

La vista desde la cima del monumento / buenosaires.gob.ar
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Un ascensor vidriado en el emblemático monumento de Buenos Aires. Una historia que se remonta al Antiguo Egipto. Anécdota del que está erigido en el Vaticano, frente a la Basílica de San Pedro
La vista desde la cima del monumento / buenosaires.gob.ar
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
La casi totalidad de los obeliscos en el mundo existen para ser mirados, ya que su delgadez edilicia dificulta llegar por su interior -mediante eternas escaleras de caracol- hasta sus cúspides. Pero ahora el Obelisco de Buenos Aires, el más típico emblema de la capital del país, se convirtió también en una atalaya para mirar. Hasta ahora fue el mirado y a partir de este mayo se convirtió también en el que mira.
Ocurre que desde hace pocas semanas más de 200 personas ya habían podido disfrutar de una vista panorámica única, al pararse frente a las cuatro ventanas ubicadas en la punta del monumento.
En los días feriados de Semana Santa, ellas fueron las primeras que subieron por el recién habilitado ascensor vidriado que -a la manera del existente en una de las torres de la Catedral de La Plata- conduce hasta casi la atalaya, cerca de lo más alto del cruce de Corrientes con la Avenida la 9 de Julio.
Quien sube por el ascensor, sin embargo, debe bajarse y después subir otros 35 escalones para llegar al mirador y disfrutar las cuatro vistas de la ciudad. Y quienes acudan durante lo que queda de este húmedo mes de mayo podrán hacerlo en forma gratuita. Después se licitará la concesión y será el ganador quien fije el valor de la entrada.
El mundo cambia, las personas se van de este planeta o llegan sollozando a él, y estos símbolos de piedra –milenarios muchos de ellos, porque provienen del antiguo Egipto- allí están como testigos inmóviles y enhiestos mirando el paso de los tiempos. Es curioso, pero no son pocos los que dicen que los obeliscos primitivos fueron construidos por extraterrestres. Es que hace pocas décadas, para llegar a la posible vida en otros planetas, había que mirar hacia adelante, disparándose hacia el futuro. Y ahora, hay que atrasar el reloj y vestirse como Pedro Picapiedra para lograr encuentros cercanos del tercer tipo.
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Quisieron levantar allí un monumento a Yrigoyen, pero la grieta era considerable...
La Argentina, a veces, se toma su tiempo para que algunos proyectos se conviertan en hechos concretos. En esos casos no se puede asegurar si eso ocurre porque los argentinos son muy teóricos o porque no son nada prácticos. Lo cierto es que en 1936 el entonces intendente de Buenos Aires, Mariano de Vedia y Mitre, cuando inauguró el Obelisco, dijo estas palabras: “Existe el propósito de dotarlo de un ascensor interno que permita el acceso del pueblo a la cúspide del monumento”.
Veamos, el anuncio del alcalde porteño se cumplió 90 años después, con el ascensor interno que lleva hasta el mirador de 360 grados. Con barbas blancas o sin ellas la administración porteña cumplió casi un siglo después y más de 200 vecinos ya disfrutaron en estos días de una vista panorámica única desde las cuatro ventanas del monumento, ubicadas a 67 metros de altura. La iniciativa de la ciudad tuvo su debut durante el último fin de semana largo con una convocatoria que superó las 25.000 inscripciones.
El Obelisco porteño, esa previsible postal de la ciudad capital del país, tuvo a lo largo de su historia no pocos detractores. No fueron pocos los que se opusieron al proyecto de De Vedia y Mitre de erigir ese tipo de monumento. Es más, hubieron dos propuestas previas que dieron que hablar. Allí quisieron levantarle primero un monumento a Hipólito Yrigoyen, pero la grieta “conservadores-radicales” era más que considerable.
Después se propuso erigirle una gran estatua a Carlos Gardel, luego de que el cantante cayera en Medellín en 1935. Un Gardel a lo Minujín, algo tentador no sólo para el Abasto.
