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Policiales |OCURRIÓ EN LA PLATA

El crimen de Maribel, que paseó por Barrio Hipódromo el fantasma de María Soledad

Un brutal femicidio en una pensión de la calle 116; un “hijo del poder” y un condenado que insiste en su inocencia

El crimen de Maribel, que paseó por Barrio Hipódromo el fantasma de María Soledad

La pensión del horror de Barrio Hipódromo. En la pieza 141 mataron a Maribel

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

12 de Diciembre de 2021 | 02:40
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“¿Pasaste por el detector de la derecha o el de la izquierda?

Se ha tardado mucho en reconocer que no existen los crímenes pasionales. Que no se mata por amor. Y que más allá de las argumentaciones sobre emociones violentas o raptos de locura, que los homicidas suelen saber muy bien lo que hicieron y a quién se lo hicieron.

El femicidio de Maribel Reyes Landauro, ocurrido en la madrugada del 16 de julio de 2000 en la pieza 141 de la pensión de 116 entre 34 y 35, en el Barrio Hipódromo de La Plata sacudió a la ciudad y dividió a la opinión pública a partir de la aparición de dos sospechosos bien diferentes entre sí.

Uno era Víctor Canteros, de 25 años, un correntino que había llegado a La Plata a probar suerte y trabajaba en el sector Verdulería del hipermercado Carrefour del Distribuidor Benoit.

El otro, Juan Budiño, de la misma edad y para que quede claramente marcada la diferencia con Canteros bastará con decir que era hijo de un ex diputado nacional y una jueza de Familia.

A los dos se les atribuyó haber tenido “algo” con Maribel.

En el caso de Canteros se habló de una relación breve y trunca que el hombre no se habría resignado a aceptar y se terminó convirtiendo en obsesión fatal. A Budiño, en tanto, le atribuyeron un romance con la víctima sobre el que se hicieron varias interpretaciones, todas a partir de que decía que la chica trabajaba en su casa como mucama, aunque luego se sabría que Maribel trabajaba en otro lugar.

Lo cierto es que la opinión pública rápidamente se dividió y tomó partido por uno u otro sospechoso. A Budiño le tocó, si se quiere, un lugar incómodo por su condición de “hijo de Poder”, justo en tiempos en que la sociedad seguía impresionada por otro femicidio emblemático que marcaría un antes y un después: el de la estudiante catamarqueña María Soledad Morales. Para colmo, la olla a presión que era el país empezaba a mostrar peligrosas fugas hasta la explosión final del “que se vayan todos”, de unos meses después.

De entrada nomas, la policía le apuntó a la relación del “niño de la casa” con la mucama

 

A Canteros no le tocó un mejor lugar en esa previa. Parte de su familia, que también se había mudado a La Plata, se cansó de denunciar que le querían cargar el crimen por ser pobre y verdulero.

LA MOROCHA QUE VENÍA DE JAPÓN

Todo empezó unos dos meses antes de ese invierno. En la pensión de la calle 118, mayoritariamente hogar de trabajadores de los studs y sus familias, florecieron los murmullos ni bien se captó que esa piba, Maribel, iba a vivir en la 141, en la pieza del fondo. Deslumbró con su figura y su sonrisa y esa cadencia en el hablar de quienes no son de acá.

Canteros fue condenado a ocho años y uno de sus entonces abogados insiste en su inocencia y en irregularidades del procedimiento

En la pensión notaron rápidamente que la piba no era una más de esas chicas que en los años de la convertibilidad dejaban sus pueblos pobres en sus países de acá nomás, donde todo se les hacía cuesta arriba. Y entonces se venían para Argentina donde a pesar de la olla a presión en la que se vivía, los pesos todavía eran dólares y lo que se podía ahorrar y mandar a la familia de allá, también eran dólares.

