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“La Batalla de los Sexos”: un alegato político en clave de comedia melancólica y humana

La cinta que retrata el famoso duelo tenístico entre King y Riggs se sostiene en las enormes actuaciones de Stone y Carell

“La Batalla de los Sexos”: un alegato político en clave de comedia melancólica y humana

Escena del filme “la batalla de los sexos” / web

1 de Diciembre de 2017 | 04:50
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Hollywood es un reflejo del clima del mundo entero: las mujeres están hartas. Hartas de cobrar menos, de ser menos valoradas, de tener que trabajar el doble, de ser objetos de deseo y nada más. Desde 2014 las voces de mujeres pidiendo igualdad se han levantado ante una industria dominada por hombres que, para colmo, han abusado durante años su poder de las maneras más escabrosas.

Culposa, la industria busca compensar los años de males con algunos golpes de efecto, como producir películas de superheroinas, a pesar de que continúan mostrándolas como objetos sexuales imposibles, les pagan menos y, sobre todo, las obligan a ejercer papeles propios de una lógica “masculina” (papeles bélicos, violentos, que perpetúan ese orden patriarcal de la dominación) pero vestidas de mujer.

“La Batalla de los Sexos”, cinta escrita y dirigida por Jonathan Dayton y Valerie Faris, los nombres detrás de la brillante “Pequeña Miss Sunshine”, logra a la vez alimentarse de ese clima de época, de esa efervescencia, y corregirlo: es una película sobre la igualdad de género, sí, pero no sólo rescata a una heroína real, imperfecta, contradictoria y conflictuada, sino que consigue profundizar algunos cuestionamientos y, sobre todo, lejos de palmearse la espalda en autocongratulación, pone el dedo en la llaga al revelar que a pesar de que tres décadas nos separan de la época en que transcurre el filme, la brecha salarial continúa, en la vida como en el tenis.

Porque de tenis va la cuestión: “La Batalla de los Sexos” revela el detrás de escena del duelo tenístico entre Billie Jean King, la número uno del mundo en aquel 1973, y Bobby Riggs, un veterano en busca de recobrar sus días de gloria que decide vestirse de villano y demostrar que las mujeres son inferiores en el tenis y en la vida desafiándolas a un partido de tenis.

El encuentro fue uno de los eventos más vistos en la historia de la televisión norteamericana, tuvo un papel clave en la lucha por la igualdad de pago para las atletas y es considerada una importante influencia en el movimiento de liberación femenina, pero más de 40 años después, la igualdad de pago, en el mundo laboral en general y en el tenis en particular, es aún un tema no superado.

DIMENSIONES

Este relato es narrado con la calidez habitual de la dupla Dayton-Faris, que se enamoran de sus personajes, la compleja y frágil-invencible King, que en aquellos días redescubría su orientación sexual y escondía la verdad del mundo por miedo a perder todo lo cosechado; y también de Riggs, que parece más un bufón que un cerdo machista y que en definitiva está atrapado en una vida insatisfactoria donde no se siente hombre, no se siente el ganador de Wimbledon de antaño. Y encima tiene que ver como tenistas mucho menos exitosos que él son millonarios, mientras él tiene que ir todos los días a una oficina a ganarse el pan.

Dayton y Faris caen sin embargo en la trampa de la autocongratulación y el subrayado en algunas ocasiones: su guión subraya por pasajes la “misión” del filme, se vuelve menos sutil, más militante y cerrado. En esos momentos, la película pierde las dimensiones que conquista cuando la lente se posa en la intimidad de los excelentemente reconstruidos Riggs y King, igualitos a los de antaño, retrata su profunda soledad, la miseria detrás del glamour, y la fortaleza de llevar un mundo sobre sus hombros.

Claro que no cualquier actor podría llevar adelante una película que revuelve enteramente alrededor de dos personas: Emma Stone y Steve Carell brillan y vuelven profundamente humanos, incluso patéticos en los momentos donde las luces se apagan, a sus criaturas, encarnando ese sentimiento comédico y a la vez melancólico de los filmes de sus directores a la perfección.

Rodada en en 35mm anamófrico para lograr un look más propio de los ‘70, la segunda mejor película de tenis del año y quizás de la historia (lo cual no es decir demasiado) construye un relato que entretiene y emociona mientras subraya las cuestiones pendientes del tenis, de Hollywood y de la sociedad toda en clave de comedia, bienvenida en tiempos donde algunos alegatos políticos no pueden despegarse de su propia solemnidad.

 

 

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