Carrito ante la presión del municipio de Berisso que le pedía que desalojara esa plazoleta pública, se chocaría con otra realidad, tan cambiante e incierta como la pasión por los caballos de carrera. Y ese amigo que solo es amigo en las buenas: el juego.

En el living del departamento donde Lanzafame hoy comparte la vida con su actual pareja, la arquitecta Josefina Vitale, hay un cuadro que acaso sea la tapa del libro de su vida. Es una pintura de Itaypú, el caballo que amó, el crack que le hizo ganar fortunas incluso hasta cuando un pozo traicionero lo hizo caer y quebrarse una pata, o una mano como dicen los burreros de ley, en los 400 metros finales del Hipódromo de La Plata.

“El seguro me pagó 35 mil dólares, pero el dolor de perderlo...eso no hubo plata que lo compense”, dice, mientras acaricia con una mirada triste la imagen de aquel potrillo.

LEGUIZAMO Y EL CABALLO DEL PRESIDENTE

“Tuve 16 caballos, gané más de 70 carreras, fui propietario y cuidador. Tuve el Stud en 39 entre 120 y 121 que después le vendí al presidente de Paraguay”.

En el Paraguay, Lanzafame escribió otro capítulo de su vida novelesca que incluyó, como cuenta, la venta de caballos y de un stud completo en el barrio Hipódromo de La Plata al presidente paraguayo Andrés Rodríguez, el primer mandatario constitucional después de la larga dictadura de Alfredo Stroessner.

“El hombre estaba preocupado porque había comprado un caballo que no ganaba ninguna carrera. Red General, se llamaba. Yo le dije démelo que yo se lo cuido y va a ver que lo saco bueno. Y ganó como tres o cuatro carreras seguidas. Quedó tan contento que me compró el stud entero en 39 entre 120 y 121”, cuenta y se entusiasma al hablar de lo que es cuidar caballos.

“El caballo no habla pero uno lo entiende. Llega un momento en que se le saben las mañas, lo que necesita, lo que le gusta o lo que no le gusta. Cuidar caballos de carrera es una pasión”, dice sin dudar.

El Carrito de 122 y 66 se llamó de El Pulpo, justamente por el legendario jockey Irineo Leguizamo. Y con él también tuvo Alfio una historia para contar.

“Un día voy a Palermo a anotar a un caballo, Brilo se llamaba, y me lo encuentro a Leguizamo y le digo maestro cuándo me va a correr un caballo. Y él siempre preguntaba lo mismo: ¿Es manso?. Le digo, si, es manso. La cuestión es me dijo que si pero el día de la carrera hubo un paro de empleados y se suspendió la actividad. Y al poco tiempo el pobre Brilo se me rompió”.

La leyenda urbana que se escribió sobre Alfio Lanzafame dice que “caballos lentos y mujeres rápidas” fueron la causa de su deterioro económico. Pero es el mismo Lanzafame el que se encarga de desmentirlo.

“Como a todo el mundo me ha gustado la joda, pero siempre fui un hombre de familia, con mi primera esposa, que dejó la piel en aquel Carrito”, sostiene con fuerza.

“El primer carrito funcionó en Punta Lara. Nos comieron los piojos”

Alfio Lanzafame

 

“Perdí mucho, dejé casas y departamentos en el casino de Mar del Plata, pero también gané mucho. Y viví una vida de la que no me arrepiento de nada”, dice, con la naturalidad y la calma del que siente que tiene claras y cerradas sus cuentas con la vida. Que no es poco.

Sobre el final de los 80, ya mudado a lo que luego sería La Isla, Lanzafame entendió que había llegado la hora de dar un golpe de timón. Por entonces había anexado a aquellos sándwiches memorables unas pizzas que, cuenta, hacía un pizzero que se había traído de La Boca.

“Las pizzas más ricas que comí en mi vida. El hombre era de Remedios de Escalada y viajaba en unos colectivos, creo que el Costera, a los que vuelta a vuelta los asaltaban en el camino. Y yo me ofrecí a comprarle una casa para que se mude a La Plata y el tipo no quiso saber nada. Una pena haberlo perdido”.

La esquina de 122 y 66 fue vendida a Oscar Gómez y a “Chocho” Silvi, dos ensenadenses que por ser de la Isla Santiago rebautizaron el lugar como “La Isla”. El comercio pasó después por varios dueños hasta la actualidad.

Silvi murió hace unos años. Gómez, junto a su mujer Zulma, vive en Ensenada donde atiende su negocio de comestibles. Recuerda con cariño esa época de oro en todo sentido.

“Iba Juncadella una vez por día a buscar la recaudación, eran otros tiempos”, rememora y recuerda que ellos también escribieron su historia en esa esquina de leyenda.

“Fui a comprar mercadería y al volver se habían llevado presa a mi mujer”

Alfio Lanzafame

 

“Trajimos una parrilla del Puerto de Montevideo y la novedad de choto uruguayo (acá se conoce como tripa gorda) y la pamplona. Todo el mundo venía a la Isla, Juan Sebastián Verón cuando era un pibe, con su noviecita; Martín Palermo con el pelo largo y los vaqueros gastados”, recuerda Gómez.

Allá por 1983 cuando el Carrito se había convertido en la gran parrilla de la esquina, un grupo comando irrumpió a punta de armas largas y se llevó la recaudación. Por entonces se decía que no habían sido “delincuentes comunes” sino “mano de obra desocupada”, de esa que había quedado en las tinieblas de la ley y del derecho tras el amanecer de la democracia.

“Fue un golpe duro pero nos recuperamos. Al jefe de ese grupo lo agarraron pero el tipo antes de entregarse se pegó un tiro”, recuerda Alfio.

PANORÁMICA

Ya desprendido del Carrito original y del negocio formal de la esquina, Lanzafame volvió a probar un tiempo más con la gastronomía de parrilla y junto a Jorge Rifourcat abrió Don Alfio, en la zona de 48 y 10.

Cuatro atados diarios de cigarrillos le llevaron la pierna izquierda después de una trombosis.

Tiene una hija, Liliana, y otra del corazón, Carina, que es la hija de su actual pareja. Y nietos. Lamenta que en tantas mudanzas haya perdido fotos que le gustaría mostrar. Pero a los 88 años se da el lujo de decir y probar que las imágenes más valiosas “están acá”, dice, y se señala la cabeza.

“No quiero parecer egoísta, pero lo que yo hice entonces, hoy no se puede hacer. No hay calidad, vas a comprar carne y te querés matar por lo que te venden”, bromea, desde el alma del parrillero que fue.

El tiempo pasó y hoy a los carritos como el de Lanzafame les dicen “Food Trucks”. Lucen estéticamente impecables pero en ninguno está Pirucho para preguntar si lo querés completo. Ninguna billetera podrá matar a ese galán desarrapado, entrañablemente atorrante de 122 y 66.

Lanzafame vive hoy junto a su actual pareja en un departamento por la zona de 48 y 20. Desde el balcón tiene una vista panorámica de un pedazo de la ciudad a la que sin proponérselo le hizo una marca imborrable. Una marca ahí, en la zona de los afectos donde van a parar las más entrañables anécdotas de divertidas juventudes.

Donde al oír alguna canción de aquellos inolvidables ochentas, vuelven a sonar las risas que se perdieron en el tiempo, entre aquel aroma irrepetible del Lomito Súper.

Que no era lomito, pero que a nadie nunca le importó si era o no era.

 

Multimedia

Silvina y Ariel, adolescencia y juventud pasaron por esa esquina

Alfio Lanzafame y Miel, su perrita

Oscar Gómez

Zulma Gómez

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