Los Obama, el pasado y el futuro, en el final del mes del estrés
| 27 de Marzo de 2016 | 02:03

Fue una semana entre el pasado y el futuro. Los 40 años del Golpe de Estado del 76 pusieron, inevitablemente, la mirada sobre la historia del país. Y sobre la historia más dolorosa y trágica del último siglo. Multitudinarias movilizaciones se hicieron para reclamar memoria, verdad y justicia. Más allá de banderas partidarias y disputas sectoriales, mostraron que el pasado todavía duele en la Argentina.
La visita de Obama fue, mientras tanto, un hecho proyectado hacia el futuro. El presidente de Estados Unidos vino a hablar de un “nuevo comienzo” en la relación bilateral. El Gobierno vio en sus gestos un augurio de buenas noticias. Ahora espera un fuerte flujo de inversiones.
Más allá de lo anecdótico y pintoresco (el mate, el tango, la excursión a Bariloche) Obama vino a dar vuelta una página de desencuentros y tensiones. Es más que algo simbólico. Es el requisito indispensable para que Argentina reciba inversiones, genere oportunidades, consiga créditos, haga obras y empiece así un círculo virtuoso. Suena elemental, pero la visita de Obama podría explicarse como el levantamiento de los cimientos para construir una mejor perspectiva de futuro. Obama es un líder mundial con extraordinaria influencia. Está en el último tramo de su segunda presidencia; ya es -dentro de los Estados Unidos- lo que en la política norteamericana se conoce como “el pato rengo” (un presidente que termina y no tiene horizonte de reelección), pero aún así, es un líder que puede inclinar la vara en una u otra dirección, inclusive más allá de Estados Unidos.
La imagen de Obama bailando tango en Buenos Aires es, más allá de la curiosidad, la imagen de una Argentina que es mirada de otra forma por el mundo. Eso tampoco significa que vengan soluciones mágicas ni giros inmediatos.
Fue, en una escala más doméstica, otra semana infernal para circular por la Ciudad. Los tres días hábiles -antes de Semana Santa- estuvieron plagados de piquetes, protestas, manifestaciones. Todo en medio de un descontrol que asombra y se ha hecho crónico. Una postal alcanza como símbolo: menos de veinte personas que pedían (probablemente con razón) la regularización de una deuda del Estado bonaerense con una ONG bien intencionada, mantuvieron tomada (literalmente) la calle de la Gobernación durante nueve días. Se adueñaron, con un campamento improvisado, de un tramo central de la calle 6. Estuvieron allí días y noches, sin que nadie intentara -al menos- correrlos unos centímetros para habilitar un carril de circulación. Cualquier cosa puede pasar. Y lo sufren cientos de miles de ciudadanos que quedan como rehenes, enredados en medio del caos.
Semana Santa, con los primeros grises del otoño, trajo alivio y una tregua. La Ciudad se serenó. Pero no debería ser necesario un feriado para circular en paz.
Así, entre visitas ilustres, expectativas y piquetes, se fue marzo. Está a punto de terminar el mes más estresante; el de la vuelta a la rutina plena.
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