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Séptimo Día |MEDICINA PARA LA POBREZA

El otro Maradona

La invencible solidaridad del médico rural, Esteban Laureano, homónimo de Diego. Indios y paisanos de Formosa lo llamaron “el doctorcito de Dios”

El otro Maradona

El médico rural, naturalista, escritor y filántropo, Esteban Laureano Maradona / Web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

4 de Junio de 2023 | 03:47
Edición impresa

Al médico rural Laureano Esteban Maradona (1895-1995) mucho tiempo antes de que al futbolista Diego le pusieran de sobrenombre de “Dios”, sus pacientes paisanos e indios de la provincia de Formosa lo habían llamado y conocían como “el doctorcito de Dios” o “el doctor Dios”, por su bondad y porque durante seis décadas batalló por la salud y una mejor calidad de vida de esa gente.

Así que la historia del país tuvo no uno, sino dos, “dioses” Maradona. Ellos fueron tan solo homónimos de sobrenombre. Y, desde luego, de apellido, sin ser parientes. El jugador llegó a ser figura universal y el médico estuvo cerca, porque fue varias veces nominado para Premio Nobel de la Paz, en reconocimiento al trabajo arduo y desinteresado que desplegó en la frontera Noreste del país y en la guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia en la pasada década del 30.

También fue naturalista, tipógrafo, escritor, periodista, maestro rural, filólogo, filósofo y filántropo. Y antes que filántropo, un hombre esencialmente bueno, cargado de amor al prójimo. Y además un sabio, a la manera de los viejos criollos argentinos. De ese estilo que ya casi no queda.

Nació en la ciudad santafesina de Esperanza, donde su padre se encontraba de paso junto a su familia para asistir a un congreso agrícola. Después se mudaron al pueblo de Barrancas, sobre las costas del río Coronda también en Santa Fe.

“Vivíamos en un estado natural, como los indios, mi infancia fue feliz y plena de vivencias con la naturaleza...aprendí a domar potros. Fui mal alumno, desordenado, rebelde...solitario de carácter fuerte como mi padre...que era bastante severo y tenía muchas estancias desperdigadas en la provincia...”, diría luego en su libro “Recuerdos campesinos”.

Después de cursar primario y secundario en esa provincia, se dirigió a la capital federal para terminar graduándose como médico en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Pero en esa etapa ya se insinuaba su tendencia social. Así, de esa época dijo que “los estudiantes iban con galerita, y yo, como buen rebelde, aparecía por las aulas con un enorme chambergo de tipo criollo”.

Tal como hizo décadas más tarde otro grande, René Favaloro, el recién graduado Maradona quiso ser médico rural y aprender en ese medio el arte de curar sobre necesidades, para conocer así algo más de medicina.

Viajó al Chaco, instaló un consultorio en Resistencia y más tarde enfiló hacia la Isla del Cerrito, en donde había un brote de lepra. Ninguna enfermedad le sería ajena en su larga trayectoria.

HUMANISTA

Ya era también un humanista. Y se ofreció de médico en Paraguay, que estaba en guerra con Bolivia. Se llamó “la Guerra del Chaco”, se originó en litigios limítrofes, se extendió entre 1932 y 1935 y los dos países sumaron entre 60.000 y 80.000 muertos. Allí atendió por igual a heridos paraguayos y bolivianos.

En Paraguay conoció, se enamoró y se casó con Aurora Ebaly, para ser designado luego director del Hospital Naval paraguayo y donar más tarde todos sus sueldos a los soldados paraguayos y a la Cruz Roja. Cuando la guerra finalizó y después de que su joven esposa falleciera, Maradona decidió volver a su país e instalarse en Estanislao del Campo, un pueblo remoto de Formosa.

Así contó cómo fue que decidió convertirse para toda la vida en el “doctor Dios”, en médico rural: “El tren que me llevaba a Tucumán, donde vivía mi hermano, estaba a punto de arrancar. Con mi viejo maletín de médico en la mano, estaba solo, parado en el andén del pasaje Guaycurú (hoy Estanislao del Campo) y pedían a un médico, a un curador, y a los gritos desesperados me hicieron subir a un sulky y me interné en la espesura del monte sin importarme el tiempo que me llevaría el auxilio”.

