Hay que hacerse cargo

El peor error sería pensar que lo ocurrido ayer en el Colegio Rafael Hernández fue un episodio singular, extraño o irrepetible. En la Argentina unos 500 adolescentes se quitan la vida cada año. El suicidio es la segunda causa de muerte violenta en la franja que va de los 10 a los 19 años según un informe difundido el primer trimestre de este año por el Ministerio de Salud.

La realidad que expresa el guarismo -que se triplicó en las dos últimas décadas- constituye la principal preocupación de los especialistas en psicopedagogía que estudian los fenómenos que ocurren dentro de las aulas. Sin embargo esto no parece reflejado en políticas y acciones efectivas que ayuden a contrarrestarlo.

Por otra parte, un estudio de la Naciones Unidas ubicó al país primero en el ranking de acoso y violencia escolar. El triste pergamino surgió de una encuesta realizada a estudiantes secundarios en la que quedaba sobradamente demostrada la naturalización de situaciones agresivas entre los consultados.

La escuela como ámbito de socialización por excelencia ha ido admitiendo -con el altísimo riesgo de terminar por naturalizar- actitudes de indiferencia, destratos o la más despiadada y explícita violencia, tanto simbólica como material. Si lo creen una exageración pregunten en los sindicatos sobre la cantidad de licencias pedidas por docentes sobrepasados por las difíciles condiciones que deben enfrentar en el aula.

Tenemos el triste récord de ser el primer país de América latina donde se produjo una masacre escolar

Ademas, tenemos el triste récord de ser el primer país de América latina en donde se produjo un episodio encuadrable bajo la etiqueta de “masacre escolar”.

Ocurrió en Carmen de Patagones el 28 de septiembre de 2004, cuando Juniors descargó el arma de su padre agente de Prefectura Naval sobre la humanidad de sus compañeros de primer año del ciclo Polimodal: mató a tres chicos de 15 años como el mismo, hirió a cinco y marcó para siempre a toda una comunidad.

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No fue casualidad: es el cántaro que va a la fuente. Y va. Desde hace más de dos décadas, cuando en agosto de 2000 un joven apodado Pantriste mató a un compañero en la puerta de un colegio de Rafael Calzada, que escuchamos hablar de chicos que van a la escuela con un arma, con el riesgo que ello implica para sí y para terceros.

Es preciso dejar de mirar para otro lado y enfrentar definitiva, integral y hasta curricularmente el deterioro del concepto de vida y los efectos de la virtualización de las relaciones humanas. No es un asunto que deban asumir solo los docentes, sino que requiere de una abordaje integral y multidisciplinario: una política de Estado. No estaría mal, en ese sentido, construir desde las experiencias de cada comunidad educativa equipos que trabajen fuerte pero sobre todo, efectivamente, en acciones predictivas y preventivas y que, al mismo tiempo, tengan aceitada capacidad para poner en práctica protocolos para la superación de episodios traumáticos que, insisto, lejos de constituirse en casos aislados, son más frecuentes de los que alcanzamos a conocer.

(*) Periodista, coautor de “Juniors. La historia silenciada del autor de la primera masacre escolar de Latinoamérica”