Catalina Lerange: el valioso legado de una autora platense

Por Juan J. Terry

Con la desaparición física de Catalina Lerange, ocurrida esta semana, se apaga una de las voces líricas más profundas de La Plata de los últimos cincuenta años. Pero permanece el legado de su obra magnífica, que pervive en su poesía, sus novelas, sus ensayos y en su prolífica actuación en las instituciones de la ciudad, sobre todo en el Círculo de Periodistas, el ex Jockey Club y la Sociedad de Escritores de la Provincia, que la contó entre sus animadoras centrales durante muchos años.

Son testimonio de su labor intensa sus quince libros publicados y la infinidad de ensayos para congresos o reuniones literarias de la lengua española, así como sus múltiples conferencias.

Catalina Lerange se inició muy joven en las letras con su hermana Aurora, en las páginas de Prosa y Verso que dirigiera en este diario Jerónimo Carol. Publicó su primera novela, “Seis años en un Liceo”, al terminar el secundario, obra que mereció el premio de la UNLP y comentarios como el de Eduardo Mallea, que la comparó con “Juvenilia”, de Miguel Cané, “por su ternura, evocación luminosa de rasgos y episodios registrados con la gracia, belleza de expresiones y la espontaneidad juvenil, a las que no les faltó la nota erudita que revelan a la autora como una nueva personalidad de la literatura argentina”.

Ese valioso juicio de Mallea fue confirmado luego con la aparición de otras obras suyas, sobre todo con “Babel y el tiempo”, un ensayo sobre Almafuerte, la novela “Diario de un perro” y su último poemario “Las cenizas de las uvas y otros decires”.

Se refirieron a su obra figuras de la talla de María Granata, Syria Poletti, César Tiempo, José Gobello, Arturo Capdevila, Eugenio Pucciarelli, Manuel Antín, Eduardo Carroll, Martín Noel, Gabriel Báñez y León Benarós. Este último señaló: “Catalina Lerange ha optado por el camino más difícil, vivir para el espíritu, en una doble entrega, el libro y la enseñanza en las aulas, con obras profundas y conmovedoras, y como si esto fuera poco, desde las formas clásicas del soneto a las expresiones más libres de la poesía, se advierte en ella la sedimentación de una gran cultura greco-latina ceñida a las formas más exigentes del lenguaje”.

Además, su amistad con grandes figuras del teatro nacional, como Luisa Vehil, Eva Dongé y Duilio Marzio, entre muchas otras, le permitió contar con su aporte para numerosos actos y recitales poéticos en veladas de una bohemia platense que ya no existe y en las que resaltaba siempre su figura de gran animadora, así como su mundo de lectura y creación y su aguda inteligencia lírica, que contrastaba frente a un universo como el actual presidido por la indiferencia, la tecnocracia y la vulgaridad.

Fue una escritora siempre en busca de formas de expresión cercanas a la espiritualidad y la mística, capaces de conmover el corazón humano.

“Catalina Lerange ha optado por el camino más difícil, vivir para el espíritu, en una doble entrega, el libro y la enseñanza en las aulas, con obras profundas y conmovedoras...”

Subrayamos finalmente que en esta anamnesis, como habría dicho Platón, en esta rememoración de su obra, no puede estar ausente el perenne recuerdo que sentía Catalina por los autores clásicos griegos -de algunos recitaba trozos en su idioma original- y como sucede con quienes ya no están en este mundo, su alma parece haber abandonado por unos momentos aquellas praderas cubiertas de asfódelos, morada de las sombras griegas, tan caras a Homero, para venir a hacernos compañía, evocando el vuelo suave y trémulo de las almas que vienen a libar a la tierra para dar sentido y fomentar también nuestros sueños.

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