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Juguetes como las muñecas existen desde 3 mil años antes de Cristo. En Egipto jugaban fútbol con pelotas de junco entrelazado. Historias de la payana, la taba, el yo-yo y la rayuela. Los libros lúdicos
El juego de la rayuela / Web
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
“Osías el osito en mameluco/ Paseaba por la calle Chacabuco/ Mirando las vidrieras de reojo/ Sin alcancía pero con antojo/ Por fin se decidió y en un bazar/ Todo esto y mucho más quiso comprar/ Quiero tiempo pero tiempo no apurado/ Tiempo de jugar que es el mejor…” suena la voz intemporal y fresca de María Elena Walsh, en su “Marcha de Osías”, ese elogio universal al juego humano.
Dicen que a poco de haber nacido, el ser humano busca jugar. Jugar, afirman, cumple una función humana básica, tanto como lo serán las primeras palabras o reflexiones del recién venido al mundo. De allí la importancia de acompañar a los bebes en esas preferencias. Uno de los que así definió la importancia del juego como germen del pensamiento y del posterior desarrollo de la personalidad fue el filósofo neerlandés Johan Huizinga (1872-1945), que ubicó al juego como génesis de la cultura.
Hay museos que disponen de algunos de los primitivos objetos lúdicos
Una de sus tesis indica que el juego es una actividad que realizamos naturalmente, en forma libre, ya que nadie nos obliga a jugar. “Porque no se trata, para mí, del lugar que al juego le corresponda entre las demás manifestaciones de la cultura, sino en qué grado la cultura misma ofrece un carácter de juego”, dice en la introducción a su libro titulado “Homo Ludens”, una obra que Ortega y Gasset calificó como “egregia”. Perseguido durante años por los nazis, Huizinga murió en el destierro y fue otra víctima del más terrible juego humano, el de la guerra.
Los juegos y los juguetes en la historia, ellos se encargaron de entretener a los niños, de despertarles habilidades, de llenarlos con fantasías y sueños. Los primeros juguetes existen desde por lo menos 3 mil años antes de Cristo y fueron utilizados en la Mesopotamia. En la actualidad hay museos que disponen de algunos de aquellos primitivos objetos lúdicos. Se dice que las niñas de Egipto contaban ya con muñecas, y los niños con armas y rudimentarias pelotas.
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Las pequeñas egipcias jugaban a maquillar a sus muñecas –que no eran precarias, como podría suponerse, sino que ya eran articuladas- para que se parecieran a Cleopatra y, entonces, les pintarían los párpados con un azul subido. Mientras tanto, los pibes corrían junto al Nilo atrás de una pelota labrada con juncos, de modo que bien se los puede designar como fundadores del fútbol.
En cuanto a las muñecas, están consideradas como los juguetes más representativos de la historia. Ya en la época de las civilizaciones griega y romana eran fabricadas con distintos materiales: barro, yeso, marfil, hueso o madera y venían con sus complementos. Se dice que, siglos después, ya en el Renacimiento, la fabricación de muñecas alcanzó grados de perfección y que se convirtieron en un regalo típico de las monarquías.
Existen textos griegos y romanos que dan seguridad acerca de que las niñas de esos tiempos contaban ya con muñecas articuladas. Entre otros autores, Plutarco, Platón, Aristóteles y Horacio hablan también de esos muñecos movibles por medio de hilos o alambres para divertir a los niños -los títeres- y se sabe asimismo que en la época cristiana ya se fabricaban casas para las muñecas.
El juego del yo-yo, que aún conserva vigencia, tiene también su edad avanzada ya que era muy divulgado en Grecia, por lo menos hace 2.500 años. Su nombre proviene del tagalo, que es la lengua nativa de Filipinas. Y en tagalo, “yoyó” significa volver. Se asegura que hasta hace unos cuatro siglos los filipinos usaban al yoyó como arma. Un arma cuya principal virtud residía en que era definitivamente económica: el guerrero lo lanzaba contra el adversario y el yoyó volvía a sus manos para que, después, lo arrojara contra otro enemigo. La idea de una infantería con miles de yoyós yendo y volviendo es casi emotiva.
Se dice que en Grecia los artesanos los fabricaban con madera, metal o bien terracota, dibujando en ellos el rostro de los dioses y pintándolos con mucho colorido. Se informa que quien quiera verlos puede hacerlo en el Metropolitan Museum of Art, en Nueva York.
