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El atelier de un artista

Caballetes, paletas, pomos de pintura, pinceles, frascos, tarritos y una ventana al noroeste, que siempre irradie buena luz, no faltan en el taller de Lido Iacopetti, abarrotado por cuadros de su "nueva imaginación". Por MARIA VIRGINIA BRUNO

El atelier de un artista

El atelier de un artista

13 de Diciembre de 2011 | 00:00

Dicen que el pez por la boca muere. Y más de una vez Lido Iacopetti ha dicho, entre pares, que aquel pintor que ostenta más de tres o cuatro cuadros en su propia casa es, en cierta medida, un poco "narcisista". Sin embargo, para él, su caso no cuenta porque los necesita para "climatizarse" y así poder seguir pintando una y otra vez.

Los cuadros de su "nueva imaginación", aquel camino artístico por el que busca llegar hasta lo más efímero de la belleza humana, llenan de energía y positivismo su hogar, un hogar que comparte con Teldy, su compañera de casi medio siglo de vida, y con la que también conlleva su pasión por la pintura.

Su taller, en el que pasa muchas horas del día, le queda chico. Allí no sólo convive con las herramientas indispensables que todo artista plástico necesita sino que, además, lo hace con las verdaderas protagonistas de ese cuarto: sus obras. Desde que empezó a pintar, hace más de 60 años, lleva realizadas varios miles de piezas, todas detalladamente identificadas, con nombre, número, serie y fecha de terminación. La mitad está "afuera", donada, siendo admirada por otros en museos, y el resto ocupa los rincones que fueron dejando sus hijos al irse de casa, a la espera de ser decodificada por alguien más.

Ubicada en pleno casco urbano platense, el hogar de Lido es cálido, acogedor. Se emociona cuando relata el sacrificio que realizó para poder construirle a su amada Teldy el living que tanto anhelaba. "Enfrente vivía un albañil que venía los sábados y los domingos y que me ayudó a terminar la casa. Sin arquitecto, con nuestras ideas, fuimos trabajando durante casi dos años y yo era su peón. Con mucho esfuerzo logramos hacer esta parte y, arriba, aproveché para construirme un nuevo taller".

En la planta alta pasó muchas horas de su vida. Mientras trabajó como docente en el Colegio Nacional se repartió los días de las semanas en función de sus dos pasiones: "lunes, miércoles y viernes era profesor de Historia del Arte; martes, jueves y sábado me dedicaba a pintar". Durante más de cuarenta años llevó a cabo esta rutina a rajatabla porque, a pesar de no vivir de la pintura, siempre tuvo en claro que vivía "para ella". Y hoy, a sus 75 años, mucho más.

HISTORIA DE SU ARTE

Nacido en San Nicolás de los Arroyos en 1936, Lido se interesó en la pintura de niño porque quería poder ilustrar por su cuenta los poemas y novelas que ya escribía a los ocho años. Las primeras lecciones que recibió lo acercaron a los conocimientos primarios de este arte, la copia y figuración, y a partir de ese momento supo que la plástica sería el camino por el que quería comenzar a transitar.

Convencido y a contramano de los intereses de su papá, que quería para él una carrera ligada a la electrónica, Lido abandonó en tercer año el bachillerato industrial y se puso a trabajar, soñando con algún día poder convertirse en un pintor. Con este deseo a cuestas, que no dudaba en compartir con su círculo más íntimo, hizo la colimba en donde conoció a un platense -del que todavía es amigo- que le contó que en Bellas Artes, el año anterior, se había abierto el bachillerato en música y pintura. Sin pensarlo demasiado, y con apenas un bolsito en la mano, se instaló en la Ciudad.

Corría 1958, tenía 21 años y subsistía en La Plata con diferentes ocupaciones que le permitían poder estudiar. La culpa por no haber podido terminar este nivel educativo en tiempo y forma lo motivó a rendir dos años libres de la carrera. "Los otros dos los hice en Bellas Artes y para completar los últimos me cambié al nocturno del Colegio Nacional". Allí, en 1961, se recibió y formó parte de una promoción que acaba de festejar 50 años de egresados.

