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Tendencias: los restos que “hablan” del pasado y el futuro en la Tierra

Son microfósiles cuyo tamaño varía entre 5 micrones y 1 milímetro, que los expertos estudian para conocer más sobre la evolución del planeta. Los microorganismos encontrados en la península antártica

Tendencias: los restos que “hablan” del pasado y el futuro en la Tierra

El trabajo de científicos en la Antártida, con el foco puesto en los microoganismos / Télam

6 de Marzo de 2022 | 08:20
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La aparición de restos fósiles de millones de años de antigüedad en nuestro territorio suelen despertar síntomas de curiosidad e invitan a preguntarse como sería la vida de esos ejemplares con la mirada puesta en la historia de la evolución. Pero hay también fósiles de microorganismos que, además, ante los ojos de expertos, permiten también aventurar como será el futuro de la evolución en la Tierra.

Es así que científicos argentinos investigan la evolución del clima y la vida en la Tierra a partir del registro de esos microorganismos, especialmente los encontrados en el archipiélago James Ross, al noreste de la península antártica, cuyas condiciones ambientales del pasado permitieron preservar una muestra continua de fósiles de los últimos 140 millones de años.

“Las investigaciones aportan datos sobre modelos climáticos y oceanográficos del pasado”

 

CONTEXTO

La licenciada en biología y doctora en geología Cecilia Rodríguez Amenábar, jefa del departamento de Paleontología del Instituto Antártico Argentino (IAA) y curadora del Repositorio Antártico de Colecciones Paleontológicas y Geológicas de ese organismo, que ya lleva más de dos mil muestras registradas, cuenta que “estudiar la vida del pasado a través de la paleontología, nos permite ponernos a nosotros como humanidad en el contexto de millones de años de historia evolutiva. Sin tener en cuenta esta mirada, nos percibimos como el centro de todo y no logramos comprender que el planeta pasó por procesos naturales como varios períodos de glaciaciones, cambios climáticos y extinciones masivas, por lo que estudiar fósiles es una manera de saber de dónde venimos y hacia dónde podríamos ir como especie”.

El archipiélago James Ross está integrado por las islas Ross, Vega, Marambio y Cerro Nevado, y otras más pequeñas, que contienen un registro continuo de fósiles de entre 140 y 35 millones de años de antigüedad en un estado de preservación excepcional, como que cerca de la base Marambio se pueden encontrar conchillas de moluscos de esos períodos que todavía conservan el nácar, que es un material de difícil preservación por su composición en parte orgánica.

Los campamentos disponen de los equipos e insumos para ser autónomos por dos meses

 

“Desde el punto de vista paleontológico -explica Amenábar- esta es la zona más fosilífera de toda el área de la península antártica, y es muy codiciada por científicos de todo el mundo por contar con un registro fósil continuo de los últimos 140 millones de años, y que además incluye el momento en que ocurrió la última gran extinción, que fue la de los dinosaurios, entre otros organismos, hace 66 millones de años. Existen solo 16 localidades en el planeta con estas características, y una de ellas es la isla Marambio, donde se pueden encontrar fósiles de 68 a 35 millones de años de antigüedad”.

“En ese lapso -agrega la investigadora- muchos vertebrados se extinguieron, pero vemos también cómo proliferaron las plantas con flores, comienza a aparecer una nueva fauna, es decir una fauna moderna, y de algunos de esos mamíferos encontramos dientes sueltos o unidos a restos de sus mandíbulas; una época de la cual también encontramos huesos de pingüinos diferentes a los que se encuentran hoy en día en la Antártida, ya que estas aves del pasado vivían en una Antártida que todavía tenía un clima cálido y no había terminado de desprenderse del supercontinente Gondwana”.

