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Pedro II: el último emperador de Brasil

A diferencia de otros de sus “colegas”, este hombre supo ganarse el amor del pueblo que hasta le pidió que regresara al país para restituir el orden

Pedro II: el último emperador de Brasil

Pedro II, el gran emperador de Brasil

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

6 de Marzo de 2022 | 08:22
Edición impresa

Los historiadores (y los que buceamos en el estudio de los acontecimientos como aficionados) encuentran, a veces, personajes fascinantes injustamente olvidados o, por lo menos, no lo suficientemente explorados. Vidas que son joyas, que si el cine las recreara serían difíciles de creer. Los dos hombres que traemos a estas páginas son nada más y nada menos que emperadores, un escaloncito más que reyes en esta pirámide caprichosa de la realeza. Y no necesitamos buscarlos en tierras nórdicas desconocidas ni en siglos tan lejanos sino que ambos reinaron en nuestra América Latina hace apenas 150 años.

En cuestiones del amor Pedro no fue tan dedicado. Tanto estudio lo convirtió en un joven tímido

 

Hablamos de Pedro II, emperador de Brasil, cuya vida abordaremos hoy, y de Maximiliano I, emperador de México, a quien conoceremos en una próxima entrega. Eran primos hermanos y ambos nietos del último emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Maximiliano nació en Viena en 1832, era el hermano menor de Francisco José, emperador de Austria-Hungría, y, por lo tanto, cuñado de la romántica emperatriz Sissí. Pedro, el brasileño, era un poco mayor ya que había nacido en 1825 en Río de Janeiro y pertenecía a la casa de Braganza. Aunque las circunstancias que los llevaron al poder y el destino de cada uno no pudo ser más diferente, veremos cómo hubo algunos puntos en común que los unieron.

A principios del siglo XIX Napoleón Bonaparte invade Portugal y la familia reinante, los Braganza, se ven obligados a refugiarse en Brasil, en ese entonces una colonia portuguesa, y a fijar en Río de Janeiro la capital del imperio lusitano. Al tiempo, el monarca Juan IV decide regresar a Lisboa para recuperar el trono y deja a su joven hijo Pedro a cargo de la colonia.

A Pedro quisieron derrocarlo para proclamar la independencia pero, muy inteligentemente, hizo suya la frase “si no puedes luchar contra tu enemigo, únete a él” y se unió a los revolucionarios quienes lo nombraron, el 12 de octubre de 1822, emperador del nuevo estado de Brasil con el nombre de Pedro I. Contaba con el apoyo de militares, pueblo y clase política ya que no pretendía, como su padre, ostentar poder absoluto sino instaurar una monarquía parlamentaria.

Última foto de la familia: la emperatriz (sentada), el emperador (en el centro) con su hija Isabel y alguno de los nietos

Pedro se casó, tuvo hijos, enviudó y se volvió a casar. Llevaba algunos años tranquilo en el trono de Brasil cuando se le ocurrió mudarse a Portugal para ver si podía anexar aquel país a su imperio. Dejó en Río de Janeiro, como representante, a Pedro, su hijo mayor y heredero, que solo tenía cinco años. Para decidir los destinos del estado elige, entonces, a tres personas que ejercerían la regencia: al tutor de Pedro, a la institutriz y a un soldado de raza negra que había brindado grandes servicios a la familia Braganza. Nada bueno podía salir de personas tan dispares y con los años la regencia fue tal descalabro que el parlamento decidió adelantar la mayoría de edad de Pedro para que tomara, por fin, las riendas del imperio.

Así fue como el 18 de julio de 1841, con 15 años, fue coronado emperador de Brasil como Pedro II. De modo que, mientras los pueblos de América se iban independizando y optando por la república como forma de gobierno para distinguirse de sus “madres patrias” que eran monarquías, Brasil se constituía como imperio. Y eso se debe, fundamentalmente, a que don Pedro de Alcántara Juan Carlos Leopoldo Salvador Bibiano Francisco Javier de Paula Leocadio Miguel Gabriel Rafael Gonzaga, tal su nombre completo, no era un emperador cualquiera. Su formación, su inteligencia, su espíritu libertario lo hacían especial. No había tenido infancia y mucho menos adolescencia porque sus primeros años habían estado totalmente dedicados al estudio. Pero no se había resentido porque era un joven que creía en el poder superior del conocimiento. “Nací para consagrarme a las letras y a las ciencias” escribió en su diario personal y a eso dedicó su vida.