En esa pensión Canteros ya no vivía pero visitaba el lugar casi diariamente porque allí se habían alojado dos de sus hermanos y una cuñada. Los tres quedarían a tiro de proceso por las sospechas de falso testimonio, encubrimiento y “omisión de prestar auxilio” a la víctima a la que en un momento se dijo haber oído gritar.

Maribel Roxana Reyes Landauro era peruana, tenía 29 años, cuatro más que Canteros y Budiño. Era la menor de ocho hermanos y unos años antes de ser asesinada en esa pensión del Barrio Hipódromo de La Plata, había sido la primera en dejar Huanchay, en la provincia de Barranca, para probar suerte en un lugar que el sentido común imagina muy difícil: el Japón.

Después de dos años decidió pegar la vuelta y tras una breve escala en Perú, se vino para la Argentina y a La Plata. Su plan era trabajar, ahorrar y mejorar su inglés yendo a un instituto que ya le habían recomendado, por la zona de 2 y 38, porque pensaba emprender una nueva aventura de vida: probar suerte en los Estados Unidos.

AMIGOVIOS

La propuesta de su amiga Verónica Portocarrero, que también era peruana, le cerró por todos lados. Compartir con ella la pieza 141 de la pensión de 118 entre 34 y 35 era vivir en un lugar económico, acompañada por alguien conocido y encima, le había explicado Verónica, podía conseguir algún trabajo cerca en alguna de las casas de familia de la zona.

La muerte armó su escenario en esas geografías. Cuentan que Edith, una amiga que trabajaba como cocinera en la casa de los Budiño, la recomendó como cocinera. Pero otra versión indica que Maribel nunca trabajó en esa casa. Como sea, fue ese el contexto en el que Maribel conoció y entabló una relación con Juan Budiño, el menor de los hijos del ex senador y de la jueza.

Maribel

Cuando el cuerpo masacrado a golpes y degollado de Maribel fue encontrado en la pieza de la pensión de la calle 116 la policía no tardó mucho en anotar los nombres de Víctor Canteros, el verdulero de Carrefour y el de Juan Budiño, el hijo del político y de la jueza. Fue Verónica Portocarrero, la compañera de pieza de Maribel, la primera en mencionarlo. A partir de ahí los detectives trataron de poner en claro cómo era esa relación. Es decir, si era de las que algunas convenciones definen como “serias” o que esas mismas convenciones llaman “de las otras”. Y cuando encontraron evidencias de que el muchacho era de visitar a Maribel en la pensión, que quedaba a pocas cuadras de su casa, quisieron saber si esas visitas eran en la formalidad de un noviazgo o también de las otras. También echaron una mirada sobre la familia del sospechoso para saber si alguien tenía conocimiento sobre esa relación del niño de la casa con la mucama o, según se establecería más tarde, con una amiga de la mucama.

Cuando el fiscal Raimundi no había terminado de redactar el pedido de detención, Budiño -siguiendo el consejo de los abogados Alfredo Gascón Coti y Martín Lasarte- se presentaba a la Justicia a declarar en los términos del artículo 162 del Código de Procedimiento Penal bonaerense. Dejaba así constancia de que lo hacía de manera espontánea ante la posibilidad de que “se hubiera iniciado o esté por iniciarse” un proceso en su contra.

La declaración de Budiño duró cuatro horas y ahí usó una palabra clave: “amigovio”, dijo, cuando se le pidió que describiese con la mayor claridad posible la relación que lo unía a Maribel.

NAVAJA SUIZA

Pero Portocarrero, la compañera de pieza de Maribel, no estuvo de acuerdo y en su declaración afirmó que “eran novios” y que “él iba todos los días a la pensión”.

Dijo que salían desde el mes de mayo y que cuando Maribel lo llamaba a Juan a su casa, decía “de parte de Andrea”. Otra testigo, dueña de la casa donde la víctima hacía tareas domésticas, no dudó en afirmar que era habitual ver un VW Gol como el de Budiño esperándola en la puerta.