Y finalmente ganó el Obelisco, no sin antes de que el gobierno del presidente Agustín P. Justo debiera lidiar duramente con la Curia, porque ese lugar, estaba ocupado por el primitivo templo de San Nicolás de Bari y la Iglesia quería mantener ese dominio. Ahora bien, como se verá más adelante, las luchas por los obeliscos también existieron en Roma –la ciudad reina de los obeliscos ya que tiene erigidos una docena de ellos- puesto que en realidad son monumentos paganos dedicados por los egipcios al sol y cuando los Papas se instalaron en la Ciudad Santa hubo polémicas a granel.
“Armatoste sin sentido”, le dijeron al Obelisco porteño ya construido. “Bodrio sin perspectiva”, fue otro brulote. También fue calificado como “adefesio” o como “pisapapeles de acero y cemento”. La pelea se profundizó entre tradicionalistas y renovadores, mientras el monumento porteño, indiferente a esas discordias, se consolidaba como un mito.
El ascensor que transporta encima del metro 67 / buenosaires.gob.ar
Hace pocos años un urbanista español convocado por el entonces jefe de Gobierno, Mauricio Macri, dijo que los porteños “en realidad ni siquiera saben para qué está el Obelisco” y consideró que era “un error” tratar de considerarlo como representativo. “A Buenos Aires le hace falta un edificio emblemático, que la presente ante el mundo como la gran ciudad que es”, dijo el especialista. Le preguntaron cuál sería ese edificio y dijo “habría que hacerlo”, para sugerir que en la boca del Puerto se alzara un edificio de vidrio, que repitiera el diseño del Glaciar Perito Moreno y hacer allí un museo de arte.
La idea fue barajada, pero ganó el Obelisco.
Desde siempre, desde milenios antes de Cristo, los obeliscos se asociaban en Egipto con el culto al dios Sol. Eran símbolos de Baal o de Nimrod. Tan es así que la forma de casi todos los obeliscos, de los que están en Europa, en Estados Unidos, en Asia, es aguda en la punta y se van ensanchando, no mucho, hasta sus bases. Tienen cuatro caras trapezoidales y se entiende que remedan la imagen de un rayo de sol.
En el centro de la Plaza de San Pedro se alza el enorme obelisco llamado del Vaticano, que procedía de Egipto y que fue llevado a Roma por deseo del escandaloso emperador Calígula, en el año 40 de nuestra era. Se dice que era tan grande y pesado que para transportarlo hubo que llenar una nave con lentejas. El obelisco fue colocado primero en el centro del circo de Nerón, un lugar de la ciudad antigua que se destinaba a espectáculos públicos y en donde fue martirizado el primer Papa cristiano.
Pero en 1586, el Papa Sixto V hizo que el obelisco se trasladara al punto central de la actual plaza, en homenaje a San Pedro y la ceremonia del trabajoso emplazamiento dio que hablar. Las autoridades habían pedido que el público guardara estricto silencio, bajo pena de aplicar graves sanciones al que distrajera a los operarios con su charla.
Con sogas y grúas primitivas se inició el alzado del monumento y allí se advirtió que las sogas comenzaban a cortarse, por el enorme peso que cargaban. Un viejo marino que estaba entre el público decidió entonces gritar: “Mojad las cuerdas!”. Los responsables de ese trabajo y los operarios le hicieron caso al marino y enseguida vieron cómo las sogas volvían a ponerse tensas, lográndose erigir al Obelisco. Dicen que el Papa ordenó que, en lugar de sancionar al que había gritado, se lo recompensara y también ordenó que se realizaran salvas de cañonazos y se repicaran campanas para festejar la instalación del obelisco que hace dos mil años está en el Vaticano, viendo el devenir histórico de Papas y de multitudes de fieles.
“El ojo que ves no es/ ojo porque tu lo veas/ es ojo porque te ve”, dijo Antonio Machado en este breve poema escrito en 1912 que, según los críticos, marca el final de la época romántica y el inicio de la era contemporánea. Hace pocos días el Obelisco porteño dejó de existir para ser mirado, y ahora se convirtió en un mirador.
El Obelisco en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano / Web
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