Una de sus facetas más importantes fue la de traductor: podía leer e incluso comunicarse en portugués, francés, alemán, inglés, italiano, español, griego, árabe, hebreo, sánscrito, chino, provenzal y tupí-guaraní. La profesora y traductora Ana María Sackl, en un artículo para un dossier de la Universidad de Santa Catarina, nos cuenta que, si bien por mucho tiempo este aspecto del emperador fue considerado un pasatiempo, un análisis más profundo de sus manuscritos nos devela la importancia que en la literatura y en la cultura de Brasil ha tenido su trabajo. Sus funciones como emperador, dice Sackl, “limitaron de alguna forma la difusión de sus traducciones, muchos manuscritos permanecieron inéditos, restringidos a campo de lectores de su propio círculo de amigos”. Sin embargo, fronteras afuera, su trabajo fue reconocido y fue miembro de la Real Academia Española, de las academias de la ciencia de Gran Bretaña, Rusia, Francia y Bélgica y de la Sociedad Geográfica Americana.

El 18 de julio de 1841, con 15 años, fue coronado emperador de Brasil como Pedro II

 

En cuestiones amorosas don Pedro no fue tan dedicado. Tanto estudio lo convirtió en un joven tímido y poco interesado en escarceos pero, llegado a una edad, era consiente que tenía que casarse para dar un heredero al reino. Conseguirle novia tampoco era fácil ya que no había muchas princesas europeas dispuestas a irse a vivir a un país al que consideraban poco menos que salvaje. Además estaba el antecedente de que su padre había sido infiel, mujeriego y maltratador al punto de que se lo acusaba de haber provocado con sus puños, la muerte de su primera esposa.

El Palacio de Petrópolis donde vivía la familia imperial brasilera

Finalmente la candidata más dispuesta fue la princesa napolitana Teresa Cristina de Borbón-Dos Sicilias quien, a sus 22 años, ya era prácticamente una solterona. Cuando don Pedro II, un joven (posiblemente virgen) de 19 años, vio su retrato se enamoró. El matrimonio se consagró por poderes en Nápoles de modo que se convirtieron en marido y mujer sin siquiera haberse visto en persona. Cuando la ya emperatriz llegó a Río de Janeiro, Pedro se sintió desfallecer. “Me engañaron” dijo al ver bajar del barco a una mujer bajita, con algunos quilitos de más y renga. Tampoco de cara era muy agraciada, al contrario que una de sus hermanas que era muy bonita y a la que habían tomado como modelo para realizar el retrato enviado a Pedro. El matrimonio tardó casi un año en consumarse pero, aunque nunca fueron apasionados en el lecho, formaron una familia armónica. La emperatriz Teresa Cristina soportó con estoicismo a algunas pocas amantes de su esposo pero de quien sintió realmente celos fue de la institutriz de sus hijos. Curiosamente don Pedro nunca tuvo una relación carnal con la muchacha pero estaban muy unidos intelectualmente y eran grandes confidentes. Aunque platónico, la condesa de Barral fue el gran amor de su vida.

Los actuales pretendientes al trono de Brasil son hermanos, solteros y tienen 83 y 81 años

 

Don Pedro II fue un gran estadista. Salió victorioso de las guerras en las que se vio involucrado, tuvo logros económicos y fue un hombre justo. Su causa más importante, la abolición de la esclavitud, fue también la culpable de su destitución. En sus últimos años estaba más volcado a sus viajes y a la correspondencia que mantenía con los grandes científicos y escritores de la época. Su esposa y sus hijos varones habían fallecido y don Pedro, a pesar de ser un hombre con ideas liberales, no consideraba que una mujer pudiera ser emperatriz por derecho propio de modo que no había preparado a su hija Isabel para heredarlo. Así y todo la dejó como regente cuando, ya enfermo, viajó a París.