El esfuerzo de Lido en sus estudios fue compensado con un puesto como preceptor en esta tradicional casa de estudios. Este trabajo, que le encantaba, le permitió poder seguir instruyéndose y no dudó en inscribirse en el Curso Superior de Pintura que se dictaba en Escuela de Bellas Artes de la UNLP. Un breve paso por sus materias, y una contradicción de estilos y pertenencias artísticas, lo hicieron dejar esa modalidad y anotarse en el Profesorado de Historia del Arte. Una decisión de la que nunca se arrepintió. "Comprendí el fenómeno artístico y cómo yo estaba ubicado en la pintura", explica y recuerda que fue, en 1966, parte de la primera promoción de esta carrera en todo el país.

Una vacante en el Colegio Nacional, cuando todavía le faltaba la tesis de licenciatura, lo puso al frente de una clase; un lugar en el que permaneció durante más de cuarenta años hasta su jubilación en 2000. Desde allí pudo enseñarle a muchas generaciones lo importante que es la teoría mientras, en su taller, ponía en práctica todo lo que su imaginación le dictaba.

UNA BUSQUEDA INTENSA

"En todos estos años he aprendido dos cosas importantes. La primera es que los grandes maestros, como Van Gogh o Picasso, se parecen a sí mismos. Todos tienen un sello personal, creativo. Y la segunda, y que se desprende de la primera, es que cada uno tiene su propio camino y que no hay fórmulas para alcanzarlo. El que anda con recetas, pierde", relata Lido dejando la puerta abierta para una pregunta obligada.

-¿Cuál es el suyo?

"A los quince años -cuenta- supe que quería ser pintor pero quería hacer una nueva pintura en vez de copiar o imitar a los grandes artistas. Entonces comencé a buscar en mi interior un camino para lograr lo que yo quería. Cuando llegué a La Plata me invitaron a participar de dos grupos artísticos, el informalista y el geométrico, pero no participé porque sus propuestas estéticas no me convencían. Recién en 1964, y a través de lo que llamé la nueva imaginación, encontré mi camino, el que llamo 'Tau'. Se trata de una nueva pintura con la que trato de expresar un mensaje positivo, de alegría de vivir y que plantea una relación del hombre con el cosmos. Hacer una pintura cósmica que integre al ser con la vida, que tenga esa intencionalidad plasmada en la obra".

Para llegar a este sello, Lido transitó diferentes etapas. Su paso por el realismo, la abstracción y la geometría dieron origen a estas formas "infantiles", a las que llama "graffiti naïf", y con las que busca encontrar la esencia de la vida: "Para mí la pintura es un proceso espiritual, que te permite crecer como ser humano. La pintura te hace y, al mismo tiempo, hace a los demás. Como la medicina sirve para curar y el periodismo para informar, el arte sirve para embellecer la vida".

La obra de Lido, una danza de formas y colores en escenarios imaginarios llenos de poesía, es inconfundible y llama la atención de hasta el niño más inquieto que recorre un museo. Para él, en esa mirada, se resume todo: "pinto para transmitir la alegría de vivir. Esa es mi motivación".

PARA AGENDAR

El viernes 16 de diciembre, a las 19.30, Lido Iacopetti dejará inaugurada en las salas del Macla, 50 entre 6 y 7, una exposición de las cuarenta obras originales que formaron parte de los almanaques hechos por él, entre el 2003 y el 2012, a total beneficio de la Fundación para la Promoción del Bienestar del Niño, Pro Infantia. En esa oportunidad, además de exhibirse las obras pertenecientes a diferentes series de su "nueva imaginación", se pondrán a la venta una selección de diez piezas, una por año, con el mismo fin solidario.

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