Verano seguro: cuando la vida no se remite a la suerte: se trata de cuidado

La muerte por ahogamiento en infancias y adolescencias es uno de los sucesos más evitables en Argentina. Ocurre rápido, sin ruido y en escenarios que parecen inofensivos. Esta guía reúne claves prácticas para el hogar, piletas y entornos naturales

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En La Plata y en todo el territorio nacional, comenzó la temporada alta de chapuzones, pelotas llenas de aire, ríos lentos que no lo son tanto y piletas “armables” que prometen alivio. El verano, en un país donde el agua es parte de los rituales cotidianos —el club, la quinta, el río, el mar, el patio— también exige hablar de prevención. No desde el miedo, sino desde la certeza: la mayoría de los ahogamientos se pueden evitar si hay una cadena de cuidados básica, constante y socialmente compartida.

Los números son estremecedores: en Argentina muere una niña o un niño por ahogamiento cada semana. Esa frecuencia transforma el dato en una alarma sanitaria que reclama repetirse en cada conversación de verano, de colonia, de reunión familiar. En 2023, el Ministerio de Salud de la Nación registró 48 muertes en menores de cinco años por esta causa: casi un fallecimiento por semana. Pero lo esencial es recordar que el riesgo no es estacional. No hay un “momento del año” exclusivo donde pasa. Pasa en enero, pasa en mayo, pasa un martes cualquiera. Y pasa en silencio.

La escena típica es la menos dramática imaginada: no hay gritos, ni pedidos de ayuda, ni brazadas épicas. Hay pocos centímetros de agua, segundos de distracción, un celular titilando cerca, un balde olvidado, un pozo sin tapa, una bañadera que se llena otra vez. Por eso, antes de hablar de guardavidas, hay que hablar de casas: el lugar donde más se ahoga la primera infancia.

El hogar: el primer territorio a proteger

En menores de cinco años —y sobre todo en bebés que todavía no caminan o recién ganan estabilidad— el peligro suele estar a nivel del suelo. La consigna es clara: si el agua está ahí, el cuidado también tiene que estar ahí.

Las bañaderas, inodoros destapados, baldes que quedaron tras limpiar el patio, estanques ornamentales, acequias, pozos de agua, bebederos de animales, tanques sin protección y piletas inflables sin vaciar son escenarios recurrentes de riesgo en la primera infancia. Un niño de menos de un año depende por completo de la atención adulta: no puede anticipar el peligro, incorporarlo como experiencia previa ni reaccionar a tiempo.

El ahogamiento en esa edad es rápido, silencioso y requiere muy poca cantidad de agua. La recomendación principal podría escribirse en una estampita de heladera: un adulto atento, a menos de un metro, sin celular, sin distracciones, con el 100% de la atención en el niño o niña. Y un agregado que debería ser tan natural como las ojotas en la puerta antes de entrar a la casa: ningún niño al cuidado de otro niño. Aunque haya hermanas o primos mayores, no hay edad infantil capaz de reemplazar la vigilancia adulta cuando hay agua de por medio.

Además, hay un gesto que previene sin costo: eliminar cualquier recipiente con agua del alcance directo. Vaciar baldes, palanganas, piletitas inflables o contenedores de limpieza apenas dejan de usarse. Mantener cerrados y asegurados baños, portones o accesos que dan a zonas con agua. Y en espacios rurales o semiurbanos —donde el agua circula como infraestructura viva del paisaje— asegurar pozos y estanques con tapas pesadas o cercos.

La pileta: alivio, pero con reglas estrictas

El segundo territorio central de la prevención son las piletas: fijas o desmontables. La primera barrera de protección es física, pero siempre complementaria. Nunca sustituta.

Las piletas en casas, quintas o espacios compartidos deben contar con cerco perimetral completo, de al menos 1,30 metros de altura y barrotes verticales con separación menor a 10 cm. Una sola puerta, con cierre alto, resistente y no accionable por niños pequeños.

Cerca del cerco no debe haber objetos que faciliten el escalamiento: sillas, macetas, reposeras, baldes, molduras o estructuras que funcionen como “escalón accidental”. Adentro de la pileta, cuando no haya uso activo, no debería haber nada que llame: ni juguetes, ni pelotas, ni inflables flotando. Todo lo que flota atrae. Todo lo que atrae puede provocar un acercamiento no vigilado.

Los pisos y bordes deben ser antideslizantes, con escalinatas de poca pendiente, escalones amplios, rectos, con baranda firme y superficie segura. Las rejillas de succión deben ser de trama estrecha para evitar atrapamientos, en especial en piletas con filtrado.

Una aclaración clave para la época de comentarios simplistas en WhatsApp familiar: los flotadores de cuello, manguitos o chalecos no homologados no son elementos de seguridad. Funcionan como asistencia recreativa, no como protección real frente al riesgo.

Y otra regla que debe transformarse en hábito: vaciar las piletas inflables o desarmables cuando dejan de usarse. Nada de “dejarla llena para mañana”. Mañana empieza hoy, con la pileta vacía.

Adolescencias y agua

En adolescentes, el agua ya no es un descuido, es un desafío. Y también un malentendido: creer que la destreza personal alcanza para domar el entorno.

Los ahogamientos en esa etapa suelen vincularse a imprudencias, subestimación del riesgo, consumo de alcohol o drogas, equipo inadecuado, horarios sin guardavida disponible, salto en zonas donde no se ve el fondo, ingresos a lugares no habilitados o desconocimiento de la corriente, la profundidad o los obstáculos bajo el agua.

La recomendación central para esa edad es promover el autocuidado responsable sin demonizar el disfrute. No zambullirse en aguas donde no se ve el fondo. No ingresar a espacios no habilitados. Bañarse en horarios donde haya guardavidas. Respetar siempre señales e indicaciones. Utilizar equipo adecuado según la actividad y nunca ingresar al agua bajo efectos de sustancias.

La seguridad adolescente también es educar el cuerpo, no solo la mente. Se recomienda incorporar habilidades acuáticas de forma progresiva desde edades tempranas: aprender a nadar, flotar, girar, respirar con control y moverse con eficiencia en el agua. Pero de nuevo: nadar no equivale a estar a salvo. La prudencia es la técnica más avanzada.

RCP, clubes, colonias y el valor de saber qué hacer

Aunque la infraestructura sea segura y el agua esté bajo control, hay un factor que da vuelta la historia cuando los segundos cuentan: la reanimación cardiopulmonar. Todas las personas adultas que cuidan niños o acompañan adolescentes deberían saber RCP. No para usarla: para ojalá nunca tener que hacerlo. Pero sabiendo.

Los clubes, colonias de verano, instituciones educativas y espacios recreativos deberían contar con adultos formados en RCP, accesibles y con protocolos rápidos de acción. También se recomienda que escuelas, centros comunitarios y organizaciones deportivas fomenten formaciones básicas en primeros auxilios para cuidadores, docentes y coordinadores de actividades.

En época de fiestas, vacaciones o casas desconocidas —el cumpleaños en la quinta, la visita a parientes, el alquiler temporal— no se debe olvidar asegurar accesos al agua, conversar reglas con los adolescentes y reforzar que, ante la ausencia repentina de un niño, la primera búsqueda siempre es en el agua.

 

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