La felicidad, al laboratorio

Alguna vez objeto del estudio de filósofos y artistas, la felicidad desvela hoy a disciplinas como la Economía y las Neurociencias. Crece la ambición por medirla y por establecer qué factores contribuyen a fomentarla. Y también por definir qué papel juega el dinero en esa emoción. Experiencias en la Argentina.

Alguna vez el problema de la felicidad y sus causas fue materia de desvelo exclusiva de artistas y filósofos. Hoy eso es cosa del pasado: cada vez son más los científicos que desde ciencias como la Economía, la Psicología Positiva y las Neurociencias se interesan en esa emoción que desde tiempos de Aristóteles se considera el fin más preciado del hombre. No conformes con definirla, los científicos enrolados en esta corriente la miden y estudian los factores que la favorecen y la desalientan. Una tendencia que gana adeptos y genera más de un best seller, pero que al mismo tiempo despierta críticas de otros científicos que cuestionan la forma en qué se define a la felicidad y las categorías que se utilizan para medirla.

La tendencia nació en Estados Unidos y en Europa, pero también arraigó en la Argentina. Los orígenes de estos estudios se remontan a mediados de los años '70, cuando en muchos países desarrollados mejoraron sustancialmente los índices de riqueza y de calidad de vida, sin que esos indicadores tuvieran su correlato en la sensación de felicidad de sus poblaciones.

Esa es una de las hipótesis que postula el economista y parlamentario inglés Richard Layard, fundador del Centre for Economics Performance de la London School of Economics, quien convirtió en un éxito editorial su libro "La felicidad, lecciones de una Nueva Ciencia" en el que resume las últimas conclusiones a las que arribó la economía, la psicología, la filosofía y la política social en torno al tema. Y concluye proponiendo que el parámetro de felicidad de un país reemplace al de crecimiento para medir su progreso y convertirse en la meta de toda política económica moderna.

El libro de Layard no está solo. La World Database of Hapiness de Rotterdam, Holanda, reúne más de 3.000 estudios científicos publicados sobre la felicidad en los últimos 20 años. Allí definen a la felicidad como la apreciación subjetiva de la vida o dicho de otro modo, cuánto le gusta a uno la vida que lleva. Y esos trabajos fueron el punto a partir del cual el periodista norteamericano Eric Weimer escribió su libro "La Geografía de la Felicidad" en el que traza un mapa de los países más y menos felices de la Tierra. ¿Con qué resultado?: los escandinavos (especialmente Dinamarca, Islandia y Finlandia) a la cabeza, los africanos Tanzania y Zimbabue al fondo de la tabla y los latinos en el medio, registrando un plus de alegría basado en fuertes vínculos familiares que hace que se registre una mayor independencia entre contento e indicadores económicos y políticos.

Para Weir, las principales variables que hacen más felices a los países escandinavos es que se trata de países ricos, democráticos, bien gobernados y que ofrecen un amplio abanico de posibilidades y de libertades a sus poblaciones. La contracara la representan los países africanos.

En el plano personal, los trabajos dan algunas pistas que pueden ayudar a incrementar la sensación de dicha: entre ellos darle importancia a los afectos, mitigar el individualismo, no competir y no plantearse metas excesivas. Y hasta consumir pequeñas dosis de chocolate.

COMO SE MIDE

¿Cómo se mide la felicidad? La obra de Layard enumera una serie de instrumentos vigentes que tienen por objeto darle una medida exacta a la sensación de contento de individuos y pueblos.

Entre ellas están las encuestas, claro, pero también los electroencefalogramas, los aparatos de resonancia magnética por imagen y la tomografía que permiten medir la actividad eléctrica en distintos sectores del cerebro.

Según los últimos avances en el campo de las neurociencias, en la parte anterior izquierda de ese órgano se experimentan los sentimientos positivos, mientras la parte anterior derecha reacciona ante los negativos. El impacto de la felicidad se puede medir también en la presión sanguínea, en la química corporal y en el ritmo cardíaco, así como también en el grado de motivación de las personas.

Con todo, tanto la forma de definir a la felicidad como las categorías utilizadas por las ciencias sociales para medirla reciben cuestionamientos por parte de científicos que critican su grado de efectividad. El sociólogo platense Enrique Fernández Conti se cuenta entre quienes hacen estas observaciones y consideran limitado el alcance de estos estudios, que no apuntan a resolver cuestiones de fondo del sistema, sino a mejorar aspectos puntuales.

"¿Cómo se hace operativo y manejable para una investigación un concepto como 'felicidad'? Yo preferiría hablar de calidad de vida, que creo que en definitiva es el fondo de todos estos planteamientos, preocupados más por el bienestar y la calidad de vida que por la felicidad. Y que representan una crítica instrumental al sistema, que sólo buscan retocar algunas cosas", dice Fernández Conti.

La tendencia también ha motivado que le salgan al cruce otros expertos como Eric Wilson, de la Universidad Wake Forest, de Carolina del Norte, quien en su libro "Contra la felicidad: Elogio de la Melancolía" no sólo cuestiona esta obsesiva búsqueda de la dicha, sino que reivindica a la melancolía, como un estado que se ha convertido en fuente de creatividad, ingenio y brillo intelectual a través de los siglos. Y subrayan que no es casualidad que los estudios de la felicidad surjan con tanta fuerza en el mismo país que es cuna de los antidepresivos, el botox y el boom de los libros y clubes de autoayuda, destacando que tras la búsqueda de la felicidad palpita más de una sensación de vacío.

