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Policiales |OCURRIÓ EN LA PLATA

El escándalo de Carolina: la decapitada platense en la pared de Martínez de Hoz

Los safaris del exministro de Economía, la muerte de una jirafa en el Zoológico de La Plata y una denuncia que reventó un hormiguero político

El escándalo de Carolina: la decapitada platense en la pared de Martínez de Hoz

La exhumación de Carolina permitió comprobar que le faltaba la cabeza y el escándalo motivó su devolución, tres años después

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

17 de Octubre de 2021 | 02:43
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"Doctor, la desenterramos y efectivamente le falta la cabeza".

La verdad es que hay que ser malvado para matar a una jirafa. Es una criatura que no entra ni en el espíritu pretendidamente "aventurero" de la caza mayor. Ese fue el valor agregado que tuvo el escándalo de la Jirafa Carolina, un bicho adorable que más allá de las opiniones sobre los zoológicos, estaba en el de La Plata a fines de los 70 y principios de los 80.

Su muerte demostró que en todas las épocas han existido personas despreciables y malos administradores de la cosa pública. Porque era cuestión nomás de poner un cuidador en el horario de visitas, para evitar que a Carolina la mataran como la mataron: tirándole caramelos sin desenvolver y permitiendo que se comiera las bolsas de plástico que dejaban por ahí visitantes mugrientos y mugrientas. Hacia el verano de 1980 a Carolina, que había nacido en el pedazo de selva que el mapa dice Sudáfrica, se le hizo en los intestinos una pelota de plástico y celofán y eso la mató lenta y dolorosamente.

Tres años después, José Alfredo Martínez de Hoz, el ministro de Economía de la dictadura iniciada por Videla, Agosti y Massera, empezaba a sentir en carne propia la letra de Yira Yira, uno de los tangos del inmortal Enrique Santos Discépolo. Después de haber tenido en sus manos tanto poder, el tipo veía, "manyaba" que a su lado se probaban la ropa que iba a dejar. Faltaba un tramo para que la Justicia le pidiera cuentas por asuntos bastante más graves que el escándalo de Carolina, como entre otros la desaparición de obreros "díscolos" en la planta de Acíndar, según una investigación del periodista Martín Prieto publicada en El País de España. El hombre ya orejeaba la baraja de la pérdida de poder.

EL VALIENTE CAZADOR

La pasión del ministro por matar animales salvajes que no le habían hecho nada y que ni siquiera pensaba comerse era ampliamente conocida. Había decenas de fotos suyas posando junto a lo que curiosamente algunas personas dan en llamar "trofeos". Pero esa pasión también quedaría evidenciada en un hecho puntual, si se quiere histórico. Cuando en 1976 sus amigos decidieron ponerlo al frente de la economía de la República que habían tomado por asalto, tuvieron que ir a buscarlo a Kenia, un país del Africa oriental famoso por sus safaris. Según contaría el periodista Walter Goobar, para convencerlo Videla le dijo "si usted no acepta el cargo, tengo que poner a un general". Y como Martínez de Hoz conocía muy bien el paño dijo está bien, dejame a mi.

Las versiones de cómo llegó el asunto de Carolina a oídos del veterinario platense Hosmar Peralta Bergna fueron muchas. Peralta Bergna era una locomotora que iba de frente contra todo lo que consideraba malo para la naturaleza. Vivía haciendo denuncias contra organismos oficiales, civiles y particulares. A los que podaban fuera de época les saltaba a la yugular, lo mismo que a los que dañaban el Bosque, las plazas, los parques y los animales. Estaba retirado de la profesión pero apasionado como el primer día.

CONFITERÍA PARIS, 05 PM

Cuentan que Peralta Bergna había recibido el primer aviso en una tarde del invierno de 1982, cuando una voz de hombre que le resultó conocida lo convocó a tomar el té a la Confitería París. El hombre llegó con puntualidad británica y ocupó una mesa junto al ventanal de 7, tirando a 49. Había llovido, la avenida no tenía entonces esa especie de rambla angosta que tiene ahora y el asfalto era un jabón. La concurrencia, nutrida a esa hora de la tarde, se entretuvo chusmeando el desenlace de un choque con más ruido que nueces entre un micro 214 y una camioneta de reparto de cigarrillos, justo en la esquina de lo que era un banco.

