Ocurrió en La Plata

El trágico motín del segundo gol a Bélgica y la invasión a los maristas

Dos hechos incomparables entre sí, pero disparados por el mismo efecto futbolero, causaron inquietud en la Ciudad de aquellos días inolvidables de México 86

Hipólito Sanzone

hsanzone@eldia.com

“Usted también Garro, vaya para adentro”.

Fue en el minuto 63 y permitió cerrar un partido que un rato antes el mismo Inmortal se había encargado de abrir. A la hora en que Argentina se ponía 2 a 0 frente a Bélgica y se metía en la final del Mundial de fútbol de 1986, en La Plata se disparaban dos hechos absolutamente incomparables entre sí, pero que causaron inquietud social y, de una u otra forma estuvieron alcanzados por el efecto de ese gol.

“El pibe se había subido a una mesa y gritaba por Argentina. Los demás se lo festejaban y en eso entraron dos guardias y le empezaron a pegar. Se cayó un calentador y el pibe se prendió fuego. Y lo dejaron morir. Ahí se pudrió todo”.

El testimonio lo daría Walter, un recluso de la Unidad 9 al que las autoridades políticas de entonces le permitirían contar la versión “oficial” sobre los “incidentes” de esa tarde. Pero el hombre no se pudo aguantar y una vez que vio la cámara prendida y tuvo el micrófono cerca, se despachó con la versión “tumbera” del grave motín que se desencadenó en la cárcel de las calles 76 entre 9 y 10. Ese día tomaron nueve rehenes y destrozaron gran parte del penal. La revuelta duró 19 horas y hay todavía jubilados del Servicio Penitenciario que aseguran haber oído y visto cosas imposibles de narrar.

GUARDIAS BORRACHOS

A partir de esta versión del interno quemado, organismos de Derechos Humanos presionaron para que el tema fuese incorporado a la causa que llevaba el entonces juez Hortel. En las primeras horas de ocurrido el episodio, oficialmente se dijo que se había tratado de un incidente menor. Pero la realidad le explotaría en la cara de los funcionarios políticos y a todo el sistema afectado por la revuelta.

Mientras el país vivía en la euforia, en el éxtasis que unos días antes habían provocado La Mano de Dios y todas las Grandes Obras del Renacimiento reunidas en una misma gambeta, en las cárceles de la provincia de Buenos Aires el clima iba a de “preocupante a muy tenso”. Ya habían estallado protestas en Olmos, Mercedes y se hablaba de una revuelta en una cárcel de mujeres donde morirían una interna y su bebita.

En el marco de los sumarios que se abrieron a partir del hecho, se aseguró que los guardiacárceles que habían atacado al interno que celebraba el segundo gol de la Selección, habrían estado borrachos.

MATAR POR UNA FRAZADA

La cantidad de versiones sobre aquel motín que dejó a cinco reclusos heridos de gravedad, varios guardias golpeados y otras víctimas no contabilizadas en el marco de los ajustes de cuenta, fueron desde un hecho “armado desde afuera” hasta una explosión emocional que se venía cocinando. Se habla de una seguidilla de malos tratos. Y que la agresión al preso que gritaba el gol habría sido la gota que rebalsaría el vaso.

“Esto venía desde antes”, se admitiría desde la gobernación acaso para salir al cruce de las versiones que cada vez le daban más trascendencia al festejo del segundo gol a Bélgica.

Así fueron saliendo a las luz datos sobre episodios anteriores y reclamos de internos, como los del Pabellón 12, que pedían mejoras en las condiciones de alojamiento, especialmente en lo que tenía que ver con los elementos para combatir el frío.

“Se mataba por una frazada y la gente se amontonaba hasta quemarse la ropa alrededor de los calentadores a kerosene, que en teoría estaban prohibidos pero que sin eso te congelabas”.

LOS PIBES

Como suele ocurrir, hubo una historia oficial que poco coincidiría con la otra, con la de los presos y sus familiares. Y en ese contexto se apuntó como iniciadores del motín a dos presos de extensos prontuarios. Uno era Carlos Alberto Márquez Videla, alias el Rengo Márquez y el otro Miguel Angel Pedraza. Ambos habían recalado en La Plata procedentes de Sierra Chica y se los apuntó como los iniciadores del motín.

Se mataba por una frazada. En la calle aparecían carteles que instaban a resistir

“Fueron los primeros que enfrentaron a golpes a los guardias”, se diría sobre durante la batahola que disparó el segundo gol a Bélgica.

Pero los incidentes alcanzaron tal gravedad, que en cuestión de minutos ya tenían encima al interés de la política. Y en las inmediaciones de la Unidad 9 aparecieron carteles y pancartas desde los que se alentaba a los reclusos a “resistir”. A partir de estos cartelones, desde el gobierno se acusó a “grupos minoritarios de la política” como fogoneros de todo, aunque nunca llegó a probarse.