Ya en épocas recientes, el yoyó fue llevado a Europa por los ingleses que le dieron el nombre de “bandarole” o el de “Juguete del Príncipe de Gales”, mientras que los franceses le dieron el nombre “emigrette” o “incroyable”. El que se convirtió en una suerte de adicto del yoyó fue Napoleón y en los Estados Unidos nació un irrefrenable fervor por este juguete, en especial cuando fueron enchapados en oro y llevaron el nombre de “Gold Fusion”.
En distintas culturas y continentes los juegos evolucionaron. Pero acaso la gran diferencia resida en que al principio –y hasta hace no demasiado tiempo, tanto que los que hoy peinan canas pueden atestiguarlo- los juegos eran baratos, por no decir gratis, como la payana que sólo necesitaba de cinco piedras. El juego era esencialmente americano y el término payana deriva del quechua “pallay” que significa recolectar, recoger del suelo. En Cuba se llama yaquis, y era jugado de niño por el después novelista José Lezama Lima.
María Elena Walsh / Web
El juego de la taba, tan criollo, procede de España que lo había heredado de los griegos. Es un juego típicamente rural, que juegan dos y habitualmente por dinero. Sólo hace falta contar con un “astrágalo”, un trozo de hueso de toros, de vacas o de bueyes, llamado vulgarmente garrón. Cada garrón o taba posee cuatro caras: la mayor se llama suerte; la menor se llama culo y las dos laterales hoyo y trips. Hay que arrojarla y gana el que deja la taba con la “suerte” para arriba y pierde el que queda del lado opuesto, o sea el culo. Los que la arrojan suelen demostrar mucha habilidad en los lanzamientos.
Y qué decir de la rayuela, que sólo necesita de una tiza para ser jugada. Mejor sería que lo cuente Julio Cortázar, con las mismas palabras con que lo hizo en su novela homónima: “La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo”.
“Quiero cuentos, historietas y novelas/ Pero no de las que andan a botón/ Yo las quiero de la mano de una abuela/ Que me las lea en camisón”
María Elena Walsh,
“Marcha a Osías”
Juegos sencillos, de viejos barrios. Juegos que sólo reclamaban la presencia de varios chicos y que no representaban costo alguno. Aquí están todavía, en la memoria. Pero eclipsados, claro, por los modernos juguetes de plástico de nuestra época, ya con almas electrónicas y manejados con botones y auriculares por un solo jugador ensimismado.
El que se convirtió en una suerte de adicto del yoyó fue Napoleón
Hace algunas décadas María Elena vio la transformación y así cantó también en su “Marcha a Osías”, que era un osito de peluche: “Quiero cuentos, historietas y novelas/ Pero no de las que andan a botón/ Yo las quiero de la mano de una abuela/ Que me las lea en camisón”. Llegó la triunfante Play Station, pero las muñecas y los ositos de peluche resisten ya en pleno siglo XXI.
La literatura argentina cuenta con una rica relación con los juegos y juguetes de la humanidad. En su tesis de licenciatura en Letras, la investigadora Alejandra Russo investigó sobre el libro “Prometeo & Cía”, de Eduardo Wilde. En ese trabajo, Russo sorprende con esta conclusión sobre Wilde: “Como integrante de la generación del ochenta, sus textos comparten muchos rasgos de la literatura de la época, pero se apartan, no obstante, de ella por la inclusión de un elemento peculiar y significativo: un eje estructurante que transforma el texto en cuestión en un tipo de relato lúdico”.
El otro caso que parece digno de mención es, por supuesto, el del libro de Roberto Arlt -“El juguete rabioso”- y relacionar ese hecho con la amistad que se profesaban Arlt con Ricardo Güiraldes. Se sabe que el primero fue un hombre integrante del grupo Boedo, que nucleaba a los inconformistas sociales y a quienes propugnaban fórmulas socialistas, mientras que Guiraldes, estanciero de Areco, pertenecía al sector más selecto (socialmente hablando), llamado el grupo Florida. Había tirria y se cruzaban brulotes agresivos entre ellos.
Sin embargo, uno de los principales referentes de Boedo, Elías Castelnuovo, asesor de la editorial Claridad, rechazó el libro de Arlt. Sencillamente, no le gustó. Entonces Arlt le mostró el libro a Güiraldes y este lo animó para que continuara buscando editorial, aunque le aconsejó que modificara el título. Arlt lo había titulado “La vida puerca” y Güiraldes le recomendó que lo cambiara por un nombre menos violento. Y en las charlas entre ambos sugirió “El juguete rabioso”. Así que fue un “juguete” el que unificó a dos de las principales figuras –en principio tan opuestas- de nuestra literatura.
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