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FestiFreak: "La calma" chicha: un conflicto por las tierras, la vida y la muerte

El primer largo de ficción de Mariano Cócolo sigue a una mujer que debe volver a su pueblo tras el ACV de su padre e intenta resistir ante quienes dicen ser dueños de sus tierras mientras su padre desfallece

FestiFreak: "La calma" chicha: un conflicto por las tierras, la vida y la muerte
22 de Octubre de 2022 | 02:12

“La calma”, la primera ficción larga de Mariano Cócolo que se estrena hoy en el FestiFreak, nació de dos necesidades, cuenta, en diálogo con EL DIA: precisaba “hacer un largometraje”, mientras esperaba por los fondos prometidos de un concurso para otro proyecto “que nunca salió, al final”; y lo motivó un encuentro con otros cineastas independientes, entre ellos Darío Mascambroni, que le relataron cómo habían hecho sus películas “y decidí hacer una película así”, desde la independencia.

Así fue que con sus ahorros juntados como director de fotografía, comenzó el camino de “La Calma”, “con amigos, amigas, juntando voluntades y buscando algunos fondos”: una película sobre “la problemática campesina, la repartición de tierras, el abuso de poder en los territorios alejados de las ciudades” que el director “conocía de cerca: mi familia es tradicionalista, siempre hemos ido al campo, tengo muchos amigos en el campo, he viajado por América latina”, por un lado; pero, además, había realizado en la zona algunas imágenes para la Fiesta de la Vendimia, donde tomó contacto con varios de los lugareños que trabajaban para el evento. Incluso les hizo algunos retratos, en blanco y negro, y cuando viajó a llevárselos, se encontró con que no habían sido invitados a la fiesta. De esa injusticia “se generó una amistad: ellos se abrieron, me contaron sobre su realidad, no solo la problemática campesina: también que no hay agua, que un espacio hostil, sin acceso a la salud, con escuelas a grandes distancias”.

“A partir de ahí empecé a desarrollar este personaje: esta mujer que busca herramientas en la ciudad, pero que tiene sus raíces en el campo”, relata Cócolo: en “La Calma”, Nancy, una estudiante campesina de abogacía, se ve obligada a volver a su pueblo natal a cuidar a su padre víctima de un accidente cerebrovascular. Bajo la presión de quienes se dicen dueños de sus tierras, Nancy tiene que tomar una decisión sobre el futuro de las tierras y el suyo propio, mientras su padre muere lentamente. Los quiebres son sutiles: un breve rapto de violencia, un llanto casi avergonzado. El resto es la calma. 

Una historia íntima, pequeña, pero en la que se vuelven carne y tierra las problemáticas que rodean a toda una región de nuestro país.

- Teniendo en cuenta la problemática, ¿por qué decidiste contar estos temas a través de una historia personal, familiar, íntimo?

- No me parecía interesante contar sólo la problemática campesina: quería contar cómo es ese campo, cómo es allí la pérdida, qué los moviliza, lo que significa la pérdida en cada lugar, en ese lugar, estando tan cerca de la tierra, esa tierra que nos hace tener ese ciclo vital, tan cerca de la persona que deja de existir en ese plano. Nancy pierde a su padre, pierde sus tierras, pierde todo, pero ¿qué significa esa pérdida en ese espacio? Es algo que atraviesa el individuo y a la vez lo trasciende, tiene que ver con una identidad cultural, y quise retratar ese universo. Es algo que me interesa: explorar distintas formas de lo que significa atravesar la vida y reconocer la muerte. Mi corto anterior, “El silencio”, tiene también a la muerte presente, pero intento entenderla como parte de la vida. Creo que los que estamos más occidentalizados dramatizamos demasiado esa pérdida.

- La película se llama “La Calma”, y hay algo de la calma de esos espacios que se refleja en la película: se respira otro tiempo, otra forma de estar, pero a la vez la calma funciona como un elemento de suspenso, como la calma que antecede al huracán.

- La película no tenía título cuando la estábamos rodando, y apareció “La Calma” casi como una obviedad, esta calma antes de la tormenta, porque va a haber un cambio. Un cambio un tanto violento: no quería romantizar la problemática, llevarlo a un plano medio fantástico, a un diálogo, mediado… Al mismo tiempo, ya en la etapa de rodaje y posproducción, pensábamos en la idea de que hay que tener calma, que las cosas llegan. Hay una cadencia, entonces, que tiene que ver con el campo, pero a la vez el campo necesita un campo, dentro de esa calma. Un cambio que va a llegar con la nueva juventud, con la tecnología, con las comunicaciones, con la educación: los jóvenes tienen otras inquietudes, pero no dejan de tener ese cariño por su territorio y su identidad. Eso es muy bonito. Son gente con otras herramientas, con menos prejuicios y miedos que sus padres, sus abuelos. Es una cuestión generacional: vienen a dar batalla por aquello que sus padres no pudieron pelear.

- ¿Y por qué filmaste en blanco y negro?

- Hay algo que tiene que ver pura y exclusivamente con lo estético: me gusta mucho el blanco y negro. Cuando saqué las fotos del lugar, del puesto, de algunos animales, lo hice naturalmente en blanco y negro, y otra serie que saqué en color las pasé en blanco y negro. Ese fue el inicio de esta búsqueda estética, en relación con el lugar. Además, pensé que el blanco y negro unificaba mucho el universo: iba a ayudar a poner el foco en el personaje, a no distraerse tanto con los colores que irrumpen en el desierto, donde de golpe aparece un verde, algún elemento del puesto. Y creo que el blanco y negro le daba una cualidad más anacrónica, que me interesaba, de hecho no hay celulares en la película. Y me interesaba que fuera anacrónica porque es algo que se repite, es una problemática que puede ser de hoy como de hace 20 años.

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