El éxito, en medio de la literatura

El problema de la obra de Gabriel García Márquez fue, es y seguirá siendo a partir de ahora su éxito rotundo, lo que ha hecho de ella una mercancía de consenso que tiende a volverse impenetrable. Este fenómeno entorpece la lectura en el sentido de una percepción directa de un texto por parte de un lector. Lo leemos con interferencias.

Desde 1982 -año en el que le fue concedido el Premio Nobel- podemos decir que “escuchamos voces” mientras lo leemos. Ya no escuchamos con nitidez la voz artística de un narrador, sino las voces industriales que vienen a certificar una calidad en cierto modo incuestionable.

García Márquez -con su malicia legendaria Fogwill lo rebautizó “García Márketing” en los años ‘90-, más que un escritor, es el equivalente a un conjunto de ideas paraliterarias. Equivale, significa y representa conceptos de gran tamaño (representa asuntos de la geografía y la historia): América Latina, Revolución y, en un sentido informal pero muy eficaz, Diplomacia.

Si García Márquez fuese el Mal (o el Bien: nunca se sabe), su antagonista sería Borges, quien apenas representa la Literatura

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