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“Acá y acullá”: las cicatrices de lo atroz emergen a través de la memoria colectiva

La cinta del realizador local Hernán Khourián, un “ensayo laberíntico” que hace eje en el genocidio armenio, se presentó en el Festival de Mar del Plata esta semana

“Acá y acullá”: las cicatrices de lo atroz emergen a través de la memoria colectiva
14 de Noviembre de 2018 | 20:30

Hernán Khourián desarrolla una carrera en el cine desde hace más de una década, pero en paralelo a su obra ligada al ensayo mayormente experimental latía su pasado, como hijo de sobrevivientes del genocidio armenio que vivió su infancia en nuestra ciudad durante los años de dictadura.

“Siempre estuvo eso, lateral, mientras estudiaba cine en La Plata”, confiesa Khourián, pero ese margen latente emerge finalmente en su último trabajo, “Acá y acullá”, estrenado esta semana en el Festival de Mar del Plata.

Un “ensayo fragmentario y laberíntico”, con las marcas de la obra del cineasta que, lejos de la narración televisiva de la no ficción, construye un relato no lineal, “que no da respuestas”, a partir de los testimonios de los familiares de alumnos de un Taller de Cine Documental dictado en el Colegio Armenio Jrimian de Valentín Alsina: los jóvenes emprenden la tarea de perpetuar las historias que cada generación transmitió a su manera, reconstruyéndolas a partir de diversos registros y fuentes, para resignificar las sucesivas luchas que los preceden, y las potentes ideas que deben sostener hacia el futuro; y a la realización de estos ejercicios se suman las lúcidas reflexiones de la escritora Ana Arzoumanian para armar un mosaico que representa las distintas concepciones de una comunidad en su continua búsqueda de verdad y justicia.

La semilla de “Acá y acullá”, cuenta el realizador, se plantó quizás hace mucho tiempo. “Mis dos abuelos paternos fueron sobrevivientes del genocidio armenio: pero como le sucedió a muchos, no todos contaron esas historias. Y en La Plata y alrededores no hay escuelas armenias, continuaron algunas costumbres en la comida o en lo religioso, pero la lengua se fue perdiendo”, explica Khourián, para quien en esas historias y esos silencios “había algo”.

Ese “algo” comenzó a convertirse en cine cuando, trabajndo en “Huellas de un siglo” para la TV Pública, el realizador encontró “cuestiones sobre territorio, memoria, identidad, y me fui metiendo en esa historia no contada, familiar, sobre el genocidio y la diáspora”.

Primero, filmó las marchas de la colectividad armenia a la Embajada de Turquía en el marco del 24 de abril, fecha en que la comunidad pide a los turcos el reconocimiento de aquel genocidio. No tenía plan definido, pero allí comenzó a tomar contacto con las cabezas del movimiento, y “empecé a investigar dónde podía filmar para entrar en esa colectividad, para hablar sobre la idea de qué es un colectivo, dónde estaría ese colectivo”.

“El espacio para mi era el aula”, dice Khourián, licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Nacional de La Plata, que además de cineasta emprende tareas como docente en la Maestría de Cine Documental de la Universidad del Cine (FUC) y en el taller de tesis de la carrera de Artes Audiovisuales de la Facultad de Bellas Artes (UNLP): el aula como escenario de su documental asomó así naturalmente, sintetizaba ambas actividades.

Se topó entonces con el aula del Colegio Armenio de Valentín Alsina, donde existe un programa titulado “De un 24 a otro 24”, que vincula el genocidio armenio con la dictadura cívico-militar que diera inicio el 24 de marzo de 1976.

“Propuse un taller para aprender ciertas herramientas y dar lugar a ciertas preguntas de su pasado”, explica Khourián, taller del cual nació “Acá y acullá”. “Fuimos al aula no para responder o enseñar, sino para mostrar, y la forma de mostrar son los cuerpos, las cicatrices, la memoria ligados a una enunciación”, dice. Los relatos que dan cuenta de esas cicatrices, esos intercambios de la memoria colectiva, se entremezclan en el filme con los relatos con los de Ana Arzoumanian.

“Ella tenía la mirada desde dentro, y yo la mirada desde fuera, sobre eso que tiene que ver con la tradición, herencias, identidad”, analiza el realizador sobre la inclusión de la poeta. Entre ambos y con los relatos de los alumnos, “lo que hacemos entre desarmar los discursos, la idea de la herencia: se desarma para empezar a reconocer las piezas”.

La película propone así “un diálogo entre generaciones para indagarnos sobre esa fragmentación” de la herencia, y propone, antes que un sentido cerrado, una mirada coral y abierta. “Tiene que ver con mi mirada sobre el cine”, dice Khourián, para quien proponer una mirada pretendidamente objetiva, una narración tradicional de tesis cerradas, era imposible: para él, “toda película, documental o ficción, implica un recorte de lo que vemos, y eso que vemos también nos mira, somos afectados”.

Así, tanto la forma de la cinta como su contenido trabajan para “desarmar dispositivos, no darlos dados”, y cuestionar “por qué hay una mirada que se dice objetiva, por qué se cuenta la historia de esa manera”.

La versión oficial de la historia, de hecho, ha ocultado el genocidio armenio, el plan de exterminio de la colectividad por el gobierno de Jóvenes Turcos, particularmente virulento entre los años 1915 y 1923. Por esa “omisión” de la historia, el hecho fue apodado “el genocidio silenciado”.

Para Khourián, “el arte es el lugar de excelencia para discutir y poner en evidencia lo que estuvo oculto, hay que construir las imágenes y las escenas a partir de eso que estuvo oculto”: el cineasta vuelve a hablar de esas “cicatrices” de la colectividad (las cicatrices suelen permanecer ocultas bajo la ropa), que emergen a través de la memoria y le hablan al presente, este momento “de gran violencia” donde, para el realizador local, “es importante salir de los cubículos, es el momento de dejarse llevar por estos proyectos que ya no dependen de uno y tampoco de los demás: es un encuentro con lo desconocido”.

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