De la pantalla al papel: la nueva ruta de los lectores jóvenes
Edición Impresa | 26 de Octubre de 2025 | 04:02
Durante años se repitió que los jóvenes ya no leían. Que las pantallas habían ganado la batalla y que los libros quedaban relegados a una estantería polvorienta. Sin embargo, algo distinto empezó a ocurrir: una generación criada entre dispositivos volvió a acercarse al papel, pero lo hace a su modo, con nuevas formas de descubrir, compartir y habitar la lectura.
Las redes sociales son el punto de partida. En ellas se recomiendan títulos, se arman comunidades, se discute, se lee en conjunto. Lo que antes era un acto solitario hoy se convierte en experiencia colectiva. La lectura se cruza con la imagen, la música y el video: un fragmento subrayado, una cita convertida en publicación, una emoción compartida en tiempo real. El libro se expande más allá de sus páginas.
Muchos jóvenes llegan a la lectura desde la pantalla, pero la curiosidad los lleva a buscar la experiencia física. Hay algo en el papel que la virtualidad no puede reproducir: el olor, el peso, la posibilidad de subrayar, doblar una página o prestarla. No se trata de nostalgia sino de vínculo. El libro tangible funciona como objeto de pertenencia, como huella material de una experiencia íntima.
La circulación también cambió. El libro nuevo convive con el usado, con las ferias, con los intercambios espontáneos. Leer ya no requiere pasar por los canales tradicionales: se pueden conseguir títulos en ferias, préstamos o clubes informales. Lo importante no es el formato, sino el acceso. Y ese acceso, aunque condicionado por la economía, se reinventa de manera constante.
El interés de los jóvenes también se diversifica. Aparecen géneros híbridos, textos breves, poesía, ensayo, autoficción. El gusto literario se fragmenta, pero gana libertad. No hay canon ni jerarquías: se puede leer a un clásico y a un autor debutante con la misma pasión. Lo que importa es la conexión emocional y el reconocimiento de una voz.
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La lectura digital, lejos de ser un enemigo, actúa como puerta de entrada. Muchos comienzan leyendo reseñas, fragmentos o historias en línea y luego buscan la obra completa. Es un movimiento de ida y vuelta entre lo virtual y lo material, entre lo inmediato y lo duradero. La pantalla no sustituye al papel: lo impulsa.
También hay un cambio en la forma de leer. Se lee en tránsito, en pausas breves, en tiempos robados al trabajo o al estudio. La lectura se adapta al ritmo de una vida más veloz, pero no pierde profundidad. Los lectores jóvenes combinan formatos, tiempos y lenguajes para sostener el hábito en medio del vértigo.
En ese movimiento, el libro vuelve a ocupar un lugar central. No como objeto de colección, sino como gesto de elección. En una época saturada de estímulos, detenerse a leer se convierte en una forma de resistencia. La lectura, que parecía haber perdido terreno, recupera su lugar desde otro costado: el del deseo, el de la búsqueda, el de la necesidad de sentido.
Quizás los jóvenes no lean menos, sino distinto. En esa diferencia está la clave de una nueva era lectora: una que combina pantallas y papel, comunidad y soledad, velocidad y pausa. Una era que confirma que, más allá de los formatos, leer sigue siendo una de las formas más poderosas de estar en el mundo.
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