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Claves del fuerte aumento que tuvieron los precios

Claves del fuerte aumento que tuvieron los precios

Rocío Bisang

18 de Marzo de 2023 | 05:16
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Analista en Eco Go

Lejos queda el sueño del Gobierno de una desaceleración de los precios que ubique al IPC en torno al 3% en abril, luego de conocerse el dato de inflación de febrero que alcanzó el 6,6% mensual. Varios factores aportaron a la construcción del número que elevó la inflación interanual al 102,5% y logró, después de casi 32 años, romper con la barrera del 100%.

Alimentos

Probablemente el peor dato que se dio a conocer fue el número de inflación en alimentos que alcanzó el 9,8% en febrero. Si bien la suba fue generalizada, hubo dos categorías que, impulsadas por factores climáticos, se destacaron particularmente: la carne y las frutas.

En el Gran Buenos Aires (GBA), dónde la inflación en alimentos alcanzó el 10,9%, las carnes registraron un impresionante aumento del 21,1% traccionadas principalmente por las subas en carne vacuna. Durante 2022 éstas experimentaron aumentos muy por debajo de la inflación general -la suba fue de 62,4% acumulando anual- y actuaron como ancla de los precios de los alimentos, traccionando la inflación a la baja. Tanto la sequía como el aumento en el precio del alimento balanceado implicaron un encarecimiento en el costo de cría, engorde y reproducción de los animales, forzando el envío a faena anticipado del ganado.

Sin embargo, ese proceso empezó a revertirse con el comienzo del año y la caída de stock vacuno comenzó a impactar ya desde enero en los precios de la hacienda, repercutiendo de lleno en febrero sobre las carnicerías.

Las frutas, por otro lado, registraron en GBA una suba del 17,5%, donde se destacó particularmente el aumento del precio de la naranja que, producto de la suba de los combustibles, la sequía y las expectativas negativas para la próxima cosecha, marcó un impresionante incremento del 72,4%.

Emisión monetaria

En un año electoral donde las incertidumbres les ganan a las certezas, el mercado se muestra cada vez más adverso a absorber títulos públicos y con un Estado con necesidades de financiamiento crecientes -motivado por el calendario electoral pero también por la menor recaudación producto del enfriamiento de la actividad y por la propia dinámica de la deuda que genera cada vez mayores intereses-, cada vez más pesos se vuelcan a la economía. Medidas como la recompra de bonos por parte del Banco Central (BCRA) y el “dólar soja” contribuyen en este sentido y sus efectos se hicieron sentir en febrero.

Dólares y reservas

Un punto relevante es la evolución del tipo de cambio -en particular de los dólares libres- y las reservas. Mientras que el tipo de cambio oficial avanzó en febrero un 5,5% promedio, la sangría de las reservas no frena y, en dicho mes las ventas del BCRA fueron récord, con un neto negativo de US$ 889 millones, posicionándose como el peor febrero desde la creación del MULC.

Sin intenciones de una devaluación que corrija la brecha en el medio de un año electoral y en un contexto con cada vez mayores restricciones a las importaciones, más pesos en la economía y expectativas negativas respecto a la oferta de dólares futura por la sequía, la presión sobre los dólares paralelos está latente.

Si bien en febrero estos últimos se mantuvieron relativamente estables, la calma está lejos de ser estructural y cualquier cambio que afecte las expectativas, podría empujar la brecha cambiaria al alza impulsando nuevos aumentos en los precios.

Aumento de precios regulados

Desde 2022, el Gobierno parece ensayar un intento de reordenar el precio relativo de los bienes regulados que, luego de la pandemia y por la crisis sanitaria, quedaron considerablemente atrasados.

Motivado, además, en algunos casos por la necesidad de reducir el gasto, impulsó aumentos en varios precios regulados haciéndose de distintos mecanismos para el reajuste: mientras algunas subas se dan de forma discrecional mediante acuerdos con los respectivos sectores (tarifas de electricidad, gas o agua o colegios privados, entre otros), en otros casos se ensayan mecanismos de ajuste automáticos indexados al índice de precios al consumidor (como es el caso del transporte a partir de marzo) o a otros indicadores específicos (prepagas).

En febrero en particular destacaron los aumentos en tarifas de luz, combustibles, prepagas y servicios de cable y telefonía móvil, entre otros; y los bienes y servicios regulados, lejos de funcionar como ancla, contribuyeron en cerca de un punto porcentual a la inflación.

Controles de precios

A pesar de la amplitud del programa Precios Justos y los múltiples acuerdos de control de precios, las medidas adoptadas parecen no ser suficientes para contener los aumentos con una inflación núcleo corriendo al 7,7%. Aunque la “zanahoria” para las empresas era grande y la promesa de acceso al dólar oficial alineó los incentivos para la puesta en marcha del programa, su capacidad de contener los precios perdió fuerza rápidamente.

Si bien este tipo de programas no son necesariamente malos -aunque generan distorsiones no menores-, el contexto, la duración y la forma en la que se implementan son fundamentales: sin un programa integral de reforma de la economía y un plazo de aplicación limitado, la efectividad de la medida rápidamente se diluye.

Un punto para resaltar es que la efectividad de estos programas se ve limitada en tanto se enfoca en el control de precios de grandes supermercados mientras que una parte relevante del consumo de las familias sucede en comercios de cercanía que se ven excluidos del programa -o donde el control es complejo de llevar a cabo- y terminan funcionando como válvula de escape al aumento de los precios.

La mira en marzo

Marzo por su parte no parece traer mejores noticias en términos de inflación. A la estacionalidad propia del mes, donde el fin del verano y el comienzo del ciclo lectivo impulsan el indicador al alza, se suman algunas cuestiones que permiten anticipar un registro incluso superior al de febrero.

En primer lugar, prácticamente todos los precios regulados experimentaron aumentos significativos en marzo.

En segundo, el dato de febrero abrió la puerta a nuevas subas de tasas y una aceleración del crawling -que lleva tres meses creciendo por debajo de la inflación-, lo que podría incidir sobre los precios.

Un tercer punto es que los precios de los alimentos podrían continuar viéndose afectados por las condiciones climáticas. Cabe mencionar, sin embargo, que si bien las carnes todavía tienen margen para aumentar -la evolución de los precios históricamente fue en línea con el IPC y a pesar de los aumentos hoy se encuentra aún por debajo-, la escasa demanda de carne producto del calor y el remate de los animales no preñados entre octubre y diciembre contendrían -al menos por ahora- los precios.

Por último, los reajustes en las estimaciones de la cosecha gruesa preocupan y modelan las expectativas sobre -aún más- faltantes de divisas en los próximos meses.

El dato de inflación termina resultando de una combinación de desbarajustes fiscales y monetarios de larga data con cuestiones coyunturales donde la capacidad de cada sector de adaptarse a un entorno adverso (ya por costumbre) y de imponer sus condiciones evitando la reducción de sus márgenes se vuelve relevante.

Las distorsiones que esto genera hacia adentro de las cadenas productivas y entre los distintos precios de la economía pone en marcha una dinámica donde el cada agente económico -en la medida de sus posibilidades-, termina retroalimentando la inflación (más allá de sus causas iniciales).

Con niveles inflación tan elevados desarmar este tipo de esquema es un desafío complejo que implica no solo la coordinación de expectativas de una multiplicidad de actores con conductas frente a la inflación fuertemente arraigadas, sino también cambios estructurales, fiscales y monetarios que requieren de poder político, credibilidad, capacidad de consenso y negociación, una mirada de al menos mediano plazo y por sobre todo, voluntad.

Nota: análisis publicado en eleconomista.com

 

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