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Los animales mandan

Los animales mandan

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

7 de Marzo de 2021 | 04:27
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La animalada nunca se por vencida y siempre trae mensajes y alegorías. Oculta o visible, insinuante o gritona. Para algunas especies, la presencialidad no es el único camino. Saben ganar poder a pura lejanía. Sin mostrarse mucho han podido deambular a su antojo a la sombra de una pandemia que a muchos recluyó, pero a ellos les dio más cancha y más bríos.

La reaparición de los estorninos -¿no querrán mudarse a Uruguay?- marca que la gastronomía puertas afuera ha ido recuperando contactos en una ciudad con mucha desolación. Cambian seguido de morada, están atentos a las sobras y siempre buscan vecindades bien comidas. Odiados pero inextinguibles, resistentes al despliegue de ordenanzas, cornetas, sonidos, luces y tramperas, estos forasteros malolientes estropean toda vecindad con sus gritos y sus diarreas.

En todo el mundo la animalada dice presente. Rusia lanzó un alerta cuando descubrieron que una nueva cepa de la gripe aviar había contagiado a los humanos. La novedad, que no estaba en los papeles de ningún científico, obliga a mirar de reojo a los gallineros y confirma que, en este campeonato, Enfermedad le gana por goleada a Salud. Por ahora no hay contagios entre humanos, pero nunca se sabe lo que puede deparar esta invasión de virus malditos que no dejan de inventar réplicas mortales. No son los únicos que preocupan. El mosquito que provoca el dengue aprovecha que el corona acapara toda la atención y se hace una panzada de palanganas y charquitos. Y las vacas de carnicerías son tan sagradas como las de las indias. Su precio, enferma. Es una nueva cepa que deja en terapia los bolsillos.

En Coronel Pringles apareció un gallo puntual y ruidoso que obligó a más de un trasnochador a tener que interrumpir el descanso. La municipalidad se hizo eco del ruego de la vecindad y amenaza con ponerle una multa de 40 mil pesos al patrón si el miércoles no se presenta ante el juez de faltas para hacer su descargo. ¿O lo adormece o le pone un silenciador? dijo la autoridad. “Canta solo a las 5 de la mañana en punto” respondió el dueño como atenuante. Lo único que falta, dicen los cansados de la cuadra, es que se mande una serenata tardía la hora de la siesta.

La sopa de murciélagos chinos parece un acuerdo entre cocineros y laboratorios. Su consumo ha sido demonizado. Y ha obligado a las tabernas a reorganizar su carta a la sombra de un nuevo virus, indeciso y poderoso, que contagia a los suyos pero también puede curar a los humanos. Andan aleteando entre las cacerolas y las farmacias, ofreciéndose como comida y mini vacuna. Los glotones chinos dejan las ventanas abiertas a estos mamíferos curadores, por si aparecen síntomas y a falta de vacunas hay que ir en busca del cucharón. Otra vez la cocina oriental se encargó de sumarle miedo a la sopa en un planeta con hambre. Todo el mundo se ha empobrecido. Si la cosa sigue igual, por aquí las cacerolas no tendrán ni pa´ murciélagos.

¿En qué quedó la idea del presidente de volver a ubicar la foto de los próceres en los billetes moneda nacional? A la animalada se la culpa de haberle puesto imagen a una debacle del peso argentino que se llevó puesta hasta sus mascotas. El bicherío volverá otra vez a su hábitat, lejos de fotos, falsificadores y arbolitos. Y los pobres pesos, en busca de algún refugio, se podrán poner al abrigo de un batallón de ilustres que ya se cansaron de tributarle respaldo y cara a las baratijas del Banco Central. Se los convocará otra vez. Es gente que ganó grandes batallas, pero que ahora va a claudicar al frente de una moneda que solo conoce la derrota. Con sus rostros y su trayectoria, los próceres repatriados por Alberto vendrán a decorar un circulante que a esta altura aporta más suspenso que divisas.

Entre tanta salvajada, tanto insulto, tanta grieta y tanta ambición, uno busca alguna animalada que traiga un poco de alivio y consuelo. Aunque sea fantasiosa. ¿No estaría bueno que alguna vez la justicia les saque tarjeta roja a la yegua y al gato? Por lo que hicieron, lo que no hicieron y lo que dejaron hacer. Podría ser consolador ver cabizbajos a los que se sienten intocables y predestinados.

Los estorninos son forasteros malolientes que estropean la vecindad con sus gritos y sus diarreas

Podría ser consolador ver cabizbajos a los que se sienten intocables y predestinados

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