"Me estoy jugando la vida con esto que le voy a contar. En el living de su departamento, Martínez de Hoz tiene la cabeza de la Jirafa Carolina colgada en una pared. Tiene un león, un rinoceronte, un leopardo y a la pobrecita de Carolina", dicen que fue la denuncia recibida.

Eran los meses previos al final de la Guerra de Malvinas y por razones más que obvias, el asunto debió esperar. Cuando ya corría el año 1983 y el amanecer de la democracia estaba cada vez más cerca, Peralta Bergna consideró que había llegado el momento de destapar la olla.

El poderoso ministro ocupaba un departamento enorme en el cuarto piso del edificio Cavanagh, un lugar emblemático de esa Argentina "país rico, pueblo no tanto". El edificio, que llegó a ser el más alto de Sud América, se había empezado a levantar en 1934 por decisión de Corina Cavanagh, la bella viuda del millonario terrateniente irlandés Guillermo Ham Kenny. En esa familia el dinero no se contaba, se pesaba. La historia dice que tras enviudar se casó con el médico que había atendido a su marido, Guillermo Mainini Ríos pero la Iglesia le declaró nulo el matrimonio, lo que volvería a ocurrir cuando se unió a Gustavo Casares Lynch. Estas desavenencias con la Iglesia acaso expliquen que haya ordenado a los constructores que el Cavanagh le tapara el sol a la Basílica del Santísimo Sacramento, construida como panteón familiar por la familia Anchorena. Lo hizo por amor y por venganza. Corina tenía un romance con uno de los hijos de Ana Castellanos de Anchorena que en lugar de hacer de la suya, hizo lo que le ordenó la mamá y la dejó plantada a Corina. El departamento de Martínez de Hoz era imponente pero no le llegaba a los talones al de Sir Alain Levenfiche, el noble británico propietario del penthouse que ocupa todo el piso 14 y que en 2008 se ofreció a la venta en casi 6 millones de dólares.

El recorte de la publicación de el DIA, con el título “La señora de Martínez de Hoz y la jirafa Carolina”

TAXIDERMISTA DE CABECERA

El informante juró que los servicios de inteligencia andaban tras el asunto, como si entonces no hubiesen tenido tareas más urgentes. Y que era él, Peralta Bergna, el hombre indicado para destapar la olla. Y la destapó nomás.

El expediente que generó la denuncia del veterinario platense llevó el número 67.369.

Del mismo modo en que cualquier persona tiene un carpintero, un albañil o un plomero de confianza, José Martínez de Hoz tenía un taxidermista de cabecera, el señor Di Carlo, un hombre que se encargaba de la nada fácil tarea de tratar el cuerpo muerto de un animal de gran porte, cortarle la cabeza y ahí si, con la ayuda de un carpintero, colocarlo en una base de madera noble para integrarlo a la colección de pared. Peralta Bergna no se anduvo con medias tintas. Denunció que las autoridades del Zoológico de La Plata le habían "obsequiado", por no tener pruebas para decir "vendido", los restos de Carolina al taxidermista y que la autopsia a Carolina, muerta en febrero de 1980, se había demorado varias horas para permitir la llegada de Di Carlo que venía a La Plata por sus restos.

En el mundo actual de redes sociales Peralta Bergna tendría hoy cientos de miles de seguidores y su denuncia hubiese explotado en cuestión de minutos. Pero eran otros tiempos y el mismo denunciante se tuvo que encargar de contar todo peregrinando por las redacciones de las corresponsalías platenses de los diarios "de Buenos Aires" y de las pocas radios que sonaban en La Plata, llevando bajo el brazo fotocopias de la denuncia y de fotos de Carolina, manchadas por falta de toner.

EL HORMIGUERO

La noticia de la denuncia publicada por el diario EL DIA pegó ahí, donde dicen que atiende Dios. La prensa porteña se hizo eco del asunto pero en un tono burlón.

"Hay un loco en La Plata que dice que Martínez de Hoz se robó una jirafa muerta del Zoológico de allá", era una de las síntesis brutales que se oían cerca del Obelisco.

La sonrisa se les borraría y los bolsillos de atrás se les llenarían de preguntas a partir de algo que ocurriría en el despacho del entonces intendente, el abogado platense Abel Román.

