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Séptimo Día |LITERARIAS

Miedo para todos

En “El miedo”, el historiador francés Patrick Boucheron y el cientista político y periodista estadounidense Corey Robin debaten sobre el poder político de esa emoción arcaica, muy sensible a la influencia de la persuasión y de la sugestión propias del arte de gobernar, capaz de perforar una estructura y provocar un estallido de anomia difícil de controlar

13 de Agosto de 2016 | 23:55

Si el concepto de lazo social implica la eventualidad de su disolución, esa inestabilidad indicaría un continuo ejercicio político del miedo, administrado según el grado de descomposición de la autoridad histórica que en un momento u otro convierta (o no convierta) el orden en caos. Esa tesis, deudora del Leviatán postulado por el filósofo inglés Thomas Hobbes para dividir la naturaleza (el caos) de la cultura (el orden) es la que recuperan -y despliegan- ambos pensadores en el diálogo que hace las veces de apartado central de “El miedo”, publicado por Capital Intelectual.

La división de la que se habla es imposible de clausurar, y esa es la razón por la cual el tráfico de conceptos, de la historia y la política a la mitología y la teología, queda abierto. Entonces, el hombre, según la época, es el lobo del hombre. La represión de las pulsiones es la condición de posibilidad -para Sigmund Freud- del establecimiento de una civilización. Robin, además, es autor de un libro, “El miedo, historia de una idea política”, publicado por el Fondo de Cultura Económica, que no puede ser más explícito para un tiempo donde prolifera el miedo a perder el empleo, a los otros, a los asaltos, a la violencia gratuita, a los inmigrantes, a la ubicuidad del terrorismo, a perder ciertos privilegios. El miedo distrae, es contagioso, es una manera de replegarse hacia un “estado” más conservador.

Boucheron es profesor en el College de France, medievalista de fuste, su escuela está representada por Georges Duby, Jacques Le Goff, Pierre Vernant, y también por Michel Foucault y Pierre Bourdieu. Y considera que pensar los efectos subjetivos del miedo por un lado y los colectivos por el otro, es poco menos que una declaración de ingenuidad.

Escribe, a propósito, Robin: “El miedo, presencia constante en la historia de la humanidad. Tanto es así que sería la primera emoción experimentada por los personajes de la Biblia. Ni deseo, ni vergüenza, sino miedo. Luego de comer del árbol prohibido, Adán se esconde de Dios y confiesa: ‘tenía miedo porque estaba desnudo’”.

“Antes de tener miedo, Adán y Eva existían y actuaban en el mundo, pero sin experiencia palpable del mismo. Atemorizados, de ahora en más, aparecen rebosantes de experiencia. De este modo, aquella primera tentación de probar lo prohibido viene a significar el paso del movimiento apático, a la acción elegida. Su historia, nuestra historia, se encuentra lista para comenzar”.

El francés es autor de “Conjurar el miedo” (aún no traducido al castellano), donde ejemplifica su saber de medievalista con un episodio en la vida del pintor italiano Ambrogio Lorenzetti, al que ubica en Siena, en 1338, cuando pinta un cuadro que cobija la preocupación de los habitantes de esa ciudad.

“En aquella época, la comuna sienesa padecía una lenta subversión de sus principios republicanos, un régimen autoritario la carcomía solapadamente, que actualmente los historiadores definen como la personalización de un poder autoritario y la extensión de su ejercicio más allá de los muros de la ciudad”, escribe Boucheron.

“En toda Italia se temía una degradación señorial de las instituciones comunales”, agrega, “pese a la obstinación de los dirigentes de conservar lo que estimaban la clave secreta de la república: la ‘comuna’”, que había empezado a agarrotarse. Lorenzetti expone en su obra los mecanismos del poder: aterrorizar a la población para evitar el desmadre, conjurar un miedo con otro. Miedo al miedo.

Así Kant, en 1795, dos años después del Terror desatado por Robespierre, escribe un texto, siente el deber de hacerlo, en sordina con los primeros procedimientos del “estado de derecho público universal” fundado en la ley natural: “La paz perpetua”. El sueño pronto se convertirá en pesadilla y el aparato jurídico conocerá las variaciones -nada naturales- que interesan, también, a Freud.

Y para pesadillas, Robin: “Antes del 11 de septiembre (de 2001), según la denuncia conservadora, los estadounidenses vivían ociosos en un baño tibio de autismo social, regodeándose en la utopía del cibercapital, cultivando ‘paraísos privados’ que opacaron su sentido del mundo”.

“Pero el 11 de septiembre fue una pesadilla que los haría despertar de aquel sueño frívolo, si no decadente, que duró una década. El miedo que provocó el atentado a las Torres Gemelas le habría devuelto a los Estado Unidos la claridad de que el mal existe, e hizo posible nuevamente la acción. El 11S no fue el fin de la historia; al igual que el temor de Adán y Eva, significó nada más que el principio”.

¿Es la política la continuación de la guerra por otros medios, como decía Foucault parafraseando a Clausewitz? Algo de eso hay cuando el miedo es capaz de cegar la reflexión y permitirle a los medios apropiarse de su gestión y sino manipular, al menos persuadir y abrir el camino a la vertiente más reaccionaria del mundo social, en casi todas sus áreas. Se trata de la gestión de una emoción.

 

EL MIEDO
Autor: Patrick Boucheron y Corey Robin
Editorial: Capital Intelectual
Páginas: 96
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