“La última separación de la Antártida con el resto de esa masa continental -amplía la especialista- fue con el extremo sur de América del Sur, hace unos 33 millones de años, y es por eso que en la Patagonia podemos encontrar fósiles de esa época que son los mismos que encontramos en la Antártida, como microfósiles, que son elementos cuyo tamaño varía entre 5 micrones y 1 milímetro, visibles con microscopio, que pueden ser organismos o parte de organismos, como por ejemplo moluscos muy pequeños, algas microscópicas que generan quistes de resistencia, piezas dentales de gusanos, u organismos unicelulares que llevan conchillas. Cada uno de ellos tiene requerimientos ambientales para su vida, y la presencia de sus fósiles nos permite entender cómo era el ambiente en el momento en que estos vivieron”.

De esta manera, el estudio de los microfósiles les permite a los investigadores conocer cómo era la vida en la Antártida en los momentos más fríos, o cómo evolucionó la vida antártica en los últimos 33 millones de años, desde un entorno cálido que comenzó a enfriarse por la instalación de la corriente circumpolar antártica que consolidó los grandes glaciares del continente.

“Cuando se trabaja con fósiles de vertebrados -señala Rodríguez Amenábar- uno sabe en el momento de tomar la muestra lo que tiene. Pero con los microfósiles es más complejo porque no se ven a simple vista, y entonces hay que recoger rocas y sedimentos que probablemente contienen estas piezas microscópicas para ser tratadas en el laboratorio con ácidos inorgánicos y para extraer estos microfósiles. Recién ahí sabremos qué es lo que nos trajimos”.

“Los fósiles tienen valor patrimonial y en nuestro país están protegidos por la Ley 25.473”

 

Lo cierto, es que los resultados de estas investigaciones aportan datos que ayudan a la confección de modelos climáticos y oceanográficos del pasado, pero que también pueden servir para proyectar modelos futuros.

“No podemos decir si estamos cerca de volver a una Antártida de clima cálido -sostiene la investigadora- pero la evidencia indica que las placas tectónicas se mueven, y muy lentamente la Antártida podría alejarse de su posición actual migrando hacia el norte. Ese es un proceso que no percibirán ni nuestros nietos ni las próximas generaciones, pero podemos notar que la acción del hombre probablemente esté acelerando el calentamiento de ese continente”.

Cerca de la base Marambio se pueden encontrar fósiles de 68 a 35 millones de años de antigüedad / Web

LOS MENSAJES DE LA ANTÁRTIDA

La base Marambio se encuentra ubicada en la isla del mismo nombre, sobre el mar de Weddell, al noreste de la península antártica y a 3.304 kilómetros de nuestra región, y donde las temperaturas en el lugar llegan a los treinta grados bajo cero, con vientos a 120 kilómetros por hora, vientos que a su vez son los que evitan una gran acumulación de nieve en la zona de su meseta.

Allí, los investigadores del Instituto Antártico Argentino (IAA) avanzan desde el año 2015 en la conformación de un repositorio de fósiles antárticos que ya dispone de más de dos mil muestras registradas, que a su vez potencian las tareas de divulgación científica e investigación en diversos campos.

“Todos los fósiles -explican los expertos- tienen un valor patrimonial y en nuestro país están protegidos por la Ley 25.473. Nuestro trabajo consiste en recibir los cajones en los que los investigadores envían los fósiles recolectados en la Antártida, e ingresar cada pieza a la colección tomando fotografías, asignando a cada una un número y el acrónimo de la institución, y resguardándolas en condiciones adecuadas. La colección tiene unas dos mil piezas inventariadas, y todavía hay miles de muestras más cuyo ingreso a la colección se vio demorado por la pandemia”.

Entre esos elementos, los investigadores disponen de fósiles muy pequeños como los microfósiles, hasta el esqueleto fosilizado de una ballena de unos cuatro metros de largo que, en estos momentos, está en Puerto Madryn para ser estudiado.

“Los investigadores -describe Rodríguez Amenábar- pueden pedir las muestras prestadas por el plazo de un año y renovar ese préstamo si necesitan continuar su investigación, pero además tenemos la obligación de que toda la colección esté a disposición del público, por lo que también contamos con colecciones de divulgación como las “valijitas” con fósiles que son utilizadas en las exhibiciones itinerantes que desarrollamos en escuelas y otras instituciones. Disponer de una colección propia permite planificar actividades de divulgación, saber qué lugares de la Antártida fueron suficientemente muestreados y cuáles nos falta muestrear, visibilizar el trabajo de los paleontólogos más allá de las publicaciones científicas, y ofrecer este patrimonio a investigadores que deseen trabajar con el mismo”.

