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La travesía de Nautilus: desde el Bar Astro hasta el pub de la barra bañada en gin

Ya no está, pero para generaciones de platenses la de 9 y 49 sigue siendo la esquina del boliche que dejó una marca en la emocionalidad de la Ciudad

La travesía de Nautilus: desde el Bar Astro hasta el pub de la barra bañada en gin
Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

29 de Mayo de 2022 | 05:44
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“¿Hacés papas fritas?”.

Y cómo le iba a decir que no si el que había aparecido, un domingo a las 11 de la mañana, era Diego Torres. Y como le iba a decir que no si los que estaban con Torres eran La Banda del Golden Rocket, que en esa época y salvando las distancias era como que se te apareciera el elenco de Esperando La Carroza o, más acá en el tiempo, de La Casa de Papel. Juan Pablo Cecotti, el hijo del Flaco, era un pibe y ni sabe de dónde las sacó, pero esa mañana en Nautilus hubo papas fritas para la larga mesa de comensales que ocupó el ventanal que daba a la calle 9 y que en un rato tendrían función en un teatro de La Plata.

En la piel de la emocionalidad platense, en ese registro de asuntos ciudadanos que transcurren entre las luces del día y las sombras de la noche, en los recuerdos de tiempos mejores y también peores, hay un lugar para Nautilus, el boliche de 9 y 49.

Con su particular forma de ser, Guillermo Ricardo Cecotti (1947-2002) dejó su firma en esa historia sin historiadores que va y viene en el recuerdo de generaciones de platenses. Que se detiene en lugares emblemáticos, como el Bar Astro y pega la vuelta por otros que también dejaron marca.

Nautilus, el boliche que estaba ubicado en 9 y 49

Juan Pablo (49), uno de sus hijos, cuenta que en el comienzo de aquellos locos, dolorosos e inolvidables 70, su mamá lo ponía a dormir en un moisés y desde ahí se fue familiarizando con los ruidos, las luces y los olores fuertes como el del café recién molido. Quienes lo conocieron aseguran que “Sancho” era una suerte de “mini Costa Azul”, porque era un bar chiquito, siempre lleno de gente y clavado en un recodo de la Galería Géminis.

LADRAN, SANCHO

En ese 1972 Sancho era el producto del todo a pulmón del Flaco Cecotti y de Zulma Girard.

“Un día vino Bubi Sabludovich y le dijo que se había enterado que el Bar Astro estaba en venta. Lo tenés que comprar, le dijo. Y mi viejo lo miró y le hizo un gesto como preguntando ¿con qué? Y Bubi le consiguió los avales para dos créditos en el Provincia y en el banco de 6 y 48. Y con mi mamá se tiraron a la pileta”.

Tostados de jamón y queso, café, una Coca y un licuado para la mesa de esa pareja que iba casi día por medio. Ella, una morocha de belleza impactante y él un flaco, desgarbado y de gruesos anteojos. “Pedro Colemba, uno de los mozos históricos del Bar Astro y con quién tengo contacto siempre se acuerda de las veces que atendió a Néstor y Cristina Kirchner. El Bar Astro solía ser lugar de reunión. Yo era un nene y me encantaba ir, estar atrás de la barra. Mi viejo a veces salía y le decía a Pedro: cuidámelo que ya vengo”.

De esa época Juan Pablo recuerda a María Inés Raverta, una militante desaparecida durante la dictadura, madre de la actual titular de la Anses, Fernanda Raverta. “Se rateaba del colegio, con el uniforme del Misericordia, y con otro grupo aparecía en el Bar Astro, mi papá siempre la recordaba”.

Al Flaco Cecotti una idea lo rondaba desde que había vuelto del Mundial del 74 y en Europa vio los pubs. El envión económico que a esa altura le daba el Bar Astro de 48 entre 7 y 8, lo animó a abrir, a pocos metros en la misma cuadra, el pub Oliver, acaso el primer pub que tuvo la Ciudad y en que poco tiempo tendría en Clifford, en 6 y 47, a su primer competidor serio.

Guillermo Cecotti

UN SUEÑO CARO

Pero Oliver no alcanzaba a redondear la idea del lugar “super VIP” que lo había encandilado en Europa. Seguía convencido de que algo así tendría que funcionar en La Plata y con el producido de la venta del Bar Astro abrió Christopher, en los dos pisos de un chalet de estilo inglés, en la cuadra de 6 entre 48 y 49.

