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Traumas detrás del poder

Traumas detrás del poder

Elon Musk, uno de los hombres más poderosos del mundo / Web

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

15 de Mayo de 2022 | 07:19
Edición impresa

Filósofa, socióloga y psicoanalista, Alice Miller (1923-2010) nació en Polonia, e, hija de una familia judía, emigró a Suiza durante la ocupación nazi. Desde allí se convertiría en acaso la máxima autoridad mundial en maltrato infantil y en las consecuencias que este (incluso cuando se disfraza de cariño y sobreprotección) tiene en la vida adulta de las personas y, a través de ellas, en la sociedad. De esto trata su extraordinaria obra, compuesta por libros como “Por tu propio bien”, “Salvar tu vida”, “El drama del niño dotado”, “La llave perdida” y “El cuerpo nunca miente”, entre otras. En el primero de esos títulos Miller aborda un rico y complejo perfil de Adolf Hitler, cuya vida estudió exhaustivamente, para demostrar el modo en el que el maltrato recibido durante la infancia puede transformarse en un reservorio de odio generador de consecuencias devastadoras durante la adultez del maltratado. Este, no pudiendo vengarse en el mismo momento de ser dañado (debido a su edad y a la disparidad de fuerzas con el o los maltratadores) proyectará en la adultez su resentimiento sobre aquellos a quienes convertirá, con argumentos fantasiosos, en “culpables” de su sufrimiento. Si ese adulto resentido y vengativo tiene además algún tipo de poder, su retaliación puede resultar tan expansiva como catastrófica. A lo largo de su vida ha ido incubando una idea: “Cuando yo tenga el poder que hoy ejercen sobre mí, lo descargaré sobre otros y nada me detendrá”.

Esta matriz, de acuerdo con Miller, se puede dar en golpeadores, asesinos seriales, terroristas, jefes y gobernantes autoritarios y en personas que, en general, aspiran al poder no para mejorar el mundo y, además de su propia vida, la vida de otros, sino para descargar un rencor largamente añejado. El mecanismo puede adoptar las formas más cruentas y también modalidades glamorosas o seductoras. Y necesita ser exhibido públicamente. Que su poder se conozca, se tema, se envidie. Sobre todo, cuando esa persona adulta, está del otro lado del mostrador y ya no teme. Ya no se avergüenza de sí misma, sino que, como Narciso, ama su propia imagen reflejada no en la superficie del lago, como en el caso del personaje mitológico, sino en la mirada temerosa o admirativa de los demás.

UN PODER EXTENDIDO

A través de su análisis Alice Miller ofrece una valiosa herramienta para comprender aspectos poco tomados en cuenta en las conductas, acciones y decisiones de políticos, empresarios, personas cercanas y/o familiares, y personajes ricos y famosos de diferentes actividades. No por simple curiosidad, sino para advertir los riesgos que esas conductas suponen en muchos órdenes, tanto privados como públicos, íntimos como sociales. Con esa herramienta a mano es posible preguntarse quién es Elon Musk, el megamillonario sudafricano (nacionalizado estadounidense) que buscó adquirir Twitter, la red social que funciona para cientos de millones de personas en todo el mundo como vehículo de prejuicios, resentimientos, intolerancias y odios, además de información falsa y chismes de todos los colores. Aunque pueda parecerlo, el interrogante no es ocioso, porque Musk, como Mark Zuckerberg (presidente de Facebook), Jeff Bezos (creador de Amazon), Larry Page, Eric Emerson Schmidt, Sergey Brin (dueños de Google) o el difunto Steve Jobs (fundador de Apple) están infiltrados de muchas maneras en nuestras vidas, aun cuando lleguemos a declararnos tecnofóbicos o prescindentes de las nuevas tecnologías. A menudo sin quererlo y sin saberlo hacemos uso de esas tecnologías por vía de redes sociales, compras electrónicas, trámites online, búsqueda de información, etcétera, y trabajamos gratuitamente para estas y otras empresas que nos rastrean proporcionándoles, a través de nuestras actividades digitales, datos sobre nuestros gustos, elecciones, decisiones e ideas. Esa Big Data nos convierte luego en objetos de manipulación a través de publicidad encubierta y descubierta, de la orientación subliminal a nuestras averiguaciones en la red y de muchas y sofisticadas técnicas de manipulación.

Hay un poder peligrosamente extendido en manos de estos personajes, que va más allá de fronteras, leyes y regulaciones nacionales e internacionales, y que se infiltra silenciosamente en la intimidad y privacidad de los usuarios. Cuando se explora sus biografías (aún las escritas por autores cortesanos de ellos) se encuentran pistas que invitan a considerar las ideas de Alice Miller.

LIBERTAD CONDICIONADA

Tomemos, por proximidad en el tiempo y por razones de espacio, el caso Musk (dueño de la fábrica de autos eléctricos Tesla y de SpaceX, un emprendimiento que se propone colonizar el espacio sideral). Hizo la oferta por Twitter, con el objetivo, según su confesión, de convertirlo en un espacio absolutamente liberado de restricciones a la libertad de expresión (que cada uno diga lo que quiera sin importar a quién ofende). Ofreció pagar 44 mil millones de dólares, una cifra superior a la que, de acuerdo con estimaciones de la ONU, se necesitaría anualmente para afrontar el hambre en las zonas urbanas del planeta. Nacido en Pretoria (Sudáfrica) el 28 de junio de 1971, hijo de una modelo canadiense devenida en nutricionista y de un ingeniero, que se divorciaron cuando él tenía 10 años, se educó en selectos colegios privados a los que, en pleno apartheid, solo asistían alumnos blancos. Investigaciones sobre su vida concluyen que ese alumnado vivía en una suerte de burbuja, a resguardo de las tensiones, violencia e injusticia que la situación social y política provocaba en el país (de lo cual la historia de Nelson Mandela da buena cuenta). Musk, cuentan amigos y compañeros de entonces, era continuamente sometido a bullyng en el colegio y sufría, además, la rigurosa disciplina que le imponía su padre, a quien él mismo definió como “un hombre terrible”.

Ni bien terminó sus estudios emigró a Estados Unidos y cuando, con aportes maternos, inició sus primeros negocios y obtuvo sus primeras e importantes ganancias comenzó a evidenciar un carácter provocador y transgresor que siempre justificó con el argumento de ser un “defensor de la libertad”. Pese a ello en sus empresas y fábricas impone protocolos rígidos e impiadosos. En las fábricas de Tesla en China los trabajadores llegaron a laborar 12 horas diarias y a dormir en colchonetas sin salir del predio, y en las instalaciones de esa marca en California los empleados han denunciado repetidamente racismo, sexismo y otras formas de abuso aun cuando están sujetos a estrictas limitaciones sobre lo que pueden decir sobre la empresa. Como Bezos, como Zuckerberg, como Jobs, como Page, como Schmidt, Bryn y otros personajes de la camada, Musk invoca y promete la libertad en un espacio global e infinito, pero curiosamente es una libertad que ellos administran y controlan. Es la forma incruenta de vigilar y dominar a otros (gracias a las nuevas tecnologías a millones de seres humanos), de redimir sus propios traumas y de aspirar secretamente a la inmortalidad. No metafórica, sino realmente. Aunque esta no se consiga ni con la riqueza valuada en 273 mil millones de dólares que convierten a Elon Musk en el hombre más rico del mundo.

 

(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"

 

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