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Séptimo Día |UN FENÓMENO QUE VIENE DESDE LA ANTIGÜEDAD Y QUE HACE ECLOSIÓN CON INTERNET. ESCRIBIR PARA OTRO POR ENCARGO

Los escritores fantasmas

El tema de la clandestinidad literaria como un interrogante ético Pág.2

Los escritores fantasmas

Sinclair Lewis

17 de Junio de 2018 | 08:33
Edición impresa

Por MARCELO ORTALE
marhila2003@yahoo.com.ar

“Escritores fantasmas”, la expresión viene del inglés “ghostwriter” y define a quienes escriben para otros desde las sombras, por encargo. Ellos no firman sus textos, los firman quienes les pagan. Aunque existe y va in crescendo la categoría de ghostrwiter amateurs. Pero, es una manera de ganar la vida para los que cobran. Dicen que Homero tuvo escritores fantasmas, y que también Dante y Shakespeare los tuvieron. Asimismo, escritores fantasmas –o en negro, como así se los llama- fueron prosistas y novelistas de gran valía en la historia de la literatura universal.

Lo cierto es que la costumbre viene desde la misma Antigüedad y que ahora, con el avasallante aterrizaje de Internet, el fenómeno se ve acentuado de manera notable. En Internet no sólo proliferan los escritores fantasmas. La red se ha llenado, inclusive, de empresas de escritores que se dedican a la escritura fantasma, rozando algunas veces la ilegalidad y, en otros casos, quebrantando a mansalva los derechos de autor y otras áreas igualmente sagradas. “En Internet ha aparecido otra rara especie de escritor fantasma” dice un conocido editor. “Es gente que escribe un poema a la manera de Borges de Neruda y los firma como si hubieran estado escrito, efectivamente, por Borges o Neruda….”. Esos poemas apócrifos, algunos bastante bien escritos –pero con caídas de calidad y extravíos ideológicos visibles en varias líneas- se nconvierten a veces en un quebradero de cabeza para la crítica. Sus “autores” no ganan nada, salvo la recompensa de algunos comentarios elogiosos de lectores al pie de esas estafas literarias.

FANTASMEANDO

Uno de los escritores más fecundos y exitosos del siglo XIX fue Alejandro Dumas padre, cuyas obras se tradujeron a casi cien idiomas. Entre ellas se cuentan El Conde Montecristo y Los tres Mosqueteros. A tal grado llegó su fama que debió recurrir a la creciente “ayuda” de colaboradores, entre ellos Auguste Maquet y al escritor portugués Alfredo Hogan.

La opresiva demanda de los editores sobre Dumas padre llegó a tal extremo que, según se dijo, llegó a contratar a unos 76 “negros” literarios. El les daba los datos principales del argumento, la estructura y algo de la trama, pero los fantasmas eran los que escribían. Se cuenta que en una oportunidad, Dumas padre le preguntó a su hijo –luego también escritor famoso-: “¿Has leído mi nueva novela?”. Y que el hijo le contestó: “No, padre. ¿Y tú?”

En cercanías de La Plata vive un conocido novelista y periodista, autor de obras de relieve, que también escribió en negro, en nombre de una conocida celebridad de nuestro país. Ahora, ya en su condición de informante de esta nota pidió también conservar su clandestinidad: “Lo que puedo decir, desde el anonimato, es que ser fantasma ya no es como antes. Ya no se escribe: se graba y se edita. La mayoría de los libros express son hablados y se hacen -entre pitos y flautas- en menos de un mes. Así estamos”, comenzó diciendo.

El hombre defendió el valor del anonimato en la literatura: “No sé si, realmente, existe alguna pérdida en no citar el nombre del autor. Al contrario, lo veo como prueba de una experiencia, si se quiere, impersonal. Por otra parte, ¿qué es un autor sino un narcisismo? Fantaseo con no firmar mis libros. La trampa es que la industria editorial quiere nombres, nombres, nombres...”

