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Ocurrencias: halcones, palomas y gavilanes

Ocurrencias: halcones, palomas y gavilanes

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ALEJANDRO CASTAÑEDA
ALEJANDRO CASTAÑEDA

23 de Mayo de 2021 | 02:18
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De halcones y palomas está hecho el cielo de la política. El economista Martín Guzmán sigue soportando el aleteo malicioso de unos halcones barulleros que no le permiten tocar ni subalternos ni tarifas. Hace una semana, mientras en Roma disfrutaba de esa paloma de la paz que anida en el Vaticano, por aquí los halcones de una jaula amiga se dedicaron a cascotear a este ministro que tiene el nido medio alicaído y un plan al que se le está volando las plumas.

Ahora, aprovechando esta atropellada del pajarerío, llegaron a la ciudad los gavilanes. Es una bandada de tierra adentro que no tomó partido en la interna de halcones y palomas y que vino a buscar casa y comida en la zona de La Terminal, una barriada donde un picotazo más o un picotazo menos, no se nota.

Los gavilanes han aprovechado este jubileo de pajarracos que terminó abriéndole las puertas a varias aves de rapiña. Después de mucho pensar decidieron acampar en el casco fundacional, pero cuidándose de no estorbar a los estorninos, que ya se sienten platenses, aunque ahora, con los locales gastronómicos cerrados, les va a costar mucho poder alimentarse bien los fines de semana. Los gavilanes son, es cierto, más discretos y constipados que los estorninos, aunque tienen la mala costumbre de inquietar con sus vuelos rasantes y de lastimar gente y mascotas.

Seguramente en su nuevo barrio aprendieron de algunos motochorros la ventaja del ataque sorpresivo y el arrebato. La cabeza y hombros de algunos vecinos ya han sufrido sus embestidas y ahora más de un paseandero repatrió gorra y gomera para poder hacerles frente a estos forasteros.

El ministro Guzmán tiene el nido medio alicaído y un plan al que se le están volando las plumas

Las calles se han vuelto sospechosas y hay que andar con oídos y ojos en alerta

Los desamparados pobladores sienten que, mal o bien, cada vez tienen más enemigos a la vista. Estos aguiluchos se posan en árboles y balcones. Y desde allí organizan sus correrías. La pandemia y el encierro favorecieron su presencia en el centro platense. Ahora hay que cuidarse de ladrones y gavilanes, asumiendo una escalada vigilante que le agrega más picotones inquietantes a una realidad donde los depredadores ocupan demasiado cielo.

El platense tiene que mirar para todos lados antes de salir de casa. Las calles se han vuelto sospechosas y hay que andar con oídos y ojos en alerta: escuchar las motos, esquivar los pozos de las veredas, leer la advertencia de las sirenas, cuidarse de los arrebatos y ahora, encima, mirar de reojo la arboleda.

¿De dónde vinieron? Se trata de gavilanes mixtos que vuelan por ese sector de la Ciudad de mayor movimiento vial y peatonal y que se alimenta de roedores y de otras aves, un menú que le concede alguna esperanza a esos vecinos que no saben qué hacer para poder librarse de los estorninos. Los gavilanes, eso sí, no son exóticos ni malvados. Nada que ver con ese arácnido brasileño que apareció en Mar del Plata. Se trata de la araña bananera, que tiene una picadura mortal y que seguramente llegó entre los cajones de un cargamento de plátanos. Es un bicho de gran tamaño que tiene una rara y mortífera particularidad: su veneno produce primero una erección y, después, la muerte. Es decir, primero te empodera y después te aniquila. No es la única.

TODOS ENCERRADOS

La escalada de contagios y muerte nos obliga a volver al encierro total. Nada que objetar. Pero, ¿por qué estará tan enojado el gobernador Kicillof? Uno escuchó esta semana al presidente Fernández y al jefe de Gobierno Rodríguez Larreta. Sin autocrítica, es cierto, pero sin subir el tono, intentando diferenciarse, por supuesto, pero apelando a la calma, la responsabilidad individual y la colaboración. En cambio Kicillof nos mostró otra vez que el prójimo pueda ser peor que la pandemia. Su mensaje del viernes estuvo lleno de culpables y de “algunos”, una raza de bonaerenses que desestabiliza, miente, critica, enfada, molesta, contagia y daña. Evidentemente, habrá más gente mala de lo que uno imagina. ¿Por eso habrá cerrado la calle 5, la 51 y la 53? ¿Para cuidarnos o cuidarse? Las restricciones son necesarias, por supuesto, pero ¿por qué andará tan irritado, insistente y descalificador? Uno lo escucha y se acuerda de aquel conocido de Eduardo Galeano, ”que andaba enojado hasta cuando besaba”.

 

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