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Esta biblioteca se creó cuando ciencias médicas era una escuela preparatoria, a mediados de los años ‘20
A principios de 1924, el consejo superior de la Universidad Nacional de La Plata aprobó una partida de 1.000 pesos moneda nacional para muebles y estanterías, solicitados por la Escuela Preparatoria de Medicina dirigida por el doctor Héctor Dasso. El destino del mobiliario, pedido mediante el expediente 18/24, era la flamante biblioteca de la escuela.
Ese documento ubica el nacimiento de la biblioteca de Medicina en mayo de 1924, es decir, 10 años antes de la creación de la facultad.
Vale repasar los trazos gruesos de esa historia. Cuando Rodolfo Rivarola sucedió a Joaquín V. González al frente de la UNLP, el profesor llegó desde la UBA con la decisión de fundar aquí una “Escuela Preparatoria de Medicina”. Para cristalizarla consultó al profesor Lhemann Nitsche, quien 10 años antes había presentado el proyecto de un Liceo de Medicina, y al anatomista Pedro Belou.
El informe de Belou fue clave. Abordaba tres temas fundamentales, como la disponibilidad de cadáveres, las cátedras a crear y la ubicación de la escuela. Rivarola presentó el proyecto en el consejo superior. El 27 de abril de 1918 ese cuerpo dictó la ordenanza que creaba en el ámbito de la Universidad Nacional de La Plata la Escuela Preparatoria de Medicina.
Como se indicó, hacia 1924 ya tenía una biblioteca. Funcionaba en un pequeño local cercano al área de Anatomía, con su sala de lectura contigua al hall del primitivo edificio de la casa académica.
Contaba con unos 300 volúmenes, en su mayoría provenientes de donaciones de profesores y docentes auxiliares.
El 23 de marzo de 1934, el Poder Ejecutivo Nacional autorizó la conversión de la Escuela en facultad. La biblioteca, en tanto, siguió a cargo del mismo personal durante seis años más.
El doctor Julio Sambucetti Pons la dirigió desde mayo de 1924 hasta junio de 1940. Lo sucedió su colega Noel Sbarra, quien fue director entre agosto de 1940 y abril de 1943. Carlos Villoldo, Plácido Seara y Luis Irigoyen continuaron la labor, en ese orden, hasta 1947.
Dos años más tarde, a raíz del aumento de lectores y de obras consultadas la biblioteca comienza a atender en doble turno.
En 1972 se muda al 4º piso del edificio central de la facultad. También estaba en ese inmueble el depósito de la biblioteca, el cual, con el tiempo, se transformó en un riesgo para la estructura edilicia.
Pero el gran cambio sobrevino hace pocos años. Las autoridades de la facultad no pensaban en una mera mudanza más, sino en desarrollar un espacio moderno, que conjugara el acceso al libro tradicional y a las nuevas tecnologías.
Fue así que en 2013 comenzó la obra de remodelación integral del inmueble que alberga al área tecnológica-educativa, ubicado detrás del edificio tradicional que da a avenida 60.
Un año después comenzó a funcionar la moderna biblioteca actual. Mucho tuvo que ver en su diseño Lilian Urrutia, directora desde 2006 y empleada del lugar desde hace más de 20 años.
Con 9.000 monografías (libros, tesis, etcétera) y 832 títulos de revistas, las instalaciones de la biblioteca Islas Malvinas se encuentran distribuidas en dos pisos. Aquí vale hacer una pausa. No pocos se preguntan porqué lleva ese nombre. Lilian explica que en 1982, con la facultad intervenida por la dictadura militar y a días del desembarco de tropas argentinas en las islas del sur, el decano a cargo decidió bautizarla Islas Malvinas. El acto se llevó a cabo el 13 de abril de aquel año.
La dirección, atención al público, estanterías, hemeroteca y depósito funcionan en la planta baja. El material de circulación no habitual se colocó en estanterías móviles con el fin de preservarlo.
En el primer piso se encuentran las salas. Observar a los alumnos da gusto. Lilian la define como una “biblioteca viva”. Es que además de la sala silenciosa, preparada con pupitres para quienes estudian en forma individual, están la sala parlante -con mesas para tres o cuatro estudiantes- y la de trabajo grupal, en la cual, alrededor de grandes mesas ovaladas, los jóvenes se juntan a realizar trabajos prácticos. El mate, las galletitas y el clásico ambiente universitario dominan el lugar.
“Muchos chicos del interior o del extranjero, que viven en pensiones, se pasan el día aquí. Estudian, van a cursar y vuelven. Están a gusto. Eso es fundamental”, subraya la directora, quien durante el último congreso mundial de Medicina se emocionó cuando ex estudiantes de otros países llevaron a sus esposas a conocer la biblioteca y les decían “acá es donde más tiempo pasé” o “si no hubiese sido por la biblioteca no hubiera podido hacer la carrera” por el valor de los libros.
La cuarta sala de lectura y estudio es la de computación, con 12 máquinas a disposición de los alumnos.
En el mediano plazo, el objetivo es crear el repositorio institucional, para albergar toda la producción científica y académica de profesores y estudiantes. Para seguir creciendo.
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