El llanto por los ídolos populares

El dolor a cara descubierta, las colas interminables, el gentío impresionante para la despedida. Y los aplausos mezclándose con el llanto en rostros sin edades, ni condiciones sociales. Imágenes que se repiten ante cada demostración masiva de dolor popular y que se recrearon ayer ante la noticia de la muerte de Rodrigo.
La reacción ante la desaparición del cantante generó un fenómeno de similares matices al de otras muertes de personajes del espectáculo o del deporte que conmovieron al país y que han tenido su correlato en otras partes del mundo.

Por cuestiones de rubro musical, acaso el antecedente más cercano a la congoja vista ayer fue el de la muerte de Gilda, la cantante bailantera sobre la que además se creó el mito de los milagros y sobre el que se levantó un santuario en el lugar donde -como Rodrigo- también sufrió un accidente automovilístico fatal.
Cruzada por el fuego de la polémica por el crimen de Alicia Muñiz, la muerte de Carlos Monzón es otro ejemplo de congoja popular, acaso atenuada por haber llegado en el ocaso de su vida deportiva.
Con Alberto Olmedo el país pareció llorar algo más que su desaparición física. Se lloraba por el fin de un talento que aún hoy no ha podido igualarse y que hace, por ejemplo, que la repetición de sus programas alcance niveles de audiencia que ningún otro programa cómico ha podido conseguir desde la muerte del inolvidable "Negro".
La muerte en la plenitud de la vida y de la carrera emprendida parece darle un valor agregado al dolor de la gente. Y Carlos Gardel es el primer anotado en la lista del sentimiento nacional desolado ante la muerte que ataca por sorpresa.
La hora del dolor popular nunca es la hora de las comparaciones y las distancias. Es, simplemente, el momento de devolver con lágrimas las emociones recibidas.
Muchos de los ayer fueron a llorar a Rodrigo apretaban entre sus manos pedazos de tickets de funciones recientes o de las presentaciones que este fin de semana debía hacer el cordobés en la zona sur del Conurbano.
Ese valor agregado que parece dar la muerte del ídolo cuando está en su plenitud ha tenido su fiel reflejo en la trágica desaparición de Ayrton Senna, llorado por todo el Brasil que lo sigue idolatrando como su eterno campeón de la Fórmula Uno.
La de Lady Di es otra muestra de que el dolor popular se agiganta cuando los ídolos mueren dejando la vida por delante. El triste final de la princesa fue seguido desde todos los rincones del mundo y en su país generó concentraciones masivas que no se veían desde la otra muerte célebre que acongojó al pueblo inglés y se extendió al resto del planeta: la de Jhonn Lennon.
La muerte de Rodrigo quedará como una de esas jornadas en que miles y miles de argentinos coincidieron en la tristeza como forma de agradecerle por tanta alegría.
Con su muerte tempranera, su pinta y su desparpajo, Rodrigo se ganó el título por el que murió peleando. Se fue de este mundo siendo el Gardel del Cuartetazo.
Y por eso de ahora en más y para muchos, cada día cantará mejor.