Pobreza “en carne viva”, una vida muy dura detrás de las estadísticas

Las estadísticas sirven, sin duda, para dimensionar la magnitud del drama. Pero no describen ese entramado de penurias, degradación, peligro, desesperanza y desolación en el que “vive” más de un tercio de la población argentina.

Hablar de “pobreza” no es hablar solamente de carencias materiales. Es hablar de un mundo en el que los chicos nacen de alguna forma condenados; es hablar de familias disueltas y desintegradas; de una violencia naturalizada; de un peligro cotidiano y permanente (físico, sanitario, psicológico) de un paisaje contaminado y degradado; de la convivencia con el delito; de la falta de sueños y de muchas otras desgracias.

Hay un adjetivo que se ha asociado a la pobreza en la Argentina: “estructural”. Tampoco alcanza para describir la realidad. Pero alude a algo peor que la pobreza. Y eso es lo que sufre la Argentina: algo peor que “la pobreza”. Es la realidad de chicos que nacen pobres y morirán pobres; a los que no se les ofrecen salidas ni futuro.

EL DIA retrató esta semana la realidad de una zona de Villa Elvira donde se han registrado, en cuarenta semanas, cuatro casos de suicidios de adolescentes de entre 16 y 20 años. En esa investigación (publicada el lunes y martes pasados y que todavía se puede leer en eldia.com) se describían algunas de las problemáticas asociadas a la pobreza estructural: prematura deserción escolar; familias desarticuladas; maternidad a edades muy bajas; hacinamiento habitacional; estragos provocados por la droga; falta de espacios de contención; convivencia con el delito; ausencia de espacios urbanos que faciliten la integración; vacío y pérdida del sentido de la vida. La lista podría ser aún más larga. Porque la pobreza estructural es eso: un denso y complejo entramado que hace muy difícil la superación y la salida.

Por supuesto, la realidad de esta zona de Villa Elvira a la que se hace referencia (retratada, a raíz de la investigación de EL DIA, por la prensa internacional -ver pág. 13-), es la misma que se sufre en muchísimas otras zonas de la Región y del país. En asentamientos y barrios humildes del Conurbano bonaerense, la vulnerabilidad es aún más extrema y la penetración de la droga aún más profunda.

La dimensión que ha alcanzado la tragedia hace que el objetivo de revertir esta realidad sea, a esta altura, extremadamente complejo.

Todos los expertos coinciden en que la salida demandará décadas, en el mejor de los casos, y que no sólo se trata de ofrecer oportunidades sino de recrear una cultura que ha sido destrozada por la degradación de la pobreza estructural.

El desafío es enorme y compromete a distintos sectores. La responsabilidad primordial es, por supuesto, del Estado. Pero las políticas públicas deberían articularse con la solidaridad ciudadana y el aporte de organizaciones intermedias.

Los barrios pobres de la Argentina necesitan auxilio urgente y en varios frentes. “Hay que salvar a los chicos y a los jóvenes”. Ese es el reclamo reiterado. Se necesitan acciones firmes para combatir el narcotráfico; para revertir los índices catastróficos de deserción escolar; para formar en la cultura del trabajo; para ofrecer alternativas de capacitación laboral. Se necesita contención psicológica; planes eficaces de educación sexual; programas sanitarios; saneamiento urbano; opciones para la integración a través de la cultura y el deporte.

Todos los planes y esfuerzos del Estado deben ir a los barrios; no esperar que los barrios vayan a ellos. Hay que identificar las problemáticas particulares; hay que detectar las posibilidades en cada zona; hay que armar redes de contención. De todo esto hablan los expertos en políticas sociales.

La medición conocida ayer sobre la magnitud de la pobreza en la Argentina no revela, en definitiva, nada que el país no supiera. Tiene, sin embargo, la fundamental importancia de poner el drama sobre la mesa y de abrir la oportunidad de fijar un nuevo punto de partida. No ocultar la tragedia es una forma de empezar. Pero a partir de aquí, se necesita promover una acción de dimensiones colosales para luchar contra el flagelo de la pobreza estructural.

Instalar la ayuda estatal en el corazón de los barrios vulnerables parecería indispensable. No hay slogan ni programa que alcance frente a la magnitud del drama argentino.

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