

Postal del primer laboratorio de psicología experimental / Web
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Postal del primer laboratorio de psicología experimental / Web
SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)
En 1879, en la ciudad alemana de Leipzig, el filósofo Wilhelm Wundt creó el que se conoce como primer laboratorio de psicología experimental. Hasta entonces las cuestiones vinculadas a la vida interior de las personas, a sus procesos de pensamiento, a sus emociones y sentimientos se habían abordado desde la filosofía. Y las que tenían que ver con el comportamiento, cuando este se desviaba de lo considerado “normal”, eran cuestión de la medicina. Aunque en el siglo anterior, con el advenimiento de la Ilustración y con el acento en el valor de la razón por encima de la superstición y las creencias vinculadas al pensamiento mágico, hubo alusiones a lo que conocemos como psiquis, hoy existe un consenso generalizado en tomar a Wundt y su experiencia como el nacimiento de la psicología científica. Esta disciplina tomaría después numerosos caminos y se desplegaría en diversas ramas (psicoanálisis, psicología arquetípica, conductismo, cognitivismo, psicología transpersonal, psicología humanística y existencial, psicoterapia sistémica, psicoterapia centrada en la persona, psicoterapia gestáltica, etcétera) con los aportes de nombres ilustres, que no siempre acordaron entre sí, como Freud, Jung, Adler, Perls, Horney, Frankl, Klein y tantos otros.
Lo cierto es que a esta altura de su desarrollo la psicología es una herramienta imprescindible para la comprensión de las conductas, la mente y las relaciones humanas. Se trata del vehículo que permite atravesar la superficie de la conciencia y descender hacia las napas más profundas del ser único que cada uno es. Esa inmersión genera mucho temor en quienes prefieren aferrarse a una racionalidad limitada y disfuncional negándose a explorar sus propias zonas oscuras y ahondar en ellas para comprenderse mejor y ampliar sus horizontes existenciales. De ahí nace el sesgo (una creencia limitante) según el cual la psicoterapia es solo para “locos” y para personas con problemas mentales, e incluso la descalificación de la psicología como ciencia. Una pretensión de eliminar lo inconsciente y asirse devotamente a las razones de la razón ignorando el viejo y sabio adagio según el cual hay razones que la razón no comprende. En definitiva, algo parecido a la ilusión de inventar un universo en el que solo existiera el día y no la noche, solo el sol (conciencia) y no la luna (inconsciente). Algo tan imposible como agobiante.
Uno de los mundos en donde más enraizada está la negación de los fenómenos psíquicos es el de la política. Y, paradójicamente, debiera ser un espacio en donde se le prestara especial atención, puesto que la política afecta extensos destinos colectivos (además de individuales). Se nos suele informar de la salud física de los gobernantes, como acaba de ocurrir con los problemas lumbares que llevaron a la súbita internación del presidente, e incluso se los toma como pretexto para reiteradas explicaciones técnicas y enciclopédicas de esas dolencias, que poco o nada aportan a la situación del país en cuestión, pero nunca se alude a la salud mental de los políticos en todas sus variados roles, sean presidentes, vicepresidentes, gobernadores, candidatos, legisladores, ministros, dirigentes partidarios, integrantes de listas electorales, etcétera.
El tema aparece como tabú, y la psiquis de los políticos queda así blindada ante la mirada ciudadana. Esta conducta lleva a que el acontecer político, económico y social de un país, que afecta de diferentes maneras a millones de personas, se analice como si se tratara de una partida de ajedrez en la que cada movimiento responde a una lógica y a una estrategia pasibles de ser discernidas y explicadas racionalmente. Se reproducen hasta el hartazgo las hipótesis de los analistas, mucha gente los ignora por repetidos o por aburridos, y muchos otros creen acceder a la verdad de los hechos y terminan repitiendo lo leído y escuchado como si se tratara de verdades reveladas. Sin embargo, en esas especulaciones (a menudo basadas en “off the records” y en fuentes incomprobables o en los sesgos y creencias de los analistas) brilla por su ausencia el factor humano. Se habla de los políticos de cada caso como si fueran piezas inanimadas de aquel ajedrez y se termina calibrando el movimiento de esas piezas a través del estrecho y muy limitado ojo de una pequeña cerradura. Esto puede explicar dos cosas. Una, por qué esos análisis y predicciones generalmente desembocan muy lejos de lo que en verdad ocurre. Y dos, por qué contribuyen a la indiferencia y el hartazgo de los ciudadanos por el acontecer político.
El canadiense Robert Hare, doctor en psicología y profesor emérito en la Universidad de la Columbia Británica, es una de las más reconocidas autoridades internacionales en el estudio de la psicopatía, y como tal señaló que tanto el campo de la política como el de los negocios son dos ámbitos fértiles para los compartimientos psicopáticos. Su voracidad por el poder y el prestigio, más su carencia de empatía y su capacidad para manipular a las personas al desconocerlas como tales y considerarlas meros instrumentos de su ambición lleva a muchos psicópatas a buscar en la política su campo de acción. Como el psicópata nace, no es la política la que lo hace, sino que en ella puede mimetizarse a través de discursos aparentemente referidos al bien común.
A su vez Fernando del Pino Calvo-Sotelo, miembro de unas de las familias más ricas de España, de cuyos negocios se apartó, para dedicarse a una interesante faceta de pensador y analista de fenómenos culturales y sociales, señala en su blog: “Si la política es el ambiente ideal para el psicópata, el ciudadano perspicaz guardián de su propia libertad estará siempre atento al comportamiento de los gobernantes para identificar aquellos signos que los expertos utilizan para diagnosticar la psicopatía. Por ejemplo, el psicópata tiene una tendencia patológica a mentir sin escrúpulos con mentiras muchas veces patentes, exageradas y burdas, rompe promesas flagrantemente y practica el victimismo para justificarse”.
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Por supuesto no todos los políticos son psicópatas, pero son seres humanos y, como tales, portadores de una psiquis y de los fenómenos de ésta. Justamente para no caer en generalizaciones que atentan contra el pensamiento crítico resulta esencial la responsabilidad ciudadana de no desentenderse de la política, y de estar atentos a su acontecer, a sus protagonistas, y a los comportamientos de estos. En cualquier trabajo el aspirante a un puesto debe pasar por un examen psicofísico. Los políticos en funciones públicas están exentos de esto, por lo cual solo nos enteramos de sus males físicos cuando estos presentan síntomas agudos y extremos, mientras sus rasgos psíquicos quedan ocultos detrás de discursos, maniobras, estrategias, alianzas, rencillas, creación de enemigos, victimizaciones o abusos de poder. Antes que demonizarlos o divinizarlos, según el caso, importa observarlos en su totalidad. Si la política prescinde de la psicología, es apenas una apariencia engañosa.
(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"
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