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La Ciudad |Al rescate de una joya del patrimonio platense

La “cocina” de los ladrillos que hicieron posible la Ciudad fue salvada sobre la hora

Tras años en el olvido, el antiguo horno Hoffmann de la fábrica de ladrillos Ctibor está siendo recuperado. Ubicado a la vera del camino Centenario y la calle 514, se le dará un nuevo destino

CARLOS ALTAVISTAcaltavista@eldia.com

2 de Mayo de 2018 | 03:08
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Los ladrillos de la primera red de desagües de la Ciudad, ladrillos de la Catedral, del Molino Campodónico, de emblemáticos edificios públicos y casonas platenses, de la cancha de Estudiantes, de inmuebles del puerto de Buenos Aires, del faro Cabo Blanco de Santa Cruz, de aquí y de allá, se cocieron en los hornos de la fábrica Ctibor que se levantan a la vera del Camino Centenario, donde viven desde 1882. Sin ellos, la historia de La Plata siempre quedaría incompleta. Y estuvo a punto.

Pero en 2014, ante el pronunciado deterioro al que habían sido condenados por el megahipermercado vecino que tenía el usufructo del predio, la familia Ctibor inició una dura batalla para recuperarlo. Lo logró en febrero pasado. Y así, esa parte medular del acervo local, está siendo puesta en valor en forma artesanal.

“¿Cómo anda Ismael?”. “Bien, Trabajando”. Victoria Ctibor, bisnieta de Francisco, el ingeniero checo que montó la fábrica hace más de un siglo, saluda a uno de los albañiles que están poniendo a nuevo, centímetro a centímetro, los conocidos como “hornos Hoffman”.

“Así se llamaban por su creador. Para la época eran tecnología de punta, un producto de la revolución industrial”, explica Victoria, y recuerda que “Francisco Ctibor (lo pronuncia Estibor) compró en 1905 la pequeña fábrica Carbonier y Portalis, que no estaba produciendo. Ya contaba, desde 1882, con estos hornos”, apunta.

“En 2014, pese a que siete años antes habían sido declarados patrimonio arquitectónico municipal, el deterioro por falta de mantenimiento era tal que decidimos recuperarlos”, puntualiza, mientras, en el Museo del Ladrillo que funciona en las ex oficinas administrativas de la fábrica, muestra fotos del estado en que estaba: sin las chapas del techo, con la rampa por la que se subían el carbón semiderruída, con troncos de plantas gigantes destruyendo la estructura principal, malezas por doquier, riesgo de derrumbe.

en la cocina

Victoria Ctibor dice que “poner en valor lo que hoy es el Museo (del Ladrillo) llevó cuatro años. No sabemos cuánto llevará esta obra. Pero lo importante es recuperarla para la comunidad”. Y luego ingresa por una de las arcadas al horno propiamente dicho, que tiene una estructura anular. Para los apasionados de la historia, estar allí unos minutos es un auténtico viaje en el tiempo.

“En 2014, ante el enorme deterioro de los históricos hornos por falta de mantenimiento, decidimos recuperarlos para la Ciudad”

La bisnieta de Francisco describe el modo en que se trabajaba: “Una vez que los ladrillos estaban secos, proceso que duraba en promedio unos tres meses, se introducían por las arcadas y los obreros formaban bloques. Luego, los ingresos se tapaban, también con ladrillos, y los quemadores tiraban el carbón por los huecos que hay en el techo. Comenzaba así la cocción, que se logra a 900 grados centígrados”.

¿Cómo medían la temperatura? “En esa época, por el oficio”, señala y sonríe. “Cuando se ponían blancos, estaban cocidos”, añade.

Comenta que el encargado de la obra es Jorge Ctibor, nieto de Francisco y actual director de la moderna fábrica que, desde 1998, funciona en el parque industrial de Abasto. “Lo primero que se hizo fue un paciente trabajo de desmalezamiento y apuntalamiento de la estructura. Hoy se continúa con ello, mientras ya se avanza en la reparación. Después sí vendrá la puesta en valor”, enumera, para indicar que el informe técnico fue del arquitecto Guillermo García, y que el futuro del lugar “tendrá relación con el Museo, aunque con otra impronta”.