Una huella de Maribel. La escena del crimen habría sido maltratada, denunció la defensa del condenado

Y agregaron que el viernes anterior al crimen habían ido a cenar y bailar al boliche La Luna, sobre el camino Belgrano.

Portocarrero no ahorró munición contra Budiño y llegó a decir que su amiga “le tenía miedo” y que el acusado Canteros, a esa altura el único involucrado en la causa, era “un chico bárbaro”.

Los jueces entendieron que había “un acuerdo de voluntades”, por parte de familiares y amigos del imputado Canteros para ocultar pruebas y cambiar su versión de los hechos, para implicar a Budiño al que no le dejarían pasar su condición de “karateca que andaba con una navaja”. En efecto, Budiño hacía artes marciales y poseía una de esas navajas de usos múltiples de fabricación suiza con la que, dijo una testigo, “una vez le arregló a Maribel un cable del televisor”. Con eso ya alcanzaba para sacudir el recuerdo del caso de María Soledad Morales que estaba fresco en la memoria colectiva como ejemplo de un crimen cometido por “hijos del Poder”. Para los jueces, hubo un intento de aprovecharse de ese clima social.

Maribel (abajo, izquierda) y un grupo de amigas de La Plata. Soñaba con mejorar su inglés y viajar a Estados Unidos

LA ESCENA DEL CRIMEN

Pero ese razonamiento sería absolutamente contrario a lo que a dos década de todo aquello sigue creyendo el doctor Diego Lacki, uno de los defensores de Canteros.

“A nuestro criterio durante el proceso de IPP, se produjo un cúmulo de irregularidades, consumadas luego por el tribunal que importaron flagrantes violaciones de las garantías constitucionales de debido proceso y un avasallamiento de la libertad de Canteros. Es por ello que en su oportunidad se solicito la nulidad de todo lo actuado”.

Lo cierto es que tres años después del crimen y junto a su sentencia, los jueces Saraví Paz, Labombarda y de De la Serna instruyeron a la fiscalía para que investigara por falso testimonio a todos los que le habían echado tierra a Budiño.

A eso se sumó el bochorno que resultaría el tratamiento de la escena del crimen. Llegó un punto en que no se sabía quién había dado la orden de limpiar la habitación, tarea que nunca quedó claro por qué se encargaron llevar a cabo los parientes del acusado Canteros.

En esa maraña de yo dije, vos dijiste, la Justicia tuvo que desechar una prueba que pudo haber tenido alto valor. Era un huella dactilar, perfectamente impresa en el plástico de un encendedor que había pertenecido a la víctima. En la escena del crimen encontraron otras dos huellas de Maribel, una de Budiño en un atado de cigarrillos vacío y otras dos de una persona desconocida.

Para la policía, Canteros había pisado el palito con el asunto del detector de metales

 

La prueba clave eran entonces los restos de cabello y piel encontradas en las uñas de la víctima. Pero esos estudios de ADN se demoraron tanto, que el fiscal general, Héctor Vogliolo, sorprendería con una declaración pública expresando su preocupación. Le contestaron fijando nuevas fechas para los análisis.

Maribel había recibido golpes brutales. Uno de ellos le había fracturado el cráneo y huellas de un zapato de goma en la cara darían la certeza de que la habían pateado en el piso o sobre la cama donde habría sido atacada. En el cuello, la que se consideraba la herida mortal, era un corte de dos centímetros y la acompañaba un moretón, indiciario de que el asesino le había apretado el cuello para acomodarla antes del corte.

En agosto de ese 2000, llegaba a La Plata Lupa Reyes Landauro, la hermana mayor de Maribel, con la intención de llevarse el cuerpo a Perú. En medio de la espera, la mujer denunciaría que había personas interesadas en “ensuciar a mi hermana”. Era la respuesta a una hipótesis sobre el crimen: la sombra de la droga.

