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Cada vez más lejos de la torre de Babel

El avance de un “idioma” que todos entienden en el mundo. La influencia de la era digital. Testimonio de un joven novelista platense. Los avances de Juan Filloy, Julio Cortázar y Arthur Rimbaud

Cada vez más lejos de la torre de Babel

El Gran Bazar de Estambul, donde los idiomas se entrecruzan / Shutterstock

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

13 de Octubre de 2019 | 05:58
Edición impresa

Un paisano de nuestras pampas, recién llegado como turista a Estambul, tan solo a pocos minutos de haber aterrizado en esa ciudad, fue visto días atrás mientras deliberaba y discutía en el Gran Bazar por el precio de una campera, con un comerciante turco, que no conocía una sola palabra en español.

El paisano, claro, a su vez ignoraba por completo el idioma turco, pero los dos se entendían. Regatearon unos minutos y la compra se concretó, entre sonrisas y un té de manzana compartido. Esa escena –multiplicada por cien en esa gran fragua lingüística del enorme centro de compras emplazado a orillas del Bósforo, pero que puede replicarse en cualquier capital del mundo- resultaba imposible de ver hace veinte o treinta años, cuando las barreras del idioma resultaban infranqueables. Hoy los idiomas se han convertido, al menos para la comunicación básica, es un entrevero accesible.

Los expertos no lo dudan. Es la influencia del lenguaje digital, del lunfardo variopinto de las computadoras, del avance de las imágenes sobre la palabra, de la universalidad de las marcas comerciales, de los emoticones, del traductor simultáneo en los celulares. Se puede ver esta realidad no sólo en los comercios, sino en las calles, en donde ya no camina gente absorta mirando mapas, sino preguntándole direcciones a los transeúntes, no importa el idioma en que hablen entre los dos.

Ese fenómeno propio de la globalización no está nada mal. Le resta a la torre de Babel gran parte de su poder censor e invalidante. Hace a todos potenciales ciudadanos del mundo. Cualquier viajero puede sobrevivir en Hong Kong, en Tokio, en Buenos Aires, en Nueva York o en Ankara, haciéndose entender con esa suma de recursos.

La literatura siempre se mostró receptiva de los nuevos aportes idiomáticos. Nunca los censuró y, por el contrario, los recibió como a hijos pródigos. Inclusive fueron los escritores los que fundaron idiomas nuevos y los hicieron circular. Ahora, en estos días, los jóvenes novelistas que pujan por nuevos estilos –y también por nuevos lectores, dispuestos a las mutaciones- explican el fenómeno, como lo hace el escritor platense Francisco Artola.

LOS NUEVOS MODELOS

“La globalización ha proporcionado, entre otras cosas, un paradigma de comunicación universal, saltándose el uso de las lenguas autóctonas y milenarias de cada región. Las nuevas culturas nacidas con el impulso de las redes sociales, poniendo a la imagen por sobre la palabra y la escritura, hacen que gente con distintas lenguas logre comunicarse mediante señas, expresiones y movimientos gestuales que antes no existían a nivel global y que ahora permiten que las personas puedan entenderse”, dice Artola.

“Unos veinte o treinta años atrás, si uno andaba por Rusia, por Alemania o ni que decir por algún país del extremo asiático, si no teníamos una lengua en común, la comunicación era casi imposible de llevarse a cabo; esto ha cambiado con las maneras no textuales de comunicación que han adoptado gran cantidad de personas a raíz de la globalización tecnológica”, añadió.

Entre otras novelas, Artola escribió una titulada “El gran paso”, y de ese texto extrae también conclusiones: “en ese libro hay un pasaje en el que dice: “El encuentro fue por la mañana, en una de esas cadenas de cafeterías en las que una vez que entraste no te das cuenta si estás en Quebec, París o Shanghái”.

“Esto significa que en la literatura actual se observa que hay lugares en todos los rincones del mundo, como algunas cafeterías del estilo de Sturbucks o alguna cadena de comidas rápidas como McDonald’s o Subway, por nombrar sólo algunas, en donde no es necesario conocer el idioma del lugar, ya que se utilizan los mismos nombres para los productos en todo el mundo, que sumado a las gesticulaciones universalizadas por las redes sociales, las personas logran darse a entender sin utilizar una lengua en común como podría ser el inglés”.