“Compró la propiedad y puso toda la energía ahí. Fue un delirio, un verdadero delirio de lujo y sofisticación que funcionó pero no en la medida en que él esperaba”. Quizá la Ciudad no estaba preparada para semejante emprendimiento y a Christopher le pasaría algo parecido a lo que pasó a Gustavo Morchón con su Platinum de diagonal 74 y 10. No había en La Plata un “jet set” capaz de pagar por tanto lujo venido “de afuera”.

Un portero de piel negra, tamaño basquetbolista y de impecable smoking recibía en la entrada de Christopher y adentro un barman francés que el flaco había conocido en uno de sus viajes, experimentaba con tragos desconocidos para el paladar platense.

“Era el francés Tierry, que hoy es gerente del hotel Costa Galana de Mar del Plata”, apunta Juan Pablo.

“Mi viejo era un disruptivo, tenía ideas muy fuertes para la época”, asegura Juan Pablo

UN BAÑO DE GIN

La barra de Christopher era una verdadera obra de arte que Juan Pablo no recuerda quién la diseñó. De lo que sí tiene vívido recuerdo es que su padre la bañaba en gin. Le pasaba en un paño empapado en esa bebida, de punta a punta, hasta conseguir que el aroma se impregnara en la madera.

“Lo había visto en Europa y todos los días bañaba la barra en gin. De esos delirios mi viejo tenía un montón, como el atender siempre de traje oscuro, impecable”.

El legendario Bar Astro de 48 entre 7 y 8

La mitad de esa barra única fue instalada en Nautilus y hoy forma parte de la especie de santuario que Juan Pablo tiene en su casa de Villa Elisa, junto a los ojos de buey, los cuadros con los nudos marineros y el cartel original, entre otras verdaderas piezas de colección de la historia ciudadana platense.

En Christopher, los habitués tenían la botella de whisky con su nombre y algunos hasta sus vasos exclusivos y cuenta Juan Pablo que en una época el Flaco decidió organizar fiestas en una mansión estilo Tudor que le alquiló a la familia Balvé, por 115 y 38.

Cecotti hizo de Christopher el lugar que había soñado. Lujoso, sofisticado, frecuentado por un ambiente variopinto y al mismo tiempo exclusivo. Pero como negocio, no funcionaba.

“Un día nos dijo: evidentemente a la gente de La Plata le gusta mostrarse, que la vean. No quiere lugares puertas adentro por más lujo que le ofrezcas”. Y ahí maduró la idea de Nautilus.

La cafetera original de Nautilus conservada por Cecotti en Villa Elisa

EL BARCO

Juan Pablo cuenta que el Flaco vendió entonces la propiedad y con el producido pagó las deudas que le había generado la aventura del pub bien europeo que había soñado. Y un día el empresario de los cines platenses David Harari, a quien Juan Pablo reconoce como “la familia que siempre nos ayudó”, le contó que la Perfumería Azucena se mudaba y dejaba su local de 49 y 9, la zona que recuerda como “la nada misma”.

Aquí se detiene y ofrece un dato que habla de un tiempo diferente: “Hicimos un solo contrato de alquiler y con el correr de los años Harari nos lo renovaba de palabra, no hacía falta firmar nada”.

“En Ensenada había un barco semi hundido y el dueño le dio varias cosas para el boliche. Trabajó día y noche y desde afuera solo se veía el cartel que decía Nautilus porque todo lo demás lo tapó con nylon negro. Varios meses estuvo así y la gente pasaba y preguntaba qué iban a abrir ahí. Se encargó de crear un misterio del que hablaban todos”.

No está el Flaco Cecotti para preguntarle por qué eligió el nombre Nautilus pero no sería raro que haya sido por la nave que soñó Julio Verne para sus 20.000 Leguas de Viaje Submarino o, sencillamente, porque viene del griego que significa Marinero.

Ese 1982 que dejó un surco en la vida de los argentinos y argentinas, también fue para la Ciudad un antes y un después de muchas cosas.

Explosión es, a la lectura del diario del lunes, la palabra que define lo que vino después. Porque Nautilus explotó. Ni Juan Pablo tiene explicación para ese raro fenómeno que se da cuando un bar reúne a toda hora a un público diverso, raro y hasta misterioso. Nautilus fue el primer bar platense que tuvo sponsor.

Oliver y Christopher, dos de los primeros pubs estilo europeo que tuvo la ciudad

HORARIO EXTENDIDO

“Vinieron un día los de unos cigarrillos que estaban de moda, los John Player Special y le dieron las sombrillas y las silla para la calle. Fue toda una novedad que tiempo después siguieron otros con otras marcas”.

