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Séptimo Día |SIN OLVIDO PARA BORGES

Mucho más que un país de relojes, chocolates y bancos

El modelo de Suiza: paz total desde hace 208 años. Una democracia sencilla y eficaz. Muchos escritores, artistas y filósofos eligieron vivir en esa patria. Las leyes del silencio y de la calidad de vida

Mucho más que un país de relojes, chocolates y bancos

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

14 de Mayo de 2023 | 07:26
Edición impresa

Para la maquinaria que pega etiquetas, Suiza vendría a ser el país de los Bancos, del chocolate y los relojes. De esa suerte de supuesto enclave burgués se esperarían cajas de seguridad, bombones o cronómetros y no mucho más. Sin embargo, siempre fue y sigue siendo mucho más. Ante todo, es para el planeta el país de la no beligerancia, del silencio, de la calidad de vida y de la democracia.

Limitada al norte por Alemania, al oeste por Francia, al sur por Italia y al este por Austria y Liechtenstein, Suiza tiene una virtud sobresaliente: hace 208 años que vive en sin entrar en ninguna guerra, sin disparar un solo tiro desde 1815. El estado de paz es vitalicio.

Pero esa no beligerancia hoy perpetua no le cayó del cielo, sino que fue fruto de una persistente política oficial que, en la mejor práctica, le otorgó la garantía de la inviolabilidad de su territorio, aunque se vio varias veces amenazada en estos más de dos siglos.

Es seguro que el período de mayor fragilidad lo vivió Suiza durante la vigencia del cercano nazismo del Tercer Reich, fogoneado por el voraz Hitler. Poco después de la Segunda Guerra Mundial se llegó a decir que los suizos no habían tenido un comportamiento correcto, al rechazar a refugiados judíos que querían ponerse a salvo en su territorio.

Sin embargo, estudios realizados en las últimas décadas demostraron que Suiza recibió a la mayor parte de los judíos que huyeron del nazismo, tal como está detallado en el libro “El vuelo a Suiza” presentado por la historiadora Ruth Fivaz Silberman, un trabajo de 1.000 páginas que le llevó 19 años de investigación.

El Monumento a Vladimir Nabokov, en Montreux, Suiza / Web

Pero no fueron solamente su neutralidad, su pujanza económica, su desarrollo ganadero en los valles alpinos y otras cualidades las que caracterizaron a ese país, sino también su especial forma de ser, su apego a las formas democráticas más sencillas y eficaces de gobierno, su clima natural de libertad y de respeto entre las personas las que la convirtieron en una suerte de oasis atractivo.

“Quiero envejecer en Suiza, quiero morir en Suiza” fue una suerte de ansia compartida por escritores, filósofos, empresarios, artistas y figuras de renombre. Cansados del estrépito y de las injusticias del siglo XX miraron hacia el corazón de Europa y allí estaba Suiza.

La lista de escritores que vivieron o murieron en ella, claro, tiene que empezar por el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), ya convertido hoy en figura universal; el irlandés James Joyce (1882-1941), con su revolucionaria novela “Ulises” y el ruso Vladimir Nabokov (1899-1997) autor de la famosa “Lolita”, tres de los mayores autores del siglo XX que murieron respectivamente en Zurich, Ginebra y Montreux.

 

Al morir Borges, Suiza lo homenajeó como a un grande, con una ceremonia religiosa multiculto

 

Los tres también coincidieron en que buscaron el final en ese país y en que siendo autores de obras inmortales, ninguno de ellos obtuvo el Premio Nobel de Literatura, algo que hasta hoy sigue generando protestas contra la academia sueca.

El que sí obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1924 fue el escritor austríaco Herman Hesse (1877.1952), autor del “Demian”, de “El Lobo Estepario” y de “Siddartha”, entre otros libros memorables. Hesse, un adicto a la vida helvética, falleció en el cantón suizo de Tesino.

BORGES

Muchas veces Borges habló de Suiza, país en el que se educó unos años de pequeño y al que volvería ya cerca del final. Al morir, Suiza homenajeó a nuestro escritor como a un grande, con una ceremonia religiosa multiculto pocas veces vista.

Además Borges fue enterrado en Ginebra, en el cementerio de Plain-Palais, un monumento histórico nacional también llamado “Cementerio de los Reyes”, al que casi no le quedaba espacio alguno.