“En Padova, Italia, hay dos. Son galerías de arte con un sector gastronómico. Es lo usual en Europa. Aquí, ya veremos”, deja caer Victoria.

Lo cierto es que esa bóveda invita a hablar de aquellos tiempos en que la Región y el país en general eran un mercado formidable. Es por ello que en esos hornos, que estuvieron a un paso de perderse por desidia y se salvaron por el espíritu inclaudicable de los herederos del ingeniero checo, se cocieron ladrillos de todo tipo con el sello “F. CTIBOR” que pusieron en pie a la nueva capital bonaerense, a edificios porteños y del interior.

Era un sistema revolucionario para la época. Mientras en una sección se estaba cociendo el material, en la siguiente se empezaba a elevar la temperatura, al tiempo que en la anterior, el material ya cocido empezaba a enfriarse permitiendo su descarga. El combustible, carbón, fue cambiando con el tiempo. Pasó a fuel oil y luego a gas.

una licitación, una localidad

Francisco Ctibor nació en la República Checa, se graduó como ingeniero en la universidad de Karlsrhue, Alemania, y supo trabajar en el equipo de Alexandre Gustave Eiffel, el constructor de la torre parisina. Pero llegó al país proveniente de Panamá, escapando de la devastadora fiebre amarilla que azotó a la pequeña nación durante la primera etapa de obras en el canal (ver recuadro).

“La Plata recién estaba tomando forma. Y el gobierno llamó a una licitación para construir la primera red cloacal. Francisco se presentó y la ganó”, reseña su bisnieta, y muestra la fotocopia del diario EL DÍA que da cuenta de ello. Se encuentra ampliada y enmarcada en el Museo.

“Fue entonces cuando decidió comprar la fábrica que funcionaba aquí, la cual ya tenía instalados los hornos Hoffman. Después, en los años ‘20, los amplió”, agrega.

“Estaba la fábrica y el tren. Y no había más nada. Pero Francisco se ocupó de que los obreros, que llegaron a ser 250, tuviesen su casa. También que hubiera una enfermería, una comisaría, almacenes”, relata la arquitecta.

Esa fue la semilla de Ringuelet, una de las principales y más populosas localidades platenses.

1905
Francisco Ctibor adquiere la fábrica de ladrillos Carbonier y Portalis, que estaba casi sin actividad. Ya contaba con los hornos Hoffman, revolucionarios para la época. Allí fabricó ladrillos para la Ciudad, Buenos Aires y el interior del país. Las casas de los obreros fueron la semilla de Ringuelet.
1995
La fábrica Ctibor deja de funcionar en Ringuelet e inicia su traslado al parque industrial de Abasto, donde se encuentra hoy. El predio en el que estaban los hornos queda en usufructo de un hipermercado. En 2007 los declararon patrimonio arquitectónico. Pero su deterioro crecía a pasos agigantados.
2014
La familia Ctibor inicia una dura pelea legal para recuperar el predio y salvar los hornos. En febrero de este año lo logró. La estructura, parte esencial de la historia platense, se está poniendo en valor lentamente.

 

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La estructura anular de los hornos, con numerosas entradas, permitía la cocción de los ladrillos en forma secuencial. Por los huecos del techo se echaba el carbón / Gonzalo Mainoldi

Victoria Ctibor, bisnieta de Francisco y encargada del museo / G.Mainoldi

La parte exterior ya permite observar el fruto del trabajo de recuperación de los hornos / Gonzalo Mainoldi

Hasta que se coloque el techo se pusieron chapas provisorias / G.Mainoldi

La emblemática chimenea/G.Mainoldi

El sitio estuvo a punto de perderse. Ahora, será recuperado para la Ciudad

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