“Jíjop”: distópica y surreal, vuelve la historia bailada

Hay obras de teatro en las que uno se sorprende por la actitud que uno mismo toma mientras está siendo parte, como espectador, del acto creativo: con una sonrisa permanente, disfrutando a conciencia, del placer de estar presenciando algo bonito. Y “Jíjop, una historia bailada”, que hoy pondrá a andar los engranajes de su segunda temporada en una nueva casa en la calle Corrientes, es una de esas.

Tras una exitosa primera temporada en el Galpón de Guevara, que le sirvió a su protagonista y coautor Emiliano Larea para vencer algunos temores, “Jíjop” lleva todo su artilugio a la Sala Picasso del Paseo La Plaza. Y decimos artilugio porque es la palabra que, en su significado literal, y según nuestro criterio, mejor define su esencia, la de ser un “mecanismo, máquina o aparato, especialmente el de manejo complicado, o el que tiene una función que no se percibe fácilmente o se desconoce”.

Bajo la dirección de su otro coautor Gabriel Páez, en la obra conviven distintos lenguajes escénicos como el teatro físico, el teatro negro, la máscara neutra, herramientas expresivas de la técnica Le coq y las danzas urbanas como el popping, en las que Larea -actor y bailarín, especializado en ritmos urbanos, como el hip hop, además del mimo y las artes marciales- hace años viene especializándose. De hecho, hacía tiempo que buscaba un proyecto que, partiendo del hip hop, e investigándolo a partir de un lenguaje corporal, le permitiera desarrollar una dramaturgia teatral.

Así, en un “encuentra/encuentro” esta obra se fue develando sola, cosiéndose en episodios, en los ensayos. En escena, un carpintero fabrica un nuevo muñeco, bautizado Jíjop, uno más entre los muchos que habitan sus estanterías repletas de cajas. Un día, el muñeco cobra vida, se reconoce y, asombrado, escapa. Quiere saber cómo es el mundo que lo rodea y termina atrapado en el rugido de la maquinaria urbana que lo transforma, lo usa y lo cambia. Jíjop aprende, domina y avanza en los diversos niveles de la máquina y termina sometiéndola.

Distópica, esta especie de versión moderna y cruda de Pinocho, se enriquece con una estética muy atractiva, que, aunque no fue creada especialmente para niños y niñas, se convierte en una propuesta apta para todo público.

Los chicos enloquecerán con el universo que propone, con una estética surrealista y fantástica que remite a los mundos cinematográficos de Tim Burton, y los grandes, ahí vamos de nuevo, lo disfrutarán con una sonrisa de placer aún cuando el relato físico se torne oscuro y la crítica -sobre cómo las tramas de significación que generamos nos transforman y alienan- empiecen a emerger en pasos de bailes cada vez más frenéticos y descarnados.

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Sin decir una palabra, Larea deja el alma en escena, yendo y viniendo, cambiando de pieles y estados, en esta producción que se hace fuerte con la música y los sonidos que, a diferencia de la primera temporada, trae ahora una puesta original que la vuelve aún más potente.

Otra de las novedades que se verán en este reestreno es la cantidad de asistentes de escena (antes eran dos, ahora son tres), eslabones clave del artilugio teatral de “Jíjop”, una historia que incentiva la imaginación (¡qué lindo es para los grandes volver a sentir la ilusión de los chicos!) y que potencia el famoso acuerdo entre los espectadores y el hecho creativo.

Larea, reconocido por su trayectoria como actor y conductor de televisión en Pakapaka, desempeño que le valió premios como el Martín Fierro, FundTv y Prix Jeunesse, dialogó con EL DIA sobre el nuevo desafío que encarar con esta nueva posibilidad escénica de “Jíjop, una historia bailada” que, desde hoy, se ofrecerá los sábados a las 16 y domingos a las 15 en la sala de Av. Corrientes 1660. También se ofrecerá durante las vacaciones de invierno, todos los días, a las 15. Entradas a través de Plateanet.

-¿Cómo encarás esta segunda temporada de “Jíjop”?

-Estamos muy contentos. Es mucha novedad para nosotros ir a esta nueva sala, que es preciosa, y que estuvimos habitando estos días. Realmente, es una obra muy desafiante porque tiene muchísimo movimiento y hay que hacer mucho ensayo en bambalinas porque la escenografía móvil entra, sale, es como una danza en el escenario y detrás del escenario, algo que genera un lenguaje que es súper atrapante, que disfrutamos mucho de hacer y que genera mucha empatía en el público también.

-¿Cuánto influyó este nuevo espacio en la obra?

-Es como un estreno nuevamente. Es una nueva obra porque nos habíamos quedado con ganas de darle algunas vueltas de rosca a la dramaturgia, darle un poco más de tiempo y también, a diferencia de lo del año pasado, que era con música ya compuesta, esta es original. Melina Moguilevsky y Tomás Rodríguez hicieron una orquesta, básicamente. Lo grabamos en estudio con instrumentistas de vientos, cuerdas, percusión. Al ser música compuesta para la obra, nos permitió también tomarnos otro tiempo en el desarrollo de la escena.

-Es una obra que, sin haber sido concebida para chicos, tiene una capa de sentido que funciona también para ese público.

-Es como muy popular y eso me gusta mucho. Sucede también que la gente que por ahí es conocedora del teatro disfruta de las técnicas que desplegamos a nivel escénico, pero la gente que nunca vio teatro o que nunca vio danza, la disfruta un montón porque la comprende y valora. Logramos generar un contenido que atrapa a todos por igual.

-En ese resultado, mucho tienen que ver también los asistentes de escena, esas sombras que están pero no están, y que ayudan a crear esos mundos imaginarios que tanto fascinan.

-Nosotros decimos que son la maquinaria “jijopera”. Son unos personajes que, además, cuentan un montón también sobre la teatralidad y las convenciones. El trabajo que hacen en bambalinas es infernal, es una obra que demanda un ritmo que tenés que estar muy, muy, muy veloz por detrás así que sí, es un desafío.

-Y el trabajo tuyo también, porque entre uno y otro personaje, tenés un desgaste tremendo.

-Es una obra exigente, sí, pero por esa exigencia que tiene o esa demanda, es que genera su magia, esa cosa que te atrapa y no podés dejar de ver. Hay mucha energía dispuesta en el escenario.

-Además de ser atrapante, y bonita, es una pieza muy crítica.

-Sí, tiene un mensaje que a nosotros nos gusta mucho, una metáfora del mundo en el que habitamos y los roles que ocupamos ahí. Me gusta también esto de cómo Jíjop, finalmente, somete a la máquina, y termina corrompido. Algo que podría verse como una observación de cómo se maneja la humanidad a nivel sistemático.