 

“Vivíamos en un estado natural, como los indios. Mi infancia fue feliz y plena de vivencias”

 

Perdió el tren, se internó en esa selva, realizó su primera curación y allí se quedó para siempre, con un salario paupérrimo. Pero qué podían pagarle o, mejor dicho, qué podía cobrarle a paisanos semidesnudos o a indios matacos, mocovíes, tobas o pilagás. Aprendió el idioma de las distintas tribus, les enseñó a sembrar y a cosechar, se quedó 52 años para apoyarlos, viviendo él también en un universo de necesidades.

Guaycurú entonces era la conjunción de pocos y precarios ranchos. Carecía de agua, de electricidad, de los servicios mínimos y, al menor descuido de sus pocos habitantes, al pueblo se lo devoraba el monte. Allí fue donde necesitaron un médico para atender a una parturienta al borde de la muerte. Allí llegó el doctorcito.

“Convivió con los menesterosos aborígenes formoseños: tobas, pilagás, wichis y otras etnias; quienes inicialmente habían rechazado su presencia. Se entregó sin reservas a ellos, no solo a través del servicio de su profesión, sino también con toda clase de ayudas, incluso pecuniarias. Colaboraba con ellos con ropa, alimentos, herramientas, semillas, tabaco y además luchaba contra su desnutrición y enfermedades prevalentes como lepra, enfermedad de Chagas, tuberculosis, cólera y sífilis”, dijo sobre este médico el doctor Osvaldo F. Teglia, profesor de la facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.

En un artículo entregado a la agencia Telam, agregó Teglia que Maradona “habitaba una humilde vivienda, que le servía también de consultorio. Poseía allí un modesto catre, una mesa, un escritorio, un brasero, una antigua lámpara de mechero y un ropero con sus austeras ropas. Disfrutaba de la armonía de todo lo que lo rodeaba”.

Provenía de una familia acomodada, su padre había llegado a ser senador provincial y habían heredado campos de su abuela. Sin embargo en su vida no se apartó de un estilo sencillo, extremadamente pobre en recursos y expectativas materiales.

“Muchas veces se ha dicho que vivir en austeridad, humilde y solidariamente, es renunciar a uno mismo. En realidad ello es realizarse íntegramente como hombre en la dimensión magnífica para la cual fue creado”, dijo el doctor Maradona. Dejó todo su linaje, para internarse en la espesura de la selva formoseña y dedicarse a hacer el bien.

RAÍCES

La historia familiar del médico rural daría pie a una novela histórica o, para decirlo en lenguaje actual, a una serie de Netflix.

Maradona descendía de varias grandes figuras de la provincia de San Juan, de gobernadores, ministros y de un jesuita y primer diputado electo por San Juan para integrarse a la Junta Grande en 1810 en Buenos Aires. Su padre, Waldino Maradona, senador por Santa Fe, había llegado a ser muy amigo de Sarmiento.

 

“Convivió con los menesterosos aborígenes: tobas, pilagás, wichis y otras etnias”

 

El médico rural dejó tres libros publicados: “Recuerdos campesinos”; “A través de la selva” y “Una planta providencial, el yacón”. Y doce libros inéditos sobre temas como los animales cuadrúpedos de América, sobre aves, el problema de la lepra, historia de la ganadería y otros.

Ya cerca del final, dijo: “No hice otra cosa que cumplir con mi juramento hipocrático de hacer el bien al prójimo”.

Faltándole pocos meses para cumplir cien años, murió de viejo en Rosario el 14 de enero de 1995, acompañado por su familia. En días posteriores un funcionario se comprometió a publicar estos libros del doctor Maradona, aunque el camino del Estado, se sabe, sólo está empedrado de buenas intenciones.

Esteban Laureano Maradona ejerció su profesión durante décadas en la provincia de Formosa / Web

 

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