El testimonio de Alexandro Canteros, uno de los hermanos del principal sospechoso, encendió las brasas de una fuerte polémica. “Pongo las manos en el fuego por mi hermano”, dijo y disparó contra la policía por las diez horas que lo habían tenido en la comisaría Segunda “presionándome para que diga lo que ellos querían”.

Una testigo de la pensión dijo que esa noche, entre las 2.30 y las 3 de la madrugada, oyó a Maribel gritar: “no, Víctor, no”. Después de desdijo.

Nadie pudo explicar por qué si Maribel había gritado tanto y durante tanto tiempo no acudieron en su ayuda. Y a otros testigos que dijeron que en esa pensión “reinaba el miedo” les preguntaron por qué entonces no llamaron a la policía. Y tampoco pudieron explicar las razones por las que recién cerca del mediodía fueron a ver qué pasaba y se encontraron con la piba degollada.

EN EL BOLICHE LA ZONA

En contra de Canteros pesaron unas escoriaciones que tenía en el cuello y en una mano y que llevaron a pensar que se las había provocado la víctima en su desesperada defensa.

Los abogados Oscar Salas, Fernando Monticelli y Diego Lacki le recomendaron a Canteros no abrir la boca. Y basaron su defensa en lo que el verdulero había hecho en los horarios en que según la labor forense, Maribel había sido asesinada: entre las 2.30 y las 3.30 de la madrugada.

“Fui a un cumpleaños, en Tolosa”, dijo.

Otro empleado de Carrefour, conocido como Nelson, el chileno, dijo que había ido con Canteros a ese cumpleaños y que de ahí se fueron a una peña en el Centro de Estudiantes de Santa Cruz, en 1 entre 62 y 63 pero cuando llegaron, ya casi estaban cerrando. El Chileno detalló que caminaron por diagonal 79 rumbo al centro y que en el camino se encontraron con otros amigos. Y que aprovecharon para hacerle una broma a un tal Pablo, que tenía un Fiat Duna que cuidaba como un tesoro. Dijo el chileno Nelson que empujaron el auto más de una cuadra desde el lugar donde su dueño lo había estacionado. Y se fueron riendo de solo imaginar la cara que pondría “la víctima” cuando viera que el auto no estaba. Pero durante el juicio, el dueño del auto negó eso y dijo que les había pedido a esos amigos un empujón porque el auto no tenía batería y que en un momento tuvo que pedirle a Canteros que no hiciera fuerza apoyándose en el alerón de plástico que tenía el Duna como decoración. “Correntino, no te apoyes ahí que lo rompés”.

Para el abogado Diego Lacki influyó "la presión social"

Hasta ahí, todo cerraba. Pero la coartada se complicaría al aparecer en escena el boliche La Zona, en 5 entre 49 y 50.

Canteros había dicho que a las 2.25 de esa madrugada había ido a un cumpleaños y luego a La Zona y dos testigos avalaron esa versión pero lo dejaron colgado del pincel al agregar que “fuimos juntos pero adentro lo perdimos y no lo vimos más”. En buen romance: nomás lo acompañaron hasta la puerta del cementerio.

Sus dichos sobre su presencia en La Zona le daría a Canteros más disgustos todavía. Y daría lugar a un episodio de novela policial.

Durante un interrogatorio le preguntaron si al entrar al boliche le habían pasado el detector de metales y dijo, sin dudar, que si.

“¿Pasaste por el detector de la derecha o el de la izquierda?”, le repreguntaron.

- “El de la derecha”, dijo Canteros.

Caso cerrado para la Justicia pero, ¿y si hubo alguien más en esa habitación?

 

El interrogador dejó rápidamente la habitación y fue a golpear el despacho de su jefe.

-“Pisó el palito. En La Zona todavía no pusieron detector de metales”, anunció, triunfal.