Dice luego que con las redes sociales “se han logrado poner en contacto a personas de distintos lugares, con lenguas diferentes, pero el uso de la tecnología ha hecho que con solo apretar un click el mensaje logré traducirse en el mismo instante de recibido el texto”.

Alude al imperio de la imagen: “otra vez es ella la que da la puntada inicial de la comunicación. El uso de los emoticones y fotografías hacen fluir esos contactos, los potencian y los llevan a limites antes inimaginados. Hoy es mucho más frecuente ver la formación de parejas de distintos orígenes gracias a las nuevas tecnologías y su uso a nivel mundial”.

“Con solo mostrar un mapa en el celular indicando el lugar a donde uno quiere ir, o realizar un gesto copiando algún ícono de los utilizados comúnmente en las redes sociales, uno puede darse a entender fácilmente por otra persona que no tiene ningún nexo en común más que estos productos de las nuevas lenguas tecnológicas”, finalizó diciendo.

UN PRECURSOR

Sin declinar un ápice su discurso comprometido con la realidad, Julio Cortázar fue también un meticuloso artesano de palabras. Se dedicó un tiempo, al igual Juan Filloy, a la palidromía. En su “Lejana”, escribió, allá por 1951: “Tengo que repetir versos o el sistema de buscar palabras con a, después con a y e, con las cinco vocales, con cuatro. Con dos y una consonante (ala, ola), con tres consonantes y una vocal (tras, gris) y otra vez versos, la luna bajó a la fragua con su polisón de nardos, el niño la mira mira, el niño la está mirando. Con tres y tres alternadas, cábala, laguna, animal; Ulises, ráfaga, reposo”.

“Así paso horas: de cuatro, de tres y dos, y más tarde palindromas. Los fáciles, salta Lenin el Atlas; amigo, no gima; los más difíciles y hermosos, átale, demoníaco Caín o me delata; Anás usó tu auto, Susana. O los preciosos anagramas: Salvador Dalí, Avida Dollars; Alina Reyes, es la reina y... Tan hermoso, éste, porque abre un camino, porque no concluye...”.

Pero Cortázar quiso también inventar palabras. Y lo hizo en “Rayuela”, su obra más conocida (para muchos tal vez, no la mejor, acaso detrás de “Historia de Cronopios y de Famas”). Así describe un inolvidable y babélico encuentro amoroso: “”Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo”.

La descripción continúa, ingresa en una suerte de dinámica exasperante y deliciosa: “Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!”

Está también claro que lo lúdico no dejó de ser nunca un objetivo en la obra de Cortázar. Frente a la solemnidad profesional de lo literario, Cortázar se divirtió en grande: “Yo ya no podía aceptar el diccionario, ni aceptar la gramática. (…) El buen escritor es ese hombre que modifica parcialmente el lenguaje. (…) Los prosistas introducen toda clase de trasgresiones que hacen palidecer a los gramáticos y que luego son aceptadas y entran en los diccionarios”, explicaba Cortázar.

Dicen que el autor de miles de frases que se leen igual de adelante hacia atrás y viceversa, Juan Filloy, llegó a sentirse algo celoso por los palíndromos y juegos de Cortázar y salió al cruce: “Yo soy el recordman de frases palíndromas. Algún día la patria reconocida me elevará una estatua… No se rían. Hay muchos próceres que se han roto la cabeza menos que yo”.

EL COLOR DE LAS VOCALES

Hace un siglo y medio el poeta francés Arthur Rimbaud publicó un soneto luego famoso que tituló “Vocales”, en el que le dio un color a cada una de las vocales al iniciar el poema: A negra, E blanca, I roja, U verde y O azul (apareciendo la O al final, en vez de la U).

Se cree que Rimbaud quiso sumarse a la “teoría de las correspondencias” que había elaborado Charles Baudelaire, según la cual existen conexiones entre sonidos, colores, perfumes, y otras sensaciones, que sólo un poeta puede percibir.

El de Rimbaud fue considerado, también, otro aporte a la conformación del idioma. Como ocurre hoy, también antes y siempre hubo napas subterráneas que afloraron y enriquecieron al idioma de la humanidad. Como ocurre en estos días con el lenguaje inclusivo, tan necesario para algunos. Tan sólo que, por ahora, en lugar de colorear a las vocales –como propuso aquel genial poeta de Francia- se las reemplaza por una letra “x”.

Sea como sea, pareciera ser que, de a poco, el mundo de los idiomas sigue alejándose de Babel.

 

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El Gran Bazar de Estambul

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