Dicen que el horario extendido de Nautilus tenía que ver con que “no había manera de cerrar”. Porque siempre quedaba una pareja, un grupo de amigos, algún solitario dando el último sorbo de whisky mirando por la ventana. “Mi viejo decía que mientras hubiera a quien atender, había que atender”.

Juan Pablo hoy tiene 49 años y sus hermanos Juan Ignacio y Mariana 41 y 46. “Todos laburamos en Nautilus”.

“Mi viejo era un tipo polémico, muy querido y también criticado porque para esa época era un disruptivo. En Nautilus había trabajadores gays. Algo impensado para la época. Estaban Tino, que era una persona impecable, que me cuidaba y César, otra gran persona, el encargado”.

El sol de la democracia tardaba en asomar cuando la esquina de 9 y 49 empezaba a dejar de ser, como la define Juan Pablo, “la nada de la nada” para ser un punto neurálgico de la vida cotidiana. Nautilus era desde el crepúsculo al amanecer y durante las horas que pintaran, un faro encendido. Poco a poco la zona empezó a tomar otra temperatura. Pablo Balat abría una de sus disquerías con sus vinilos traídos de Inglaterra; Circus, en la vereda de enfrente, le mojaba la oreja a Texas y unos pibes de City Bell, los mismos que solían pedirle al Flaco Cecotti si les podía poner un cassette que habían grabado, ya explotaban como una de las bandas más emblemáticas del rock nacional: Virus.

Y la impresionante motocicleta del Flaco, una Triumph, descansaba en la vereda como una señal no escrita de “el lugar es acá”.

Juan Pablo transitó desde muy pibe el mundillo de Nautilus y su noche que, sostiene, “era otra noche”. Y recuerda a algunos de sus personajes.

“En una mesa podía estar el Tigre Millán terminando un escrito, charlando con Pablo Reca o venía Jorge Guanzetti a comer un paty después de cerrar Jonatan donde fue mozo de ahí antes de ser uno de los dueños de Almendra. Gabriel Bustos, que era cajero en Nautilus, se reía y decía que había noches en que tardaba media hora para ir de la puerta a la caja por la cantidad de gente que había. Gabriel, tiempo después, abrió Tingo María en el Camino Centenario. Para esa época, los 80, a mi viejo le ofrecieron comprar La Modelo pero no se animó porque los mozos tenían muchos años trabajando ahí y tenía miedo de los juicios laborales que podían venir. Pero Gabriel y un grupo de amigos se animaron y la compraron”.

El ojo de buey que supo estar en Nautilus

LA VEREDA DE LOS PELOS

En las mañanas de esas épocas de sorteo para el Servicio Militar, que era obligatorio, la vereda de Nautilus se llenaba de pelos. Nadie sabe por qué pero se había convertido en un clásico ir a a las 7 de la mañana escuchar los sorteos y los que se salvaban por número bajo celebraban pelándose ahí nomás.

“Yo iba al colegio San Luis y antes de entrar pasaba por el boliche y encontraba la vereda llena de pelos. Y más acá en el tiempo en algunas tardes a Barreda con toda su familia tomando el té”.

Nautilus cerró en 2007. En 2000, tras su divorcio de Zulma, el Flaco Cecotti se fue a Brasil con la idea de abrir un boliche en las playas de Natal. Una neumonía bipulmonar se lo llevó a los 55 años.

Guillermo Cecotti en la Triumph que adoraba

“Era un tipo sano, que hasta los 30 años había hecho deporte pero la noche le pasó factura”, define Juan Pablo que con su madre y hermanos mantuvieron en pie a Nautilus. Luego encaró otros emprendimientos como Super 8 Café, en el local que supo ocupar María Bethania, junto al Cine 8.

“David Harari, que era como nuestro ángel guardián, me daba los afiches de los estrenos para poner en el local”.

Juan Pablo cuenta que final de Nautilus se pactó con la misma caballerosidad con que nació. Y que hubo un intento por instalar ahí La Trattoría pero no prosperó. Y una mañana apareció un representante de una cadena de perfumerías y se quedó con el local tras llegar a un acuerdo económico y un nuevo pacto de alquiler con el dueño.

Aunque ya no esté, aunque las nuevas generaciones apenas hayan oído hablar de él, acaso en alguna sobremesa entre hijos, padres, abuelos y nietos, esa esquina, la de 9 y 49, seguirá siendo por siempre “la esquina de Nautilus”.

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