Un grupo minoritario de políticos conservadores y esclavistas tomó el poder y proclamó la república. Y por más que el resto de la sociedad le pidiera que regresara a sofocar la revuelta, don Pedro ya estaba cansado y desencantado y permaneció en Europa donde falleció en 1889. Es uno de los pocos casos de la historia reciente en que un monarca no sale de su país a escondidas y huyendo y que le piden que regrese y él se niega.

Las hijas de don Pedro

Recurrimos nuevamente a la profesora Ana María Sackl para saber cómo se ve hoy, con el cristal de los años, la figura de don Pedro II y su época. “Es una figura emblemática; se lo conoce en la historia tradicional por su actuación política. El perfil de traductor y hombre de la cultura y las ciencias fue conocido más profundamente recién en nuestro siglo gracias a los historiadores que se interesaron por su intelectualidad y cosmopolitismo. Por otro lado, la época imperial es ampliamente estudiada e investigada y siguen en funciones tanto la Biblioteca Nacional como el Instituto Geográfico e Histórico Brasileño, fundados por don Pedro”.

Estamos hablando siempre del siglo XIX y si hacemos un paralelismo entre la historia de Brasil y la de Argentina vemos que, aunque la independencia de ambas colonias y la estabilización de las repúblicas, se dieron en ambos países en los mismos años, el proceso fue totalmente diferente. Argentina atravesó triunviratos, juntas, presidentes, gobernadores, directores provisionales y algún que otro período acéfalo y Brasil tuvo un único jefe de estado durante 58 años.

Los actuales pretendientes al trono de Brasil descienden del segundo hijo de la princesa Isabel, aquella que ejerció la regencia cuando don Pedro se marchó a Europa. Isabel se casó con un príncipe francés de la rama de los Orleáns formando así la dinastía Orleáns-Braganza. Y decimos “los pretendientes” porque aunque el titular es uno solo y se llama Luis Gastón de Orleáns Braganza, comparte las obligaciones con su hermano Bertrand. Ambos son solteros, tienen 83 y 81 años respectivamente. En cada reportaje que les hacen la cuestión de la soltería es tema obligado, sobre todo teniendo en cuenta que los hijos legítimos son una pieza fundamental para perpetuar la dinastía. “Casarse es bueno pero no casarse es mejor”, “Casarse con alguien que no ha sido educado en el propio ambiente puede ser perjudicial para el pueblo brasileño”, “No me casé porque soy muy idealista” han sido algunas de las respuestas que han dado. Los lectores ya habrán adivinado que se trata de dos personas con ideas ultraconservadoras y bastante alejadas del espíritu liberal de su tatarabuelo. En el futuro, el pretendiente al trono de Brasil será un sobrino de ambos, el príncipe Rafael, quien actualmente tiene 35 años y un perfil muy bajo.

Expectativa va realidad: el retrato falso de Teresa Cristina de dos Sicilias y un grabado más realista

El que si ha estado últimamente en los diarios brasileños, nos cuenta Sackl, es el príncipe Luis Felipe, un primo de Rafael quien fue elegido diputado por el partido de Jair Bolsonaro convirtiéndose así en el primer miembro de los Braganza en ostentar un cargo público desde 1889. Por él la bandera imperial volvió a tener vigencia pero esta vez en forma de remera usada por los partidarios del ultraconservador presidente de Brasil. Cabe preguntarnos qué hubiera opinado de esto don Pedro.

Aunque al escribir una semblanza no conviene enamorarse del personaje, es imposible no sentirse cautivado por las luces pero también por las sombras de este hombre polifacético. Verán los lectores que su primo Maximiliano, a quien abordaremos en nuestro próximo encuentro, también es el protagonista de una vida que, de no estar perfectamente acreditada por los historiadores, resultaría inverosímil.

 

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