Este ghostwriter trabajó algún tiempo para un ex alto funcionario del país. Cansado, o aburrido, acaso de esa dependencia le escribió una vez un discurso en el que mechó algún párrafo “peligroso” para lo que suele ser el estilo rutinario y convencional de las autoridades. Pero el funcionario lo leyó de punta a punta: “Fue el triunfo secreto del fantasma: que la prosa de Estado aceptara una lírica marginal, de un palo distinto, y pudiera asimilarla, fue toda una sorpresa. Por supuesto, no eran párrafos ininteligibles, pero tampoco tenían ese sí/no del discurso burocrático que tiende a la nada”.

Un maestro del periodismo argentino, Ramiro de Casasbellas, tan talentoso y de muerte tan temprana, durante los primeros años de la dictadura militar sobrevivió como ghostwriter, convirtiéndose en el escritor en negro de un empresario porteño. “Ramiro, me gustaría escribir algo sobre la división de poderes…pero no tengo ideas claras ni sé escribir…”, le decía. Y Casasbellas le entregaba el libro escrito en treinta días…

Así llegó a cerca de una decena de libros. Años después de que regresara la democracia, el empresario ya tenía una bien (o mal) ganada fama de ensayista. Se había convertido en una descollante personalidad cultural del país (impostada, claro) y fue designado en un alto cargo gubernamental. Cuando alguien hablaba sobre esa historia con Casasbellas, carraspeaba y decía: “cambiemos de tema…”.

Cuando Borges la pasaba económicamente muy mal, allá por inicios de la década del 40, Bioy Casares le hizo escribir unas seis carillas –desde luego que pagas a 16 pesos por página, suma que era una fortuna- sobre los beneficios de la “cuajada búlgara”, es decir el yogur. El producto era fabricado por La Martona, que pertenecía a la familia de los Bioy. Que se sepa, no quedarían ya ejemplares de ese folleto que puedan ilustrar sobre el desempeño de Borges como ghostwriter.

También, poco tiempo antes, Sinclair Lewis retrataba con acidez a la sociedad burguesa de los Estados Unidos. Su novela “Babbit” se convirtió en una sátira impiadosa sobre los empresarios –los nacientes ejecutivos- y también acerca de los jerarcas del clero estadounidenses, en una obra que le valió el Premio Nobel de Literatura, en 1930.

Lo cierto es que quince años antes el tenista Maurice McLoughlin –campeón durante varias temporadas de los Estados Unidos y el más famoso en el mundo en ese deporte que, entonces, era más burgués que el golf- como no tenía ni idea de cómo escribir un libro, había recurrido a Sinclair Lewis que escribió la “autobiografía” del bon vivant de McLoughlin.

LA ETICA Y MACHADO

Se ha escrito y debatido mucho sobre la ética de los ghostwriter, sobre si está bien o mal escribir en negro. Jean Paul Sartre analizó a fondo el delicado tema de la relación que existe entre el escritor y la remuneración que recibe. Hay escritores, decía, a quienes les da vergüenza decir que les pagan y por eso prefieren afirmar que les otorgaron una pensión o una beca.

Como buena mujer, Claudia Piñeiro atina en el centro del blanco del asunto: “Me parece una labor digna para un escritor que no puede vivir de los ingresos que le da lo que escribe por convicción, que por otra parte es la situación de la mayoría de nosotros. Escribimos literatura, aunque nadie nos pague, aunque no sepamos si algún día será publicado. Pero a fin de mes hay que pagar el alquiler, la luz, y trabajar de escritor fantasma es posible. Tenemos la técnica, sabemos cómo hacerlo”.

Zulema, una empleada platense, había ido a un recital de Serrat en Buenos Aires. Y al día, ante sus compañeros de trabajo, puso algunas cosas en su lugar: “Si, el Nano será muy bueno…Muchos aplausos para él…Pero nadie se acordó del letrista fantasma de Serrat, que es una maravilla….un tal Machado…”.

Por presión de sus editores, Alejandro Dumas llegó a contratar a unos 76 “negros” literarios

“Escribimos literatura aunque no sepamos si será publicada”, dice Claudia Piñeiro

 

 

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