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Fino análisis sobre el mundo obrero

"Recursos humanos" es una joven película francesa que recupera el valor del cine social, en gran medida rehuido por pantalla actual en obediencia a esa ficción que prometió el fin de las conflictividades de clase.

2 de Julio de 2000 | 00:00

Por AMILCAR MORETTI


Película grata, muy seria por cierto, que llega a nuestras pantallas para volvernos a la cotidianeidad que el cine de hoy, en general, trata de rehuir en un escapismo que empieza como esparcimiento justificado y termina en la narcotización de la conciencia sobre el mundo real. "Recursos humanos", película francesa que recibió el máximo premio en el reciente Festival de Cine de Buenos Aires, sorprende por dos razones, más aún cuando se descubren después de haberla visto. Primero, se trata de la ópera prima del director, Laurent Cantet. Segundo, ninguno de los intérpretes (salvo el protagonista, Jalil Lespert) es actor profesional, sino obreros, desempleados y sindicalistas reales que representan a personajes de su propia clase. Incluso el jefe, defensor de la patronal, ha sido un ejecutivo de empresa.
"Recursos humanos" es cine proletario, propuesta tan combativa como puede serlo la clase obrera hoy, que con la revolución robótica y el desempleo se halla en estado de postración con vaticinios, inciertos, de desaparición histórica. Como cine proletario es una perla negra en el panorama cinematográfico actual, donde sólo es posible hallar paralelos (interesante sería el desarrollo de la comparación) en la cinematografía inglesa (básicamente, Ken Loach) o en Francia mismo (Guediguian y su "Marius y Jeannette"). El filme trata la conflictividad familiar, generacional y de clases que irrumpe cuando un joven becario parisino, especialista en "recursos humanos" (un eufemismo marketinero para no decir "asalariados"), vuelve a su pueblo a trabajar en la empresa en que, desde hace treinta años, es obrero su padre. El joven participa activamente en la implantación del plan de 35 horas semanales, en principio una medida progresista en Francia porque sustituye al régimen de 48 horas y otorga más ocio a los trabajadores, pero que con las maniobras patronales, como muestra el filme, se convierte en una trampa para dar lugar a la racionalización, la flexibilidad y el despido de empleados.
Para desarrollar este tema, la película de Cantet no elige la épica social sino que opta por la historia íntima, con acento en la relación entre ese padre obrero sumiso y orgulloso del ascenso social de su hijo y ese muchacho que cree con honestidad en las ventajas del neoliberalismo que aprendió en la universidad y luego, al ver las consecuencias del desempleo, opta por la rebelión y finalmente, ni obrero ni burgués, parece ir en camino de convertirse en un desclasado, ese "sin lugar" que plantea como interrogante el plano final del filme. Cantet ha declarado que al momento de hacer su película pensó en el melodrama y en ese sentido, sin declamaciones, lugares comunes ni golpes bajos, su relato trabaja en detalle los sentimientos individuales que van transmitiendo palabras y conductas de sus personajes. Más allá del núcleo familiar del protagonista, centro de la acción, hay un verdadero coro de sujetos -compañeros de fábrica, gremialistas, una veterana militante del partido Comunista, amigos del joven-, que completan un cuadro social complejo, lleno de sutilezas en la ilustración del mundo obrero en su actual situación de crisis.
Porque "Recursos humanos" es una película proletaria, pero del proletariado de fin de milenio, después de la Caída del Muro y la debacle del socialismo real, cuando se habla de la era del "fin del trabajo", esto es, de los trabajadores. Como relato tiene una estructura clásica (no convencional), lineal en su desarrollo, pero elegida como recurso para aportar claridad y precisión, sin excluir dudas e interrogantes a un nutrido universo de complejas relaciones sociales. Dicho de otra forma: la película intenta registrar el estado actual de la clase obrera (al menos en un país capitalista desarrollado como Francia) a través de las reacciones que los personajes tienen en su vínculo cotidiano en el hogar y en la fábrica.
La temática es más amplia y profunda de lo que aparenta, ya que incursiona en las diferencias de pensamiento generacional y las distinciones dentro de una misma clase social que establece la educación (ese padre obrero y ese hijo universitario), aborda los diferentes niveles de conciencia política y de clase (la vieja militante y los delegados frente a obreros conformistas con años de regular confortabilidad), la oposición de clase que el neoliberalismo conservador pretende haber abolido (la confrontación entre la elite gerencial y los empleados), y una serie de cuestiones más detalladas y sutiles que se van agregando para completar este microuniverso ilustrativo del proletariado.
Uno de los valores salientes de "Recursos humanos" es la prolija diferenciación de roles que transmiten los diversos personajes, sin caer en el estereotipo ni el maniqueísmo. Aquí no hay obreros buenos y patrones malos, sino seres humanos que defienden sus intereses -y en ese sentido no pueden eludir su pertenencia de clase- y que tienen contradicciones, vacilaciones, dudas y debilidades. En gran medida se trata de una película didáctica, que agrega claridad de conciencia sobre una situación que es confusa por el borramiento de las antinomias ideológicas que parecían claras antes de la caída de la ex URSS. En ese sentido, puede servir para echar luz sobre países como el nuestro, con un último medio siglo con una clase obrera fuertemente organizada. Pero hay que atender a algunas diferencias: en la película, los sindicalistas franceses parecen estar a la izquierda de los obreros sobreadaptados al consumo y casi mimetizados con la condición de pequeños burgueses. En la Argentina, en cambio, el obrero está diezmado en su organización gremial, desocupado y cercado por la flexibilización y los bajos salarios, mientras la cúpula, burocratizada, se ubica en el polo ideológico opuesto al francés.
De cualquier forma, "Recursos humanos" aparece como una obra clara que no rehuye el abordaje de las dudas, las confusiones (¿qué deben hacer los obreros?) y los interrogantes todavía sin respuesta. También es un relato de exposición simple que incursiona en la complejidad de un círculo de relaciones humanas que no reconoce paradigmas apuradamente claros o tranquilizadores. Y es, ante todo, un intento valioso por ensayar otro tipo de cine, un cine social que nos acerque con placer a la realidad y preocupaciones de todos los días, esas que tienen que ver con uno de los dos sustentos de la vida humana: el trabajo.
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