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Séptimo Día |¿EXISTE O NO UNA EDAD IDEAL PARA ESCRIBIR?

“Viejo es el viento y aún sigue soplando…”

Los autores y la longevidad. El escritor Cormac McCarthy, que tiene 88 años, presenta este año dos nuevas novelas. Los casos argentinos de Vlady Kociancich (81) y de Juan Filloy, que vivió 106 años y no dejó de crear

“Viejo es el viento y aún sigue soplando…”

El escritor estadounidense Cormac McCarthy / Web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

10 de Abril de 2022 | 03:08
Edición impresa

“Viejo es el viento y aún sigue soplando…”. El dicho le cae justo a Cormac McCarthy (1933-), escritor estadounidense ganador del Pulitzer por “La Carretera”, a quien se compara nada menos que con William Faulkner, Herman Melville o Mark Twain. En los Estados Unidos muchos críticos aseguran que es el mejor escritor vivo hoy.

Lo notable es que tiene 88 años de edad y que permanece totalmente activo, ya que termina de anunciar la pronta publicación de dos novelas que acabó de escribir conectadas entre si: “The Passenger” y “Stella Maris”, que en español se publicarán en un solo libro. Apartado del mundo, investigador del universo físico y matemático, dijo hace poco que no entiende a escritores “que no hablan de la vida y de la muerte”, citando entre ellos a Marcel Proust y a Henry James: “En mi opinión, eso no es literatura”, asegura.

Hay cada vez más gente mayor que goza de lucidez. Y en esa ola van, desde luego, los escritores. Por lo que se fue corroborando, para ellos también valdría la conclusión de Pablo Picasso, cuando dice que “la juventud no tiene edad”. Para mirar la realidad, para encontrarle amor, para rescatar motivos y pasiones de ella, hace falta mantener joven la visión.

Existen ejemplos de intelectuales longevos en todas partes. En nuestro país acaba de morir Vlady Kociancich, a los 81 años de edad. Estuvo y siguió siempre en plenitud creativa. Fue autora de grandes obras como “La octava maravilla” o “Todos los caminos”. Fue amiga de Borges, con el que estudió inglés antiguo: “Uno viaja a través de su propia edad, uno ha tenido una infancia y eso fue un viaje; pasamos a otro viaje que es el de la madurez, luego hay otro: siempre son etapas diferentes donde cambian los tiempos, cambia el lenguaje, cambian las impresiones, cambian los deseos” dijo alguna vez esta mujer talentosa.

Es claro que la edad no condiciona el talento de nadie. A veces con poca edad se puede trascender. En la Argentina está el ejemplo de otra mujer, Alejandra Pizarnik, que antes de los 25 años de edad ya disputaba a la par con los mejores poetas del país.

Vlady Kociancich escribió hasta los últimos días de su vida / web

Es verdad que fue cambiante la relación entre literatura y vejez. Algunos textos literarios denigraron a los viejos, otros los llevaron a las mayores alturas. La crítica española Anabel Sáiz Ripoll sostiene que “Cervantes escoge precisamente a un anciano, Don Alonso de Quijano para llevar a cabo la aventura más hermosa e ideal que nunca ser humano ha realizado, que no es otra que la del Don Quijote de la Mancha”.

ESCRITOR DE TRES SIGLOS

El escritor cordobés Juan Filloy (1894-2000) logró lo que se había propuesto, respirar aire de los siglos XIX, XX y XXI. Fue un creador talentoso, admirado por Borges, Cortázar, Marechal. Saer y David Viñas, entre muchos otros. Fue un estudioso del idioma y se preciaba de tener el record mundial en cantidad de palíndromos, es decir de palabras y frases escritas que pueden leerse de atrás hacia adelante y viceversa.

Entre otras singularidades tuvo, además, la de que todos los títulos de sus numerosas novelas, cuentos, poesías y ensayos tuvieran siete letras: Estafen! (1931); Op Oloop (1934); Caterva (1938); Ignitus (1971); La potra (1973) - segundo volumen de la saga Los Ochoa. Gran Premio de Honor de Literatura 1971; Vil & Vil (1975); L’Ambigú (1982); La purga (1992); Sagesse (1995); Sexamor (1996) - tercer volumen de la saga Los Ochoa; Decio 8A (1997) - cuarto volumen de la saga Los Ocho.

Llegó a vivir 106 años de edad y logró su propósito secular, reconocido por un diario español que el día de su muerte tituló: “Murió el único escritor del mundo que vivió en tres siglos diferentes”.

El cordobés Juan Filloy. Vivió hasta los 106 años / Web

Pero el mérito de Filloy no fue tan sólo cronológico. Integró junto a Cervantes, a Goethe –que a los 90 seguía creando-, a Víctor Hugo o a Melville, una galaxia de escritores dotados de una longevidad talentosa.

