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La Ciudad |Historias platenses

El club de los criónicos que buscan desafiar a la muerte

Gente que se reúne para vencer a la muerte. ¿Cómo? Congelando sus cuerpos hasta que el mundo encuentre una cura

El club de los criónicos que buscan desafiar a la muerte

Rodolfo Goya, bioquímico platense, el primer argentino que decidió congelarse

LAURA AGOSTINELLIhistoriasplatenses@gmail.com

25 de Agosto de 2018 | 01:42
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Si le dijeran que existe un grupo de personas, cinco de ellas platenses, que se reúne periódicamente en un hotel de la ciudad de Buenos Aires para hablar de cómo vencerán a la muerte, usted pensará: “Esta gente está loca”. Si además le contaran que dos de los 10 miembros de este “club” ya reservaron un lugar para ser congelados y que un tercero lo hará en cuanto reúna el dinero necesario, quizás la ingenuidad trepe al grado de perplejidad.

¿Despertaremos dentro de 100 años o menos? ¿Podrán rejuvenecernos? ¿Transferirán nuestra memoria a un avatar y conservaremos nuestra identidad con un cuerpo mil veces más eficiente? ¿Podrán, al menos, reanimarnos? Son algunas de las preguntas que se hacen en los encuentros durante tres o cuatro sábados al año, desde 2012 en el club de los criónicos.

“Tienen cierto componente de bohemia”, reconoce Rodolfo Goya, de 67 años, platense y doctor en Bioquímica, el primer argentino que se criopreservará. Trabaja desde hace más de 40 años en la Facultad de Medicina de la UNLP, es investigador del Conicet y su principal obsesión fue decirle a la muerte que espere. Por eso investigó cómo revertir el envejecimiento celular. Estima que en algunos años la ingeniería genética podrá rejuvenecer a las personas y entonces ya no moriremos de viejos. ¿No cree? Veamos.

196 °C bajo cero

Científicos rusos, japoneses y coreanos cartografiaron recientemente el genoma de los mamuts para colocarlo en el óvulo fecundado de una elefanta.

“¿Por qué limitarse a los mamuts?” pregunta el historiador Yuval Noah Arari, autor del libro “De animales a dioses” y plantea un escenario en el mediano plazo donde se podrá “alterar la fisiología, el sistema inmunitario, la esperanza de vida y las capacidades intelectuales y emocionales”, dejando abierta la puerta a la creación de “súper humanos”. “Si la ingeniería genética puede crear ratones genios ¿por qué no crear humanos que sean genios?”, plantea Arari.

Aunque la ciencia avanza rápido, a Goya le falta tiempo. Por eso en 2010 firmó contrato con el Cryonics Institute de Detroit, EE.UU. Pagó 30 mil dólares por una plaza junto a otras cinco personas en un termo cargado con nitrógeno líquido que lo preservará intacto, a 196 °C bajo cero hasta que se descubra cómo reanimar un ser humano y cómo curarlo de la enfermedad por la que murió.

Si bien hasta el momento sólo se criopreservaron organismos diminutos como embriones o gusanos, la apuesta de los criónicos se basa en el avance exponencial de la ciencia y la tecnología. “El problema es el tiempo que lleva congelar y descongelar un cuerpo grande”, explica Goya, “se tiene que hacer muy rápido para que las células no se desorganicen”. Como sea, todos sacan la misma cuenta: “Si me entierran, mis posibilidades de volver en el futuro son nulas. Si me congelan, al menos tengo una chance”, afirma Francisco Lascaray (46) criónico desde hace dos años.

Los miembros de este club son ateos, aman la vida y tienen un optimismo de acero: “Creemos que el futuro será mucho mejor que el presente. En general, el presente es mucho mejor que el pasado, a pesar la idea nostálgica de que todo tiempo pasado fue mejor”, concluye Lascaray.

En todo el mundo hay más de 300 personas criopreservadas y 5 mil inscriptas. La mayoría están repartidas entre Cryonics Institute y Alcor (Arizona). Allí ya reservó una plaza María Entraigues Abramson, argentina radicada en California desde hace 27 años, cantante, comunicadora científica y miembro del “club”. Con ella también se criopreservará su marido, por la suma de u$s200 mil cada uno, que costeará el seguro de vida que contrataron.

El origen

En el 2012, Goya invitó a dar una charla en la facultad de Medicina de la UNLP a Ben Best, por entonces director del Cryonics Institute. La noticia despertó el entusiasmo de un puñado de argentinos dispersos por el centro del país que hasta el momento se sentían bichos raros. Era el caso de Pablo Guerrero, ingeniero de 37 e investigador del Conicet, a quien llamaremos así porque prefirió mantener su nombre en reserva, consciente de los prejuicios que todavía existen sobre el tema.

“La familia cercana lo entiende, aunque lo ve raro. La gente más grande lo considera más excéntrico. Las amistades jóvenes lo entienden mejor. Es cultural”, afirma Guerrero. Todavía hoy este ingeniero recuerda cómo se sintió durante la primera reunión: “Fue gratificante la sensación de no estar tan solo y también conocer a gente maravillosa con los mismos deseos de uno por que la humanidad afronte el problema de la muerte”.

Desde sus inicios, el grupo fue oscilando en la cantidad de miembros pero, con diferentes grados de participación, siempre se mantuvo entre los 10 y los 20 integrantes. Esta sociedad está conformada por un variopinto que incluye científicos, ingenieros, un neurólogo, abogados, una jueza, artistas, una traductora, un historietista, un empresario y un comerciante. Las edades van desde 25 a 90.

La muerte ganó de mano

Tras dos años de encuentros, la muerte invitó a los criónicos a jugar una carrera para la que no estaban preparados. Uno de sus integrantes más activos, un abogado rosarino de 50 años, supo que tenía cáncer. Tras el impacto de la noticia, los demás miembros trabajaron contrarreloj para congelarlo. Reservaron su lugar en el Cryonics Institute. Él mismo construyó la caja para trasladar su cuerpo refrigerado, siguiendo las instrucciones del grupo criónico inglés. Consiguieron una empresa para el traslado que cobraba unos 12 mil dólares. Solo restaba aprender cómo congelar el cuerpo rápidamente pero la muerte cantó victoria. El abogado sufrió una crisis y falleció.

Desde entonces, la conformación de un equipo para esa logística es la principal preocupación del grupo. A su vez, consideran necesario “concientizar a la sociedad para que no vean a la criónica como una locura. Buscamos que hagan el ‘clic mental’”, afirma Lascaray. Si esta técnica se populariza, habrá inversores interesados en crear un centro local para el que se necesita un mínimo de 100 mil dólares, estiman.

¿Locura? ¿Ingenuidad? La respuesta depende de cómo avancen la ciencia y la tecnología. De algo podemos estar seguros: si el tiempo les da la razón, solo ellos estarán allí para contarlo.

 

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Rodolfo Goya en el Cryonics Institute, donde será criopreservado

Rodolfo Goya, bioquímico platense, el primer argentino que decidió congelarse

Lascaray junto a Cordeiro, autor del libro “La muerte de la muerte”

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