Allí están depositados los restos de Juan Calvino (reformador protestante) y de los escritores Robert Musil y Ludwig Hohl, del psicólogo Jean Piaget, así como Ludwig Quidde, Adrien Lachenal, Guillaume-Henri Dufour, Elías Canetti, Paul Lachenal, Humphry Davy, Ernest Ansermet, Alberto Ginastera, Frank Martin, Griselidis Real, Alicia Rivaz y Sofía una hija de Fiódor Dostoyevski.

Como siempre, Borges había dicho cosas simples y profundas. En este caso de Ginebra: “De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad”, dijo Borges.

El autor de “El Aleph” agregó: “Le debo, a partir de 1914, la revelación del francés, del latín, del alemán, del expresionismo, de Schopenhauer, de la doctrina del Buddha, del Taoísmo, de Conrad, de Lafcadio Hearn y de la nostalgia de Buenos Aires. También la del amor, la de la amistad, la de la humillación, y la de la tentación del suicidio. En la memoria todo es grato, hasta la desventura”, añadió.

 

En Montreux se puede admirar la moderna estatua erigida en homenaje a Freddie Mercury

 

Y finalizó Borges: “Esas razones son personales; diré una de orden general. A diferencia de otras ciudades, Ginebra no es enfática. París no ignora que es París, la decorosa Londres sabe que es Londres, Ginebra casi no sabe que es Ginebra”.

Eso es la paz, la modestia, el silencio concretos de una patria simple, no redundante. Porque Suiza tiene varias leyes para el silencio humano: no se puede bañar ni hacer funcionar otros artefactos sanitarios después de las 22, los perros deben ser enseñados para no ladrar y, efectivamente, es casi imposible escuchar un ladrido en Suiza.

Pero si algún amante de los perros se enoja por esto, hay que decir que el dueño del perro tiene que hacer un curso de dos meses para poder tener un ejemplar. Y además, a la gente se le exige tener dos mascotas, para que se acompañen, para que no estén solos.

Las grandes ciudades –como la de Zurich, por ejemplo- tienen decibelímetros que marcan el máximo permitido. Si se pasa ese tope, el decibelímetro se dispara y hace sonar una alarma en el destacamento policial más cercano, llega la policía al lugar, detiene el tránsito, se silencian las obras en construcción, la ciudad pareciera entrar como en un simulacro previo al bombardeo.

Todo se hace para evitar que haya contaminación sonora. Solo cuando descendió el nivel de ruidos, de a poco la policía ordena que vuelvan el tránsito automotor y el resto de la dinámica urbana. Es difícil, casi imposible, escuchar que suene un bocinazo en ese país del silencio.

En Suiza recalaron o murieron Chaplin, perseguido por el macarthismo americano que lo consideró comunista; Freddie Mercury, recordado por un enorme monumento en Montreux-; la bella actriz Audrey Hepburn; Albert Schweitzer, que allí vivió y paseó entre 1901 y 1909, mientras gestaba allí su teoría de la Relatividad, y existe en los Alpes para los turistas un “Sendero Schweitzer- y, entre tantos otros el filósofo anarquista ruso Mijail Bakunim.

El monumento a Freddie Mercury, en Montreux, Suiza / Web

Entre otras de las rarezas que caracterizan a Suiza merece mencionarse la gratitud que demostraron con muchos de sus visitantes. En ese sentimiento irá, con seguridad, también una muestra de la inteligencia con que manejan su relación con la humanidad.

En Montreux, a orillas del lago Leman, se puede admirar a una enorme y moderna estatua, erigida en homenaje a Freddie Mercury, frente al hotel en donde se alojaba el cantante de Queen.

También en un parque de la misma ciudad aparece un ensimismado bronce, en cuerpo entero, de Vladimir Nabokov sentado y en actitud meditativa. En cuanto a Chaplin, que vivió en Suiza sus 25 últimos años de vida, la preciosa casa que levantó –la Manoir de Ban- fue convertida en el Museo Charles Chaplin, visitada por centenares de miles de personas.

Para Borges, se sabe, hubo una despedida oficial en Suiza. Pero eso no fue todo. En 2003 las autoridades de Ginebra le dedicaron una calle a Jorge Luis Borges, en una iniciativa votada por unanimidad. En un día que lloviznaba le pusieron su nombre a una calle del barrio Saint Jean. Ginebra no olvidó al escritor argentino.

Meses después un proyecto para bautizar con el nombre de Borges una calle de Quilmes, presentada por la concejal peronista Liliana Lutteral, fue rechazada por el propio bloque.

La casa museo de Charles Chaplin en Suiza / Web

 

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