En cuanto a las condiciones de trabajo, desde el Instituto Antártico Argentino se destaca que “este año habrá tres grupos de investigadores desplegando campamentos en la isla Marambio con distintos objetivos, uno va a trabajar sobre el período de la gran extinción de hace 66 millones de años sucedido entre las eras Mesozoica y Cenozoica, otro va a estar buscando reptiles marinos del Mesozoico, y el tercero mamíferos de la Era Cenozoica, mientras otro equipo va a acampar en la costa de la península antártica y al sur de la isla James Ross, en busca de fósiles de peces de 150 millones de años de antigüedad. Los campamentos disponen de todos los equipos e insumos necesarios para ser autónomos por uno o dos meses manteniendo contacto radial con las bases, pero es el clima el que define cuántos días de ese mes se van a poder aprovechar para trabajar en el terreno, ya que una tormenta de nieve puede cubrir el campo en el que trabajan y no les quedaría otra opción que esperar a que el viento lo vuelva a despejar”.

LOS FÓSILES DEL HOMO SAPIENS

Claro que no solo en la Antártida los fósiles “hablan” del pasado sobre la Tierra. Recientemente, por ejemplo, uno de los fósiles más antiguos de Homo sapiens fue encontrado en Etiopía, y que podría tener 230.000 años, es decir 35.000 años más de lo que se pensaba hasta el momento.

Todo había comenzado cuando el equipo del paleontólogo keniano Richard Leakey descubrió los restos de “Omo Kibish I” en el valle del Omo, en el sur de Etiopía, zona conocida en todo el mundo por sus numerosos fósiles de homínidos prehistóricos.

“Los restos estaban muy dañados, por lo que era difícil determinar la edad de los fósiles. Durante mucho tiempo, los expertos estuvieron divididos sobre su antigüedad -explicó el propio Leakey- hasta que un grupo de geólogos analizó la capa de roca situada justo debajo del hallazgo, y determinó que “Omo I” tenía al menos 195.000 años de antigüedad, para convertirse así en el fósil más antiguo detectado en África del Este”.

Algunos de los restos que fueron catalogados / Web

INCERTIDUMBRE

“Pero aún quedaba mucha incertidumbre en relación a su edad -señaló por su parte Céline Vidal, vulcanóloga de la Universidad de Cambridge- por lo que se decidió explorar nuevamente la cuenca sedimentaria de Omo Kibish, alimentada por el río Kibish”.

Situada en el Gran Valle del Rift, la zona conoció violentas erupciones volcánicas entre 300.000 y 60.000 años antes de Cristo, y para obtener una fecha más precisa era necesario analizar la gruesa capa de ceniza depositada encima de los fósiles.

Los análisis permitieron fechar los fósiles de Omo bajo esta capa a unos 233.000 años, con un márgen de error de 22.000 años, según detalló el estudio.

“Se trata de un gran salto en el tiempo -dijo el paleoantropólogo Aurelien Mounier- la nueva edad mínima de Omo I es más coherente con las teorías más recientes de la evolución humana. También lo acerca a la edad dada a los que actualmente se consideran los restos de Homo Sapiens más antiguos, descubiertos en Marruecos en 2017, y que tienen 300.000 años, pero es el cráneo etíope el que constituye la prueba más sólida de la presencia más temprana de Sapiens en toda África. Porque cuando se comparan las bóvedas craneales de los dos especímenes, Omo I es el único que posee plenamente las características morfológicas del hombre moderno, mientras que la forma más alargada del cráneo de Jebel Irhoud de Marruecos sugiere una forma más primitiva”.

Los trabajos cientticos se realizan en los meses de verano en el archipilago James Ross al noreste de la pennsula antrtica / Télam

 

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