Esa declaración no tendría valor judicial pero dejaría todavía más impregnadas las sospechas sobre Canteros. Y en los corrillos hubo quien aseguró que por esa pisada de palito, Canteros se comió una paliza que, sin embargo, no fue denunciada y no figuró en el expediente.

AMANECER EN BLOCK

En el caso del joven Budiño, sus pasos en la noche platense también resultarían claves para él. En esos años, un platense amigo de Diego Maradona había dejado de pertenecer al grupo que organizaba fiestas en Metrópolis, la disco que durante años había sido la nave insignia de la noche platense, y le presentaba una dura competencia con “Block”, un enorme local en 122 y 50, del lado de Ensenada. Pues la noche del crimen una de las circunstancias que le salvaron el pellejo a Budiño fue haber contado con testigos que dijeron haberlo visto entrar a Block cerca de la medianoche y permanecer allí hasta el amanecer, es decir, en las horas en que según los peritos Maribel era asesinada.

Entre esos testigos que ayudaron a despegar las sospechas sobre Budiño, fue fundamental el de Mauro, un amigo. Dijo que esa noche había acordado con Budiño para ir a bailar al boliche Block pero que antes, Budiño le pidió que lo acompañara a la pensión a verse con Maribel. El testigo dijo que eso hizo, que los tres estuvieron conversando en la habitación y que eso había sido entre las 23 y las 23.30, es decir varias horas antes de los gritos desgarradores que describieron los testigos.

Juan Budiño, cuando se presentó espontáneamente a declarar

Tres meses después del crimen, el juez Néstor De Aspro entendió que Budiño debía ser desvinculado de la causa. Entre los argumentos que de Aspro dio para el sobreseimiento, consideró que si Budiño había sido visto en la pensión entre las 23 y las 23.30 de la noche del crimen y en compañía de un amigo con el más tarde fue al boliche Block, y en la escena del crimen no había rastros que lo incriminaran, pues entonces no era el asesino. “Durante ese tiempo nadie escuchó gritos ni pedidos de auxilio”, escribió el juez, que dejó una frase técnica que bien podría traducirse al lenguaje de la mesa de café. Dijo que había existido un “indicio de oportunidad en su contra”. Es decir, que el muchacho había estado en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Y que se había comido un garrón.

Con Budiño desprendido de la causa, la investigación se ocupó exclusivamente de Canteros que a esa altura ya contaba con la asistencia de los abogados Diego Lacki, Fernando Monticelli y Oscar “El Lobo” Salas.

La defensa formularía numerosas objeciones al procedimiento y cada una de sus instancias, como la ropa secuestrada, el origen de la sangre encontrada en esas prendas y la forma en que Canteros fue llevado a una prueba de ADN que resultaría negativa.

Víctor Canteros cumplió una pena de 8 años de prisión. Se sabe que en la actualidad está casado con su pareja de toda la vida, tiene hijos y dos comercios en el centro de la ciudad.

“Es el día de hoy que proclama su inocencia. Su condena fue injusta, no existieron en autos elementos suficientes para condenarlo. Y la presión social que hubo por el otro imputado, generó que se buscara algún responsable del crimen. Nadie lo vio, no se encontraron rastros, no tenia antecedentes violentos y asimismo no tenía motivo alguno para matar a esa mujer”, insiste con vehemencia el abogado Lacki.

Para un allegado a Budiño “lo que se comió este pibe fue un garrón del tamaño de un elefante. La piba era más grande que él, era linda, él no tenía compromisos y le gustaba la joda, ir a los boliches. Nada más que eso”. Pero mueve la cabeza y no puede evitar una amarga reflexión: “Uno no puede dejar de preguntarse qué hubiese pasado con él si hubiese sido hijo de un obrero y una ama de casa”.

Para la Justicia la historia de Maribel, la chica peruana que había estado en Japón y que quería aprender inglés para probar suerte en Estados Unidos es un caso cerrado. Pero también puede que sea un misterio sin resolver, con una víctima inocente y un asesino impune.

 

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