
Williams propone una original y hasta ahora inédita investigación / Web
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Según la autora norteamericana, la historia de esta parte del cuerpo de la mujer ayuda a explicar los cambios de época, el modo en que nos vinculamos y el rol actual del feminismo
Williams propone una original y hasta ahora inédita investigación / Web
Veneradas y estigmatizadas, ridiculizadas, aumentadas o extirpadas, la historia de las tetas refleja los cambios de época, el rol de la mujer y hasta la forma en la que nos vinculamos con el medio ambiente, según “Tetas. Una historia natural y no natural”, la investigación que la periodista norteamericana Florence Williams asumió como un recorrido social y científico para romper el tabú y conocer acaso una de las partes más deseada del cuerpo de las mujeres.
Abordados desde lo descriptivo del erotismo y la utilidad de la crianza, la autora propone un cambio de perspectiva que repara en los pechos de las mujeres desde lo científico, en un concepto amplio, para demostrar qué tan amenazantes son y cómo la contaminación ambiental y el uso de sustancias tóxicas los modifica. “A pesar de que constituyen una característica humana sumamente popular, es notable lo poco que sabemos sobre la biología básica de las tetas, incluso en la actualidad, cuando se muestran en bikini o al desnudo, se las ostenta, se las mide, se las infla, se sextean, se transmiten en directo, se maman, se perforan, se tatúan, se decoran y se fetichizan de todas las maneras posibles”, plantea en el comienzo del libro la periodista y autora de no ficción estadounidense, quien además escribió y produjo el podcast “Pechos desatados” en 2018, es editora en la revista Outside y colabora en medios como National Geographic, New York Times, Slate y O-Oprah.
El libro logra en buena medida resolver cierta paradoja: la hipersexualización de las tetas hace que hombres y mujeres pensemos en ellas constantemente, pero por otra parte no sabemos nada sobre ellas. Ante eso, Williams investiga y relaciona, convencida de que aprender sobre tetas es una tarea esencialmente feminista. Planteada la incógnita sobre por qué desconocemos tanto, Williams repasa los saberes más populares alrededor del tema: crecen de golpe en la pubertad y mes a mes durante el embarazo para producir leche, les crecen intempestivamente a algunos hombres y, a veces, las tetas también se enferman.
“Tetas, historia natural y no natural” se editó en Estados Unidos como “Breast” hace una década y, desde entonces, no para de lograr reconocimientos, como ser considerado uno de los Libros Notables de 2012 por el New York Times. Este mes llegó a las librerías argentinas traducido y editado por el sello Godot.
La escritura de Williams es científicamente detallada y repleta de referencias a estudios científicos o consultas a especialistas que van desde biólogos hasta un experto en lactancia de focas en la Antártida y varios psiquiatras, pero cálida y accesible, incluye cierto saber popular que hace que el texto sea más cercano al, por ejemplo, recuperar las formas cotidianas de nombrarlas: lolas, bubis, melones, limones, pechugas, gomas, estantería, flotadores o delantera.
“Tetas. Una historia natural y no natural” atiende, con la misma importancia que le concede a las cuestiones glandulares, la fiebre por las prótesis y la cultura de la silicona. Investiga desde las primeras y peligrosas inyecciones de silicona hasta el sabotaje industrial que hizo que en 2006 miles de mujeres se pusieran implantes PIP de silicona adulterada. Tampoco se desentiende del impacto cultural y ético sobre la mujeres que ahora crecen con una percepción artificial sobre qué son y cómo se ven las tetas: “Gracias a la alianza entre dos tipos de tecnologías basadas en el silicio -las siliconas y los chips de computadora-, la mayoría de las personas jóvenes aprenden sobre su cuerpo y sobre el sexo en Internet, por lo que han visto más tetas fabricadas que reales”.
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Los senos, escribe Williams convencida del aporte feminista que implica conocerlos mejor, necesitan -tal vez como ningún otro órgano- del cuidado del medio ambiente y también de más receptividad de los científicos y sus investigaciones: “Las tetas requieren un mundo más seguro que esté más en sintonía con sus vulnerabilidades, y necesitan buenos oyentes, no solo buenos observadores”.
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