Violencia en el aula, un mal que crece y alarma

Bajo las formas del acoso o bullying, las situaciones violentas parecen haberse apoderado del ámbito educativo

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Aunque hasta ayer nadie podía confirmar que el intento de suicidio de una alumna del Colegio Nacional tuviese su origen en una situación de bullying o acoso escolar, como se especuló en un primer momento, quienes analizan el tema no pueden dejar de relacionarlo con una escalada de casos que tiene a las aulas como escenarios principales de situaciones violentas.

Peleas entre compañeros, armas, agresiones físicas o verbales de alumnos a docentes o hasta ataques cometidos por los propios padres de los chicos componen un cuadro en el que, de un tiempo a esta parte, las situaciones de violencia parecen haberse apoderado de las aulas.

Y si bien el bullying no es el único episodio violento que puede registrarse en clase, uno de los rasgos preocupantes que advierten los especialistas en torno a este tema es su creciente vínculo con el acoso escolar y con su expresión a través de las redes sociales.

No hace tanto, de hecho, un trabajo realizado en colegios de capital federal y el Conurbano bonaerense por Unicef Argentina -en una muestra que incluyó la consulta a 1690 alumnos y 93 directivos- reveló que el 66% de los alumnos conoce sobre situaciones constantes de humillación, hostigamiento o ridiculización entre sus pares.

Un aspecto interesante del trabajo está relacionado con la percepción que los propios protagonistas tienen de la problemática en general. Cuando se les consulta al respecto, el 52% cree que la violencia en el ámbito escolar es un problema muy grave. Sin embargo, al ser consultados sobre este fenómeno en sus propias escuelas, el problema tiende a ser percibido como mucho menos grave y sólo el 19,2% lo considera muy grave.

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Al hablar del acoso escolar, los propios chicos relataron en ese informe que entre las situaciones más comunes aparecen burlarse de una característica física de un compañero y comentarlo en público, no querer compartir alguna actividad o simplemente evitarlo, obligarlo a hacer algo en contra de su propia voluntad, discriminarlo por cómo se viste o por cuestiones étnicas o religiosas.

“Las formas de discriminación, burla u hostigamiento -esto infiere del estudio- evidentemente sí son manifestaciones que aparecen más fuertemente entre los adolescentes”, apuntaron los hacedores del estudio, para quienes “se podría inferir que para los adultos son formas más invisibles de violencia, es decir, en ocasiones es algo más difícil de divisar. No siempre un adulto se da cuenta de que su hijo puede estar siendo maltratado, o no siempre el docente está atento o preparado para percibir, o puede percibir, en ambientes tan diversos estos tipos de hostigamientos hacia cierto grupos de alumnos.”

A la hora de pensar estrategias para revertir una problemática que parece haberse vuelto crónica -aquí y en buena parte del mundo-, los entrevistados coinciden en que las acciones más efectivas sobre las que se puede trabajar para disminuir la violencia escolar se basan en mejorar la comunicación entre la escuela y las familias, y reconstruir el liderazgo tanto del docente como de los padres, algo que parece haberse perdido de manera notable en los últimos años. “Los adultos tenemos que ver que los chicos no reflejen las problemáticas que son nuestras -apuntan desde la fundación Proyecto Padres-. No debemos cargarles las tintas a que sea la escuela la que tenga que resolver todo. Hay que trabajar mucho desde la familia y generar ámbitos de comunicación, de reflexión entre los actores involucrados: la escuela, los padres, el Estado y los alumnos. Si no esto va a seguir siendo un diálogo de sordos donde cada uno espera algo del otro, ninguno se escucha, chocan las expectativas y esto genera más violencia.”

 

 

 

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