A Filloy también le caía esta greguería comprensiva y compasiva de Ramón Gómez de la Serna, que afirmó: “Cuando el escritor ha llegado a la vejez, es cuando sospecha que está escribiendo lo que ya escribió otra vez” (Tales sospechas encuentran asidero inclusive en estas columnas, donde hace tiempo ya se trató sobre este tema, pero con otra perspectiva)

Pero está claro que la cambiante relación entre literatura y edad, no siempre se mostró bien encaminada. En los textos de la Grecia antigua, los ancianos fueron mal mirados y, sobre todo, mal tratados por tantos adoradores de lo bello. En las comedias el viejo era objeto de burlas. El historiador francés George Minois dice que fue así la correspondencia entre la literatura griega con la gente de edad mayor: “Vejez maldita y patética de las tragedias, vejez ridícula y repulsiva de las comedias; vejez contradictoria y ambigua de los filósofos. Estos últimos han reflexionado con frecuencia sobre el misterio del envejecimiento”.

En realidad, casi todas las disquisiciones giran en torno a si existe o no una edad ideal para escribir. Los ejemplos son tan discordantes que parecería que la respuesta es negativa, categóricamente. Charles Perrault (el de Cenicienta) empezó a escribir a los 51 años de edad. Y uno de los autores más resonantes de los últimos tiempos, José Saramago (1922-2010), nieto de abuelos analfabetos y campesinos, que llegó a recibir el Nobel de Literatura, empezó a escribir en forma sistemática a los 60 años de edad. Desde entonces y hasta su muerte, publicó más de veinte libros.

“Cervantes escoge precisamente a un anciano para llevar a cabo la aventura más hermosa e ideal”

 

RECETAS Y OPINIONES

No faltan consejos terapéuticos por parte de los escritores longevos. El español Francisco Ayala (1906-2009), atravesó la dura vida del exilio pero nunca dejó de escribir con enorme lucidez hasta sus últimos días. El secreto de su salud, decía, era comer una manzana a media tarde y después beberse una buena copa de whisky, aunque se presume que más que una dieta era una ironía. Otro español, el poeta leonés, Victoriano Cremer, publicó su última colaboración un día antes de fallecer. Tenía 102 años y se negaba a la jubilación.

El ya octogenario Borges coqueteó con la vejez y dejó frases e ideas de todo calibre. A esa edad, cuando ya estaba ciego, le empezaron a gustar los viajes: “Cuando era joven y veía –le dijo a uno de sus entrevistadores- no me gustaba viajar. Ahora, viejo y ciego me gusta mucho. Me gustaría conocer el Oriente, que para mí se reduce a Egipto y Andalucía. Pero también me gustaría conocer India, que descubrí gracias a Kipling. Tengo una invitación para ir a Japón en octubre y estoy deseando ir. Usted dirá que soy ciego y no voy a ver nada, pero yo creo que no. El hecho de pensar «Estoy en el Japón» ya expresa una riqueza. No puedo ver los países, pero estoy seguro de percibirlos, no sé a través de qué signos. No es algo prodigioso, es algo que ocurre continuamente

José Saramago, premio Nobel de Literatura / Web

Abel Posse lo entrevistó una vez a Borges y le preguntó cómo llevaba sus ochenta años. El escritor le respondió: “No, nada de hablar de la edad. Es insignificante. Además, fíjese: no soy más que una víctima del sistema métrico decimal. Según él, tengo ochenta años. Si se les hubiese ocurrido contar cada doce o cada catorce unidades, yo ahora podría tener una edad decorosa, sesenta años, digamos…

“Los cuarenta son la vejez de la juventud; los cincuenta la juventud de la vejez” (Victor Hugo)

 

Posse le recordó en ese reportaje a Borges que poco tiempo antes había dicho o escrito la expresión “la eternidad me acecha” y el escritor le respondió: “La inmortalidad personal es increíble, pero la muerte personal también lo es. Creo que fue una paráfrasis del verso de Verlaine “et tout le reste n’est que littérature…” (Y todo el resto es literatura). Pero mire usted, yo no soy responsable de lo que he podido decir, ni de lo que le digo ahora. Las cosas cambian continuamente y uno también. No le voy a citar la célebre frase de Heráclito sobre el río que no es el mismo siempre, sino un verso de Boileau: “El momento en que hablo ya está lejos de mí”. Después, en otra página de su vida, el metafísico Borges diría que “la longevidad es una forma de insomnio”.

Corresponde consultar a Shakespeare, el que es hombre-mujer, el que es joven-viejo, el que nunca tuvo edad ni condición social porque fue y sigue siendo todos los hombres y mujeres de la tierra. Bueno, Shakespeare no habló bien de la vejez.

Francisco Ayala, el español de un largo exilio / Web

Se dice que, inclusive, temía los achaques de su propia vejez. Hay una escena en su melodrama “Como queráis”, en el que su personaje central dice: “La sexta edad trae consigo al viejo enflaquecido en pantuflas, con gafas en las narices y una faltriquera al costado, con sus calcetines juveniles, bien guardados, ahora demasiado anchos para sus huesudas piernas; y su gran voz varonil, que vuelve a sonar aguda como la de un niño, pitando y silbando al hablar”. Los viejos se parecen a los niños.

Otro grande de la literatura, Victor Hugo, también jugó con dos de las edades humanas y sostuvo que “los cuarenta son la vejez de la juventud; los cincuenta la juventud de la vejez”.

 

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