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Ser principiante no es nada fácil, sobre todo si se trata de aprender a manejar en una ciudad famosa por sus diagonales. Cómo es empezar de cero a conducir en un mundo cada vez más atestado de vehículos.
LAURA AGOSTINELLI
“¡Hacé lo que quieras, pelotu..!” Así le grita el chofer de un taxi a esta cronista, luego de esquivarla. Es claro que este b uen hombre no la está alentando a que tome decisiones cada vez más independientes. Se enojó porque, quien escribe, entusiasmada por el espacio que encontró frente a su trabajo, clavó los frenos sin usar las balizas. Levantar la mano en señal de disculpas no alcanza para calmar al taxista, como tampoco el cartel de PRINCIPIANTE de la luneta le bastó para mantener más distancia. Pero así son las cosas, en muchas disciplinas se aprende a los ponchazos. En el manejo a uno lo educan a las puteadas.
Entrar al mundo de los principiantes puede ser pan comido o toda una odisea, según cómo se lo mire. Primero hay que hacer el curso teórico que dura cuatro clases de tres horas. Allí se aprenden tres cosas muy importantes: 1º: Cuáles son los artículos de la ley de tránsito que tomarán en el examen. 2º: en Argentina mueren 21 personas por día en accidentes de tránsito y 3º: en Europa esto no pasa.
Luego del examen teórico viene la prueba de fuego: el práctico, que consiste en estacionar entre dos vallas. Tocarlas significa la expulsión. Lo bueno es que el aprendiz puede sacar turno para volver a rendir tantas veces como su voluntad y amor propio se lo permitan.
Comparado con las ciudades vecinas, sacar la licencia en La Plata es arduo: en Berisso y Ensenada no exigen capacitación de cuatro días. En esta última, hasta entregan las preguntas y respuestas con antelación. Ni la fotocopia cobran. Pero si se lo compara con Canadá, donde se debe acreditar un mínimo de horas de conducción y durante la primera etapa hay que manejar de día, sin más acompañantes que el adulto supervisor, uno concluye que acá la cosa está bastante facilonga. El año pasado, la Dirección de Tránsito entregó en total unas 60.000 licencias.
Si se lo piensa por un momento, estacionar no es una de las situaciones más complejas o peligrosas con las que se encuentra un conductor. Lo complicado es que no lo traicionen los nervios durante el examen. El verdadero desafío está en la previa: aprender a manejar, sin registro, en el caos de las diagonales.
La Plata está superpoblada de autos, según Gustavo Luzardo, secretario de Control Urbano. El parque automotor actual es de 250 mil vehículos. Y cada vez se agregan más: mientras que en 2005 apenas se patentaron 10 mil vehículos, ocho años después la cifra se duplicó: 22.346 autos nuevos en la calle. La estructura vial es la misma desde hace 80 años. Ante semejante panorama es más fácil chocar que evitarlo.
Durante el 2014 hubo en la Ciudad alrededor de 4.000 accidentes, “un 12 % menos comparado con los años anteriores”, cuenta Luzardo. Para quien recién empieza, lanzarse a esta marea de autos enloquecidos puede ser aterrador. Sin embargo, para Fernando Lavalle, de una conocida academia de conductores, el escenario “influye positivamente”. ¿De verdad? “Sí, porque lo mejor es enfrentar al principiante con todas situaciones que el día de mañana el tránsito le va a ofrecer: lluvia, poca luz, niebla, caos vehicular. Nosotros enseñamos a decidir a otra velocidad”.
Existen muchos motivos para acudir a una escuela de manejo: miedo, conocimiento de las propias limitaciones, una madre dispuesta a cortarse las manos antes de prestarle su cero kilómetro a una hija un poco torpe. Ese fue el caso de esta cronista. Ante el peso de la realidad, hubo que buscar presupuestos. En La Plata hay cuatro escuelas de manejo donde brindan clases de una hora que valen desde $200 hasta $250 cada una. Para el inexperto, el mínimo aconsejado varía entre 7 y 13 encuentros, según la academia, y el máximo siempre dependerá de cómo evolucione.
El verdadero desafío está en la previa: aprender a manejar, sin registro, en el caos de las diagonales
Pero ¿qué pasa con los que no pueden abonar las clases? En el 2013 el Concejo Deliberante aprobó el proyecto para crear la escuela municipal de manejo. Según el secretario de Control Urbano, se comenzará a implementar a partir del primer semestre de este año.
Lo interesante de aprender en estas academias es que, al manejar con doble comando, los errores casi no tienen consecuencias. Además, el aprendizaje es por etapas y no se adquieren las mañas del conductor experimentado. Pero por sobre todas las cosas, el servicio viene con una cualidad de la que muchos familiares y amigos con buena voluntad carecen: paciencia.
“La duración depende de los temores de la persona”, explica Fernando. En 35 años de experiencia descubrieron una ecuación infalible: el mínimo de clases equivale a la mitad de la edad del alumno. Es decir: a más edad, más horas. “El joven tiene más reflejos, fuerza y menos prejuicios ante la palabra ajena”, describe Fernando. “Las personas mayores, en general, vivieron o vieron accidentes de tránsito y tienen el miedo incorporado”. Por eso el instructor debe encontrar el equilibrio: “Al ser inexperto, el joven es más imprudente y hay que enseñarle a tomar mayores precauciones”. Con los adultos, la clave es entender los tiempos: “Es como si lo que les dice el instructor pasara a una sala de espera, donde lo evalúan, lo filtran y después lo hacen”.
A Graciela Castillo tomar coraje le llevó (uf!!) 30 clases: “Necesitaba seguridad”, recuerda. A los 52 años, una urgencia la impulsó a aprender. Ante un pico de hipoglucemia de su marido diabético, se dio cuenta de que si eso le pasaba en la ruta, no podría ayudarlo: “Las experiencias previas con familiares que manejan fuerte y la sensación de vértigo habían retardado mi decisión”, explica.
Tras seis meses de entrenamiento, Graciela llegó a su casa con el carnet y lo primero que su hijo le preguntó fue: “¿Qué conocido tenés en el registro?”. Lejos de darse por hecha, ella supo que era recién el comienzo: “El verdadero aprendizaje empieza cuando te largás sola”. Y costó: “Durante tres meses no me animé a pasar a tercera”. Para su buena fortuna, los demás conductores la mimaron bastante: “Nunca me tocaron bocina”, y da las claves del fenómeno: “Siempre conservo la derecha y voy a la velocidad permitida, como me dijo el instructor”.
El objetivo del cartel de PRINCIPIANTE es que el entorno te cuide. Daniel Zuccarelli es Magister en Seguridad Vial. Y resume en una palabra el respeto que aquí se le da a ese cartel: “Nulo”. Lo demuestra con un ejemplo: “Los vehículos de aprendizaje suelen tener muchas colisiones traseras, no porque el aprendiz falle o frene de golpe, sino porque el que se supone que sabe, nunca guarda las distancias”.
20.000
El año pasado se labraron casi 20 mil multas, según la Dirección de Tránsito
Fernando Lavalle, desde la academia de conductores, puede dar fe: “Por año tendremos de tres a cuatro choques, casi siempre traseros. La actitud de los demás automovilistas hacia el que aprende suele ser desafiante”.
A Ernesto Magnasco le queda sólo un mes para dejar de ser principiante y tiene algo para decir: “Por más cartel que tengas, todos quieren llegar rápido”. Él aprendió a manejar en Salto durante su adolescencia, pero no volvió a subirse al volante hasta los 30, luego de ceder a la insistencia de su novia, ansiosa por ser copiloto. Ella refrescó sus conocimientos con paciencia, pero bueno, ya no estaba en su pueblo: “Lo más difícil fue quitarme el miedo de conducir en una jungla de cemento”. También hubo otra cosa que le costó: el práctico: “La primera vez desaprobé porque acaricié la valla”.
Hasta ahora Ernesto no tiene multas y da los motivos: “Trato de respetar las normas de tránsito”. Por eso se indigna cuando los demás conductores no lo hacen: “Una vez estaba en una esquina, esperando a que pasen los que venían del lado derecho, como corresponde, y atrás se me pegó un taxista ¡y me mató a bocinazos! Teniendo yo el cartel y sin que él tuviera razón”.
Humberto maneja desde hace 36 años. Empezó como chofer de línea, luego de larga distancia, fue taxista y ahora tiene su propio remise para viajes ejecutivos. A los 58, confiesa haber abonado más de 10 mil pesos en multas, y aunque aprendió, (“El año pasado salí invicto”), todavía los principiantes lo desquician. “Les enseñan lo que corresponde y hacen lo que se debe hacer, pero la calle es otra cosa”. ¿Cómo es? “Si van a la máxima, que es 40, y yo voy a 70, porque atrás tengo un micro que va a 75, no se puede. Hacen lo que deben, pero si siguen así van a vivir en el chapista”.
Dos cosas uno se cansa de escuchar cuando empieza a conducir: “en Argentina se maneja mal” y “vas a aprender pagando”. A la semana de obtener el registro esta cronista estacionó en la esquina de 49 y 8 entusiasmada, otra vez, por el único lugar vacío que encontró en varias cuadras a la redonda. Salió corriendo a cargar estacionamiento y cuando regresó, allí estaba, en la luneta, en un naranja vibrante, una multa por obstruir un acceso para discapacitados. También había dos carteles que lo indicaban, pero claro, no los vio antes. ¿De dónde salió la frase que la suerte del principiante no puede fallar?
Según Gustavo Luzardo, el error más común de los novatos es salir a la autopista antes de cumplir seis meses con licencia. El año pasado, la Dirección de Tránsito labró unas 19.749 multas. Encabezan el ránking la falta de seguro (22,91%), de licencia (20,60%), de espejos (15,49%) y de casco (12,68%). Carecer de la documentación en regla es lo que más caro se paga, al igual que cruzar con luz roja o estacionar en doble fila: 150 unidades fijas. Para el primer bimestre de 2015, la unidad fija estará en $13,02. Saque la cuenta y luego piénselo bien antes de mandarse una macana.
Según la ley, después de seis meses de obtener la licencia, uno deja de ser principiante. Aun así, eso no lo convierte en experto. Para Daniel Zuccarelli se adquiere experiencia “cuando los comandos son la extensión del cuerpo, se cumple con las reglas de manejo defensivo y se respeta la ley, a los demás y a uno mismo”. No hay un tiempo estipulado para eso, puede llevar años o no suceder nunca.
Seis meses no serán suficientes para convertirse en expertos, pero sí para conocer el dilema que plantea el tránsito: hacer lo que corresponde en un medio en que la mayoría no lo hace, o unirse a la manada. No olvidemos que la ley de la selva dicta que para sobrevivir al medio uno tiene que adaptarse. Ahora, si me disculpan tengo que dejarlos porque se puso el semáforo en verde ¿qué le pasa a esa pelot..a que no avanza? ¡Principiante tenía que ser!
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