EL PAPEL DEL DINERO

Uno de los renglones que motiva un especial interés de los especialistas es el rol del dinero en la felicidad. Y los resultados de algunas investigaciones, en este sentido, resultan sorprendentes. No sólo muestran que el peso de la riqueza es relativo para alcanzar la plenitud, sino que sostiene que un aumento de los ingresos, o aún la adjudicación de un premio importante o herencia, producen un efecto limitado en el tiempo. También destacan que los factores económicos pueden en algunos casos mejorar la sensación de felicidad, pero en ninguno garantizar la felicidad plena.

Victoria Giarrizo es economista y junto a Dardo Ferrer están al frente del Centro de Economía Regional y Experimental (CERX), la consultora que tuvo a su cargo el primer estudio de economía de la felicidad en la Argentina.

"Si no entendemos la dinámica económica desde la psicología y la sociología, entendemos muy poco", opina Giarrizo en diálogo con este diario y reconoce que esta idea los impulsó a indagar en los niveles de felicidad de los argentinos "con la idea de inspirar políticas públicas".

No obstante y si bien la principal conclusión de sus trabajos es que una mejor distribución de la riqueza redundaría en un mayor bienestar de la población de todos los sectores sociales (una conclusión similar a la que arriba Layard) admite que ningún político mostró interés en sus estudios -que fueron difundidos en distintos medios de comunicación- y que los economistas ortodoxos los siguen mirando con una mezcla de desconfianza y desdén.

Giarrizo postula que "aunque el vínculo entre economía y felicidad siempre incomodó "porque transformaba el concepto bello, descrito por Aristóteles como el fin más preciado del hombre, en un concepto materialista que asociaba el ser al tener", el problema motivó el interés de los economistas a lo largo de la historia. Desde Jeremy Bentham y los utilitaristas surgidos en la Inglaterra del siglo XVIII hasta John Maynard Keynes, pasando por Adam Smith. Para estos economistas, la palabra felicidad fue considerada un sinónimo de bienestar. La diferencia en los últimos años, es que cambió el eje, y del tratamiento teórico del tema se pasó a los estudios empíricos que arrojan evidencia sobre el vínculo entre economía y felicidad, opina Giarrizo en un trabajo presentado en las últimas jornadas de Epistemología de la Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.

"La economía no es la base de la felicidad, pero al menos un aspecto de esa felicidad que busca el hombre está compuesto por factores económicos", indica la economista y agrega que "el vínculo entre economía y felicidad es más profundo de lo que se reconoce".

Después repasa la historia del interés por el tema, desde 1975, mencionando trabajos como los de Gardner y Oswald, que analizaron la felicidad en aquellos que ganaron la lotería y recibieron herencias. Y descubrieron que las ganancias provocaban mayores niveles de felicidad hasta un año después de recibidas, pero que el efecto se diluye con el paso del tiempo.

Es que dentro del universo de las investigaciones realizadas en la materia esta es una conclusión frecuente también subrayada por Layard, quien la define como "adaptación": nos acostumbramos rápidamente a la mayoría de los bienes materiales y dejan de producirnos satisfacción.

Esto explica cómo de los estudios realizados surge que un aumento de ingresos genera incrementos en la sensación de felicidad, pero sólo pasajeros. Una vez acostumbrados al nuevo nivel de ingresos, el índice de felicidad permanece estable o hasta se reduce.

¿Por qué a veces los mayores ingresos se traducen en más felicidad y otras veces no? Victoria Giarrizo remite a un estudio realizado en 1985, según el cual las personas miran su posición relativa respecto a otros individuos y no sus ingresos absolutos.

En este sentido, Richard Layard menciona en su libro un estudio realizado en la Universidad de Harvard: a un grupo de estudiantes se les preguntó si preferían ganar 50.000 dólares al año y que los demás ganen 25.000 o ganar 100.000 y que los demás ganen 250.000. La mayoría eligió la primera opción.

"Esto demuestra que el dinero no es solo un medio para comprar cosas, sino un elemento de comparación con los demás y que la posición que ocupemos respecto a los otros es fuente de felicidad o de desdicha", dice y concluye que uno de los secretos de la felicidad consiste en evitar compararse con las personas de más éxito que nosotros.

El valor de los afectos

Los estudios realizados en la Argentina mostraron que la relación entre nivel de ingreso y felicidad es relativa y que en nuestro país, más que en otros, la población puede separar su grado de bienestar económico de otros factores por la importancia que se les da a la familia y los afectos. Así, es común que se declaren a la vez altos niveles de felicidad y bajos niveles de bienestar económico.

El estudio realizado por el Centro de Economía Regional y Experimental (CERX) y el centro de Investigaciones en Epistemología de las Ciencias Económicas (CIECE) de la facultad de Ciencias Económicas de la UBA compara los niveles de felicidad medidos en 2006 y 2007. Y mientras en 2006 el 84% de los consultados evaluaba su bienestar económico como "regular", "malo" o "muy malo", el 73,5% decía al mismo tiempo sentirse "feliz" o "muy feliz". El indicador de bienestar subiría en 2007 (de 16% a 26,8% el número de personas que definía a su índice de bienestar económico como "bueno" o "muy bueno"), mientras paralelamente el índice de felicidad bajaba 5,4 puntos porcentuales.

Este resultado sugiere, dice la especialista, que al momento de definir su grado de felicidad, la gente puede dejar de lado su situación económica y decir cómo se siente evaluando ámbitos de su vida personal.

Al mismo tiempo, el estudio mostró que, si bien el dinero no hace a la felicidad, cuándo se pregunta a los encuestados qué necesita para ser más feliz, mencionan variables económicas como dinero y empleo.

Los especialistas encuentran a los factores económicos más asociados a elementos que producen malestar (por ejemplo, largas jornadas laborales) que a los que generan bienestar duradero. Y otro dato: encuentran a la clase media como el sector social con más dificultades en la percepción del bienestar.

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