Muros hacia adentro, la muerte del recluso Fabián Silva Allen, de 18 años, tuvo dos versiones. La del fuego provocado por los guardias borrachos y la del suicidio. Los rumores llegaron al patio de recreo y se decía que el pibe se había derramado encima el combustible del calentador y se había provocado la muerte. Pero rápidamente llegaría la otra historia.

Por entonces, en los pabellones 12 y 15 se alojaba a los presos de entre 18 y 21 años, como forma de ponerlos “a salvo” del resto de la población carcelaria. Y ahí empezaron las primeras roturas de vidrios y se quemaron los primeros colchones. Ganar un sector de los techos fue el paso siguiente y el que, como ha ocurrido desde siempre, le dio visibilidad al conflicto. Porque así llegaron a la televisión las primeras imágenes de la revuelta.

“Los pibes”, como se les decía en ese ambiente carcelario, se hicieron de fierros y capuchas y en una sábana que mostrarían a la prensa pintaron: “Queremos Justicia por el pibe muerto”, en referencia a Silva Allen.

LA REVUELTA DEL SEGUNDO GOL

Sofocada la revuelta que en principio había sido calificada de “incidente menor”, pero que había durado 19 horas, el por entonces subsecretario de Justicia, Marcos Di Caprio se encargaría de guiar a un grupo de periodistas para mostrarles los destrozos y decir, sin la menor duda, que los daños causados “nos tiran el presupuesto al suelo”.

Se aseguró, a través del administrador que “los alumnos no participaron”

El Servicio Penitenciario Bonaerense era conducido por un civil, el abogado Eduardo García Ghiglione quien sostendría la teoría del “asunto armado desde afuera” y ordenaría el traslado de 28 reclusos, considerados los cabecillas del motín, al penal de Sierra Chica. Una década después, esa cárcel quedaría en la historia como escenario de la más salvaje y cruenta revuelta, cuya postal más clara fue el partido de fútbol que un grupo de presos jugó con la cabeza de Agapito Lencina, un recluso “marcado” por la impunidad que gozaba para martirizar y violar a otros presos a partir de su connivencia con los guardiacárceles.

El traslado de los apuntados como cabecillas del motín que sería recordado como “La Revuelta del Segundo Gol”, implicó otro capítulo de violencia. Los trasladados y algunos de sus compañeros de pabellón opusieron resistencia y volvieron los incidentes que por momentos hicieron temer otro motín todavía más sangriento.

El segundo gol a los belgas y el pase a la final de México 86 marcaría el camino a otro hecho sin comparación alguna pero que generó preocupación y una ola de comentarios y versiones en buena parte de los platenses.

LA PICA CON LOS DEL SAN LUIS

Ocurrió cuando cientos de alumnos y alumnas de colegios secundarios se reunieron espontáneamente (no había redes sociales que hicieran suponer lo contrario) a celebrar el triunfo de la Selección de Maradona, en la esquina de 7 y 50 y otros puntos céntricos.

Nadie supo nunca a quién se le ocurrió la idea y acaso haya nacido en lo que se daba en llamar “la pica entre los del Nacional y los del San Luis”. Esa “pica” se trató siempre de un asunto del folclore ciudadano, tema de anécdotas repetidas por generaciones. Pero que alguna vez pasaron a mayores, al terreno de los episodios graves que hasta dieron origen a causas penales.

Ese día nadie se hizo cargo de lo que pasó, pero lo cierto es que la idea de “ir a hacerles quilombo a los del San Luis” se encendió en medio de los festejos futboleros con tanta rapidez que cuando quisieron acordar eran, según las estimaciones de la época, más de 500 alumnos, en su mayoría muchachos, marchando hacia el tradicional Colegio de 44 y 10. Las versiones eran encontradas. Algunos decían que iban en “solidaridad” con “los maristas” para que las autoridades los dejaran salir a celebrar. Otros hablaban de esa “pica” que había entre los quinto año de algunos colegios, sobre todo con los del Nacional y los del San Luis.

Lo cierto es que la multitud entró al San Luis por el sector que da a la calle 45 y se produjo una batalla campal, aunque oficialmente y a través del Hermano Fernando, entonces administrador del establecimiento, se aseguró que “los alumnos del Colegio no participaron de los incidentes”.

“VAYA PARA ADENTRO”

Hubo ventanas rotas, sillas y mesas volteadas y alguien arrió la bandera del patio y se la llevó. La bandera, que aparecería en 7 y 50, nunca fue devuelta.

Cuentan que desde los ventanales de uno de los salones de séptimo grado, un pibe flaquito miraba junto sus compañeros, con una mezcla de asombro y entusiasmo, las corridas que en el patio protagonizaban “los más grandes”.

“Usted también Garro, salga de la ventana y vaya para adentro”, le ordenaron.

 

Multimedia

Maradona, camino al gol, en el partido ante Bélgica en las semifinales de México ‘86 / Web

EL DIA informaba sobre la revuelta / Archivo

Las banderas para reclamar por la muerte del interno que festejó el gol

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