Darwin, el cementerio de los argentinos caídos en combate

Una visita al camposanto donde permanecen los restos de 238 soldados, muchos de ellos "sólo conocidos por Dios"Por GONZALO MAINOLDI

Basta tomar el camino al cementerio de Darwin, unos 90 kilómetros de tierra y ripio desde Puerto Argentino, para entender por qué en Malvinas el 90% de los vehículos son camionetas cuatro por cuatro. El que conduce la nuestra -donde viaja un grupo de veteranos de la Xº Brigada- es un argentino de 31 años que lleva cerca de una década viviendo aquí. Además de ser nuestro chofer y guía, Sebastián Socodo es el encargado del mantenimiento del camposanto donde se encuentran los restos de 238 soldados de nuestro país muertos durante la guerra.

Como la mayoría de los habitantes de Puerto Argentino, Sebastián tiene varios trabajos para cubrir la falta de mano de obra disponible en las islas. Durante el día se suele andar por las calles del centro con un mameluco azul al volante de una camioneta del Municipio que lleva pintada el escudo kelper: una oveja y una bandera británica. Pero además ofrece sus servicios de guía a contingentes de turistas que desean recorrer los campos de batalla.

Sebastián conoce la islas al detalle, se interna por caminos de tierra sin señalizar como si tuviera un GPS en la cabeza mientras su teléfono no para de sonar. Algunos de esos llamados son de futuros clientes; otros provienen de medios de Buenos Aires que por estos días desean entrevistarlo. Socodo constesta con mucha amabilidad y les explica que prefiere no hacer declaraciones. "No tengo nada importante que decir", aclara.

El cementerio de Darwin está en la cima de una colina. Su gran cruz blanca puede divisarse desde la distancia. Desde ese momento, el ánimo de los pasajeros cambia. Al descender de la camioneta, la respiración se hace más fuerte, el silencio se torna profundo y las reflexiones resultan inevitables.

Rodeado por un cerco de madera que lo contiene en medio de un paisaje desolador, 238 cruces blancas perfectamente alineadas una junto a otra le dan un aire de equilibrio y prolijidad. En muchas de esas cruces hay placas que dicen "soldado argentino sólo conocido por dios". Junto a ellas, los veteranos de la Xº Brigada despliegan banderas argentinas y posan para el fotógrafo. La emoción los invade. Parece como si los asaltaran de pronto recuerdos y preguntas sin responder desde hace treinta años.

Durante la visita, Socodo se encarga de revisar y golpear las placas de granito para ver si se han aflojado. El cuidado de Darwin es algo destacable: en foma rutinaria se limpian las placas identificatorias, se acomodan las piedras que forman los caminos y una vez al año las 238 cruces son lijadas y vueltas a pintar de blanco. Cualquier deterioro es resuelto sin demora, aunque dentro de "los tiempos propios de las islas", aclara Sebastián alzando la voz para hacese oír por encima del sonido del viento.

Si bien en este cementerio de Darwin tan lejano como significativo están enterrados 238 cuerpos, en él se encuentran presentes también los más de 600 soldados argentinos muertos durante la guerra. Sus nombres figuran grabados en orden alfabético sobre una placa de granito negro tan pulida que en ella se funde el reflejo de las nubes y el cielo gris.

Un grupo de marines británicos de la base de Mount Pleasant se acercan en un jeep, se calzan sus boinas y se quedan parados fuera del cementerio junto a una pareja de visitantes. La intensidad del viento hace que los rosarios colgados de las cruces comiencen a tintinear como diminutas campanas. En medio de la desolación del paisaje, su sonido resulta tranquilizador.

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