-" Hay que averiguar si esto que denuncia Peralta Bergna tiene asidero", dicen que fue la primera reacción de Román que llamó al director del Zoológico y le preguntó si sabia a dónde habían enterrado, tres años antes, a Carolina. El hombre dijo que creía saber el lugar pero que por las dudas iba a preguntarle al director anterior que estaba a cargo del Zoo cuando Carolina enfermó y murió. Una vez ubicado el árbol bajo el que habían enterrado a la pobre bestia, Román dijo "bueno, caven y fíjense si está y si el esqueleto está completo".

En la mañana del día siguiente explotaba el escándalo.

"Doctor, la desenterramos y efectivamente le falta la cabeza". Se inició entonces un sumario interno basado en la denuncia del veterinario defensor de la naturaleza.

“Lo espero a las 5 de la tarde en La París. Mire que me estoy jugando la vida”

El denunciante había mandado bajó el camión al entonces director del Zoo, al Chango Amieva y al ex intendente Alberto "Tucho" Tettamanti, un civil designado como sucesor del capitán de navío Oscar Macellari, que ocupaba el sillón en el que hoy se sienta Julio Garro. Tettamanti sería recordado por una firma: la que en 1979 estampó en un contrato de concesión y explotación con los hermanos Zanón por el que la República de los Niños se convertiría, hasta el advenimiento de la democracia, en una pequeña sucursal del Ital Park. Fue el año en que a La Plata llegó el famoso Samba y un Gusano Loco que daría otra historia para contar.

APELLIDOS PARECIDOS

El Chango Amieva, que era un veterinario reconocido y estimado en diversos círculos de la ciudad, reaccionó ante la imputación y aclaró que su apellido era Amieva y no Nieva como el del anterior director del Zoo.

"Los apellidos se parecen, pero yo no soy el que estaba en ese momento", dijo.

A esa altura Peralta Bergna ya les había metido otra denuncia por la desaparición de un cachorro de leopardo devorado por su madre a poco de nacer. El hombre decía que se debió haber puesto a salvo a la cría porque en cautiverio las hembras leopardo tenían esa costumbre de comerse a los hijos.

Amieva abriría entonces la cancha, limpiaría la jugada con un pase de 40 metros al señalar que todo lo vinculado a los cadáveres de los animales muertos en el Zoo de La Plata era responsabilidad de la Asociación Cooperadora del Zoológico de La Plata y ahí, en esa volteada, cayó el presidente Carlos Knight.

Y como en una comedia de enredos, uno llevaría a otro. Knight sería el primero en reconocer que los restos de Carolina, incluida su cabeza, le habían sido entregados al taxidermista Di Carlo. Pero aclaró que no había sido él quien había tomado esa decisión sino el contador Armando Fernández, que era el presidente de la anterior gestión en la Cooperadora.

"Nosotros nos hicimos cargo de la Cooperadora en febrero de 1981, un año después de la muerte de Carolina", enfatizaría Knight. Según un acta incluida en los libros de la Cooperadora, Fernández habría decidido darle a Di Carlo los restos de la jirafa para que los restaurara como valor patrimonial para el Zoo platense. Pero Di Carlo, según diría Knight, no solo había "incumplido" con la tarea pedida sino que había, según Knight "desaparecido de los lugares que solía frecuentar", incluyendo a la piel de Carolina y su cabeza.

La pelota iba y venía. Nadie la paraba y se la ponía bajo la suela. El escándalo tenía a esa altura todos los condimentos para ser una alegoría tragicómica de la dictadura que se iba. A tal punto había llegado el escándalo que desde a familia acusada de tener a la cabeza de Carolina saldrían a contestar lo que consideraban "mentiras y difamaciones". Y dirían que "que en cualquier momento van a decir que Martínez de Hoz va a los bosques de Palermo y se come chicos crudos".

LA LITY

Martínez de Hoz nunca dijo una palabra sobre el tema. En su lugar lo hizo, a través de una carta de lectores que mandó al diario La Nación, su esposa Elvira Bullrich Lezica Alvear de Martínez de Hoz, "Lity", para los íntimos.

La misiva estaba cargada de ironías, como la de los chicos crudos, pero una frase en particular la volvería espesa.

"Carolina tendría que pasar a engrosar la lista de los desaparecidos, porque en mi casa no está", escribió La Lity.

Al ministro en retirada y a su aristocrática esposa ya los habían insultado en el aeropuerto de Ezeiza mientras esperaban embarcar rumbo a París. Más allá de las opiniones posibles, era esa una señal de los tiempos nuevos que venían. Y semanas después el director del hipódromo de Palermo les había pedido amablemente que se retiren del lugar para "preservar el orden público", porque había apostadores haciendo cola para acordarse de la madre del ministro.

OLOR A PODRIDO Y FORMOL

En ese clima social el misterio de la Jirafa Carolina empezó a ver la luz. Hubo quienes se animaron a decir que el ministro llamó a su taxidermista y le ordenó devolver la cabeza de Carolina, de manera discreta. También circuló la versión de que el taxidermista, enterado de que en La Plata habían pateado el hormiguero, tomó la decisión de entregar los restos.

Lo cierto es que en la mañana del 2 de febrero de 1983 el taxidemista de confianza de Martínez de Hoz estacionaba una de esas graciosas combis japonesas que popularmente todavía se conocen como "Pan Lactal", frente al portón del Zoológico que da a la avenida 52. Se lo abrieron y tras un breve recorrido llegó al sector de Veterinaria y dejó ver unos restos animales en los que el olor a podrido y a formol, pulseaban para ver quien tenía más fuerza. Eran la piel, las patas traseras y la cabeza de una jirafa sobre la que todos los presentes estuvieron de acuerdo en que eran de la pobre Carolina. Todos, menos el doctor Peralta Bergna, que seguiría desconfiando del asunto.

En el acto de la devolución de los restos de la supuesta Carolina estuvieron el entonces secretario de Obras Públicas, ingeniero Raúl Corrá; el director del Zoológico, Angel "el Chango" Amieva; el presidente de la Asociación Cooperadora, Carlos Knight y hasta convocaron al ex interventor de esa cooperadora, al contador Fernández. El intendente Abel Román, que había pateado el hormiguero, no participó.

CENOTAFIO

El taxidermista Di Carlo estaba furioso, le apuntó y le tiró con todo al denunciante Peralta Bergna pero acaso sin querer se le escapó un tiro contra su mejor cliente al dejar flotando la idea de que era absolutamente posible matar una jirafa, cortarle la cabeza y tenerla como adorno en una pared de la casa.

"El doctor Martínez de Hoz fue varias veces a cazar al Africa y podría haber traído un ejemplar. Si hubiese querido, solamente tenía que pedirla", fue el sincericidio de Di Carlo.

Desde el municipio evitaron cargar contra Peralta Bergna pero no dejaron pasar la oportunidad para dejar en claro que no había habido "nada oscuro" en el manejo de los restos de Carolina. Además anunciaba que esos despojos iban a permanecer en el área del Servicio Veterinario "con fines didácticos". Previamente se los habían ofrecido al Museo de Ciencias Naturales donde les habían dicho que no, que muchas gracias.

La señora Dupuy de Aberastáin pidió al municipio un cenotafio para recordar a Carolina

Esa realidad siempre empecinada en superar a la ficción, pondría entonces en escena a la señora María del Carmen Dupuy de Aberastáin, que en calidad de secretaria de la ADENA, Asociación de Defensa de la Naturaleza, interpuso un pedido para que lo que quedaba de Carolina tuviese otro destino.

"Aún muerta, pertenece al patrimonio del Estado provincial y sugiero que descanse en un lugar sosegado y que así, aquellos que en vida de ella disfrutamos de su gracia, belleza y mansedumbre, detengamos nuestro paso y la recordemos a resguardo de intereses mezquinos, descuidos u olvidos", propuso la señora Aberastáin.

"Un rincón sombreado, con aromas frescos de árboles y yerbas (sic) siempre verdes", casi les ordenó. Y ahí nomás pidió que se construyera un cenotafio.

Cuentan que un hubo un momento tenso cuando seguidamente la señora Dupuy de Aberastáin extrajo de su cartera un papel pequeño y leyó el texto de lo que, consideraba, debía decir la placa marmórea que se debía poner sobre la tumba de Carolina.

"Aquí yace Carolina, la jirafa que te hizo feliz, recuérdenla con cariño".

Los funcionarios se intercambiaron miradas.

Una de las últimas fotos de Carolina. Visitantes miserables le tiraban caramelos sin desenvolver

 

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