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El poeta preferido de los poetas. Admirado por Severo Sarduy, Borges, Octavio Paz, Italo Calvino, Alejandra Pizarnik y otros grandes. Vivió con suma modestia y se consideraba un aristócrata y, a la vez, un reo porteño
MARCELO ORTALE
Si se ha dicho que Juan Sebastián Bach fue algo así como “el músico preferido de los músicos” y que su obra influyó a la mayoría de los compositores, desde el ya remoto pero vigente Mozart al todavía actual Arnold Schönberg, existe entre nosotros un poeta cúspide que, pese a su hermetismo, influyó en forma decisiva en la poesía argentina de las últimas seis décadas. Ese poeta es Alberto Girri (1919-1991), nacido y muerto en Buenos Aires, cuyo estilo metafísico y casi distante deslumbró a intelectuales de todo el mundo.
Descendía de una familia modesta. Su padre, un inmigrante veneciano, fue un inestable ejecutante de fagot y oboe, que fracasó en diversos trabajos. Su madre le enseñó a leer con Las mil y una noches. Estudió en una escuela cercana del Parque Centenario y fue al secundario en el Nacional Rivadavia. Luego estudió en la facultad de Filosofía y Letras y allí conoció y se hizo amigo de Héctor Murena y Olga Orozco. Al poco tiempo ya colaboraba en el Correo Literario, una publicación fundada por el español emigrado Luis Seoane. A finales de los 40 era colaborador habitual del suplemento literario de La Nación, que dirigía Eduardo Mallea.
Publicó unos treinta libros de poesía, todos con un lenguaje despojado e intelectual. Fue traductor de poetas ingleses y estadounidenses como Elliot, Stevens, Frost y Williams. Fue autor del libreto de la ópera Beatriz Cenci, con música de Alberto Ginastera.
Girri vivió con las pocas pagas que le daba su condición de profesor del colegio secundario, luego ocupó un empleo público, fue corrector y asesor de una editorial y por último, desde 1967, abandonó todo trabajo y vivió de las magras pensiones que le otorgaron al haber ganado los premios Municipal y Nacional de Literatura. Pero esa modestia no le impidió, al mismo tiempo, convertirse en una suerte de dandi porteño, característico por su elegancia y por su apostura de galán de cine.
Su primera mujer fue la talentosa pintora Leonor Vassena, con quien se casó en 1958 hasta su temprana muerte en 1964, cuando la artista sólo tenía 40 años de edad. Después Girri trabaría una intensa relación sentimental con Aurora Bernárdez, que luego se casaría con Julio Cortázar y de quien muchos lectores de Rayuela, durante años, creyeron que era La Maga, uno de los personajes claves de la novela que deslumbró a una generación.
Vivió casi toda su vida en un pequeño departamento ubicado en la frontera que es la calle Viamonte al 300. Una maravillosa biblioteca iluminaba a esa vivienda despojada de lujos. Cerca de allí empieza el frío territorio de la City con su profusión de bancos y agencias financieras, en el microcentro porteño. Pero en la cuadra de Girri estaban también la calidez de la facultad de Humanidades y de la hoy desaparecida galería artística Nexo, muy de boga entonces.
Con algún parecido a Gary Cooper, con su piel tostada –daba la impresión siempre de que llegaba del Caribe o de Playa Grande, pero ese color le venía de tomar sol en la cercana plaza San Martín, que fue, acaso, su único lugar para pasar sus vacaciones más mentales que físicas- Girri jugó todo el tiempo con una suerte de doble naturaleza: se sentía, a la vez, un reo porteño y un aristócrata. Y acaso había logrado serlo. Era tanguero, admirador y amigo de los hermanos De Caro y, al mismo tiempo, fue el niño mimado del Grupo Sur que comandaba Victoria Ocampo desde su pequeña Meca en San Isidro. Sin embargo, esas preferencias no alcanzaron a hacerle perder la intocada autonomía en la que vivió, su categórico ascetismo.
Muy joven, Girri había sorprendido con una poesía despojada, con un estilo nunca antes escrito en la Argentina. Una poesía que parecía (y sigue pareciendo) cerebral, abstracta, de muy difícil abordaje, pero que si se explora más en ella se revela hondamente espiritual, comprometida con el destino humano.
Con Borges fueron constantes amigos durante varias décadas y se admiraron mutuamente. “De Girri puedo decir esto: A veces no lo he entendido; pero siempre que lo he entendido, lo he admirado. A veces el poema me ha excluido, sin duda por incapacidad mía, no por torpeza suya. Yo querría conversar con él, y querría pedirle, humildemente, explicaciones sobre algunas cosas”, fue uno de los magníficos elogios que le tributó Borges.
La respuesta de Girri contiene tanta admiración como claves para entender mejor su poesía. Dijo de Borges: “La revelación de que se puede escribir en español sin caer en lo decorativo o vacuo, de que la belleza no está reñida con la elaboración de una lengua en apariencia impersonal, neutra, en vez de una con acentos viscerales y patéticos como recurso casi obligado. Le debo a Borges la economía y contundencia, el distanciamiento irónico, la inteligencia de los detalles”.
Figuras cumbres de la literatura mundial y de nuestro país tuvieron expresiones admirativas sobre la obra de Girri. A continuación se transcriben las incluidas en un artículo periodístico publicado por el diario La Nación del 11 de noviembre de 2011.
Octavio Paz: “Los poemas de Girri me enriquecieron, me abrieron nuevas puertas y me mostraron que la oscuridad también es luminosa, que la sequedad es también humedad espiritual”.
Italo Calvino: “poemas [los de Girri] que observan y testimonian, cual un cuaderno de bitácora de la mente”.
Enrique Pezzoni: “Frente a la quietud de los tradicionalistas y el arrebato de los vanguardistas, la pasión crítica de la poesía de Alberto Girri es una especie de desmesura silenciosa [...]. Alberto Girri ha ido despojando su poesía de imágenes. Pero no ha cesado en su labor de transfigurar el mundo en una sintaxis de visiones que, sin explicar ni el mundo ni al hombre, revelan súbitamente ese último vértigo en que ambos, sin reconciliarse, se anulan o se funden”.
Horacio Castillo: “Girri trató de eliminar la idea del poeta como persona, el romanticismo. Por eso él se llamaba hacedor de versos. Era una persona muy generosa. Seriamente generosa. Muy buena persona. Lamento no haberlo tratado de otra manera”
Severo Sarduy : “La celebración [de un homenaje a Girri] es merecida, ya que él nos dio su poesía sin énfasis, con una ejemplar discreción y como si le incomodara”.
Rodolfo Modern: [Girri fue] “moneda de una sola cara/ tesoro de todos/ ademán de tierra/ airosa llama y luz” (”Elegía”).
“De Girri puedo decir esto: A veces no lo he entendido; pero siempre que lo he entendido, lo he admirado...”, fue uno de los magníficos elogios que le tributó Borges
María Kodama : “Lo que transmiten los poemas de Girri es una experiencia análoga a la que uno puede tener cuando descubre un jardín japonés. Uno lo recorre, a veces sólo con la vista, ya que muchos están hechos sólo para ser vistos o percibidos. La sensación que nos queda es que han estado ahí desde el origen del mundo.[?] Ésta es la mágica e inagotable aventura que nos depara la obra de Girri”.
Juan Liscano: “En Girri, la modernidad se produce como consecuencia de un producto de mutación interior, de hacer vacío, de limpiar la casa por dentro, de empezar por sí mismo”.
Alejandra Pizarnik : “Girri puede seducir o repeler, pero es uno de los escasísimos poetas serios”.
A mediados de la década del 80 el escritor Osvaldo Ferrari mantuvo un ciclo radial de reportajes a escritores argentinos y sudamericanos, entre ellos a Girri. Entrevistado ahora, Ferrari afirma que “Girri era un poeta intelectual por convicción y por talento personal, ya que era naturalmente un hombre de pensamiento, consagrado a la reflexión sobre la poesía como fenómeno existencial”.
Destaca luego que “sin embargo, esa actitud meditada y rigurosa respecto de lo poético, se extendía hacia los otros planos de la vida. Era metódico y estrictamente austero en su quehacer cotidiano; en su trabajo creativo, en su cuidado personal. Toda esa exigencia hacia sí mismo lo tornaba a la vez exigente hacia los demás; en particular hacia los que ejercían la poesía, la literatura y el arte en general”.
Ferrari añade que Girri “había llegado a concebir y a ejercer una poética personal; es decir, una manera propia de ver y escribir poesía, que era admirada por unos y resistida por otros, pero que no dejaba de crear una peculiar sugestión en torno a él mismo y a su obra. Dicha concepción poética era en cierta medida excluyente, lo cual por momentos lo aislaba en medio de otros ensayos dentro el género por parte de poetas más jóvenes”.
Destaca luego la condición de traductor y conocedor de la poesía en distintas lenguas de Girri y su prolongado trabajo de creador, que “lo calificaba para dar una opinión original sobre la materia. En un diálogo que mantuve con él por radio, en el que me tocó a mí mismo experimentar su disposición crítica, la manera en que no se concedía ni a sí mismo ni al otro, su reserva respecto de cada tema, su espontáneo cuestionamiento como hábito dialéctico, todo lo cual asemejaba el diálogo con él a un combate; se llegó, no obstante, a que explicara que ¨la obligación de un poema es decir una verdad, la verdad que al mismo le concierne”.
En otra parte del diálogo –concluye- “desarrolló la idea de que el poeta, a través de la creación poética logra un mínimo conocimiento de sí mismo, y también de los demás, que la reciben, ya que la literatura ¨es una indagación sobre la naturaleza humana¨, y entonces ¨si un poema se escribe es porque ya existe el lector al que ese poema va dirigido¨, porque ¨cada autor, a medida que va escribiendo su libro, va formando a los